LA RAZÓN, EDITORIAL 29/04/13
El fiscal de Roma, Pier Filippo Laviani, aseguró ayer que el hombre que disparó contra los carabineros que protegían los actos de la jura del nuevo Gobierno italiano «no estaba loco» y que, en realidad, su objetivo era atacar «a los políticos», así, en abstracto. Rápidamente, han surgido voces que ligaban el luctuoso hecho, que ha dejado tres heridos graves, con la tensión social que atraviesa la sociedad italiana, dando por aceptado que un individuo con graves problemas personales, a causa de una separación matrimonial traumática, trasfiera la completa responsabilidad de su situación a los representantes del poder público, hasta el punto de intentar asesinar a algunos de ellos. Ciertamente, se trata de un hecho aislado, pero no deja de ser indicativo de hasta qué punto está calando el discurso antisistema en las sociedades occidentales más afectadas por la crisis económica. Asistimos, pues, a un peligroso proceso de demonización de la política que, necesariamente, lleva aparejada la deslegitimación de las instituciones democráticas, a las que se pretende sustituir por movimientos asamblearios y vanguardias proletarias, entre las que surgen con demasiada frecuencia alternativas populistas lideradas por «outsiders» de la política que desprecian las reglas del juego y sustituyen el discurso democrático por la más burda de las demagogias. Ese elogio irreflexivo de la «antipolítica», tan caro a las posturas radicales de izquierdas y derechas, está haciendo mella en la confianza que los ciudadanos han depositado en el sistema democrático y sus representantes, que, lejos de ser una rémora para el desarrollo de la sociedad, son la garantía de las libertades y el progreso. Sin ocultar, porque es un hecho, que el comportamiento público de algunos políticos ha sido reprobable y causa de desánimo entre los gobernados, es preciso insistir en que las medidas correctoras sólo pueden venir de unas leyes adecuadas, elaboradas parlamentariamente, y no de la agitación callejera y de los falsos predicadores de un nuevo orden social, con recetas que Europa ya ha experimentado en los momentos más trágicos de su historia. Se produce el tiroteo, además, contra la toma de posesión de un Gobierno, como es el de Enrico Letta, surgido del acuerdo entre los grandes partidos tradicionales, que han tenido que renunciar a muchos de sus postulados legítimos e, incluso, prescindir de sus principales líderes en aras del bien de la nación. Contrasta con la postura estéril de uno de esos profetas de la antipolítica, el cómico Beppe Grillo, incapaz de superar sus propios prejuicios y fobias, que tanto ha dificultado una salida para Italia, precisamente en medio de la grave crisis económica que azota a la UE.