- Dios, la verdad, España y la libertad existen. Esa es la cuestión
La barbarie académica, que también la hay, la tiene tomada desde hace décadas con una de las grandes figuras del pensamiento español reciente, Julián Marías. Es acaso hija del resentimiento, pero no solo. Desprecia su filosofía, pero no se limita a criticarla o repudiarla, sino que protesta de su misma existencia. Esa es la naturaleza del odio: querer que su objeto no exista, suprimirlo. Su mera existencia es un hecho insoportable. Justo lo contrario del amor.
Cabría preguntarse por sus motivos, no ciertamente por su justificación. Una de las obsesiones del radicalismo español es la guerra civil y el franquismo. Marías permaneció fiel a la República y fue colaborador de Julián Besteiro. Consideró que el levantamiento militar no estaba justificado, a pesar de los horrores del Frente Popular. Al final de la contienda, se refirió a los dos bandos como a los injustamente vencedores y a los justamente vencidos. Estuvo un tiempo en la cárcel y se le impidió la actividad docente en su Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense. Por lo tanto, de franquismo, nada. Es verdad que esa tibia neutralidad no les basta a los fanáticos, y que defendió la calidad de la cultura española del interior frente a quienes la calificaron como «la vegetación del páramo».
Los graves «pecados» contra la biblia radical fueron probablemente los siguientes. El primero, el liberalismo y su crítica del comunismo, su amistad hacia los Estados Unidos, la defensa de la libertad y su participación en la Transición, tanto a través de sus luminosos artículos como en su condición de senador por designación real. Realmente insoportable.
El segundo «pecado» es su patriotismo español y su visión responsable de la historia de España. La defensa de la obra histórica de nuestra Nación es hoy grave «pecado» contra el indigenismo, el anticolonialismo, la autodeterminación de los pueblos y el pacifista Islam. El radicalismo comunista es esencialmente hispanófobo.
El tercer «pecado» es quizá el más nefando de todos: su profundo catolicismo. Preside y se despliega en toda su obra. Esto es lo peor. De él proceden sus ideas fundamentales, como la antropología personalista, el hombre como criatura amorosa, la función de la ilusión en la vida humana, sus ideas sobre la justicia social y la creencia en la vida perdurable. En general, toda su antropología metafísica y su filosofía moral están fundamentadas en la dignidad del hombre como hijo de Dios. Como manifestación más letal de este gravísimo «pecado» figura su rechazo, sin restricciones, del aborto. Dijo, se rasgarán vestiduras, que los dos mayores errores morales del siglo XX habían sido la aceptación moral del aborto y la generalización del consumo de drogas. Para quienes han perdido el hábito de la lectura y han visto por ello disminuida su habilidad comprensora de lo leído (entre los que, en general, no se encuentran los lectores de este diario), diré que esgrimir los crímenes del totalitarismo o la violación y asesinato de niños, entre otras infamias, no es aquí pertinente, porque no se trata de errores morales, sino de crímenes. Nadie (o casi nadie) los acepta. No se trata de comparar la gravedad del aborto con la del holocausto. Se trata de que el aborto se acepta como algo natural e incluso como un derecho. No así la cámara de gas. Y eso es un grave error moral.
Irritan también su independencia y libertad, logradas al precio que sea. La libertad no es algo que se nos otorga, sino algo que uno se toma. Y la apología de la excelencia. Quien fustiga la mediocridad solo puede ser despreciado por los mediocres. La verdadera ejemplaridad es «contraejemplaridad» para la incultura resentida. Acaso se oponen a la obra de Marías y desearían que no hubiera existido porque, en el fondo, saben que se trata de una vacuna letal contra la pandemia causada por el virus woke. Dios, la verdad, España y la libertad existen. Esa es la cuestión.