TONIA ETXARRI-EL CORREO

Alberto Núñez Feijóo se estrenó ayer en el Senado diciendo que si se demuestra que el ministro del Interior impidió al Rey acudir a un acto de homenaje a policías y guardia civiles que ayudaron a acabar con ETA no puede seguir en su cargo. Quizá lo que quiso decir el presidente del PP fue que Grande-Marlaska no debería seguir de ministro. Pero poder, puede. Mientras siga siendo la pieza útil para allanar a Pedro Sánchez el camino de complicidad con sus socios de Bildu, seguirá amarrado a la vela. No tendrá un pase, como dice Feijóo. Pero la vida de Grande-Marlaska, tan buen juez tan mal ministro, es alargada y felina y puede durar siete pases mientras lo siga necesitando el presidente del Gobierno. Hoy Sánchez comparecerá ante el Congreso para rendir cuentas sobre el espionaje telefónico y sus socios no serán compasivos con él, a pesar de tantas cesiones como ha concedido a ERC. ¿El CNI se limitó a espiar legalmente sólo a dieciocho independentistas o existió una red de espionaje paralelo hasta los sesenta denunciados? Una pregunta que ha quedado en el aire desde que la insinuó Aitor Esteban, del PNV. ¿Lo tienen todo controlado o están disimulando mientras aprieta Marruecos? Aguanta, aguanta Marlaska y sujeta a Bildu.

El ministro del Interior, como la titular de Defensa, está inmunizado ante cualquier eventualidad. Los dos han sido capaces de sostener una actitud y la contraria con tal de sostener al presidente de La Moncloa. Si el PP, que reclama la comparecencia de Marlaska ante el Parlamento, cree que va a explicar los intríngulis de la «sumisión a los votos de Bildu», que esperen sentados. El ministro que, al parecer, impidió que el Rey asistiera al homenaje de los agentes policiales es el mismo que ha ido acercando a los presos de ETA al País Vasco y el que ha tenido que justificar que Sánchez despreciara a los agentes desplazados a Cataluña llamándoles «piolines». El mismo que ha negado asilo al exmilitar argelino condenado a muerte en su país, para congraciarse con Argelia mientras el líder del Frente Polisario, Brahim Gali, maldice a nuestro Gobierno por su giro en la política del Sáhara. Este ministro no sólo no aclarará nada sino que echará la culpa de toda la tormenta al PP. Sin ruborizarse. Se quemará con la misma actitud de sumisión con la que Iván Redondo dijo, antes de su relevo, que estaba dispuesto, por el presidente, a tirarse por un barranco.

Ayer fue la última sesión de la diputada de Vox, Macarena Olona, candidata a la campaña andaluza. Armó ruido al señalar al ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, como el artífice del bulo de su empadronamiento. Pero se cebó con Marlaska que, en ausencia de Sánchez, de gira comercial por Davos, se llevó la peor parte. La Asociación de Víctimas del Terrorismo le ha retirado hace meses la medalla de honor que le habían concedido antes de llegar al cargo. Le empiezan a pitar por la calle. Se le está poniendo el sendero de la Moncloa muy cuesta arriba. Pero seguirá mientras el pulgar de Sánchez no apunte hacia el suelo.