Francesc de Carreras-El Confidencial

  • El populismo no es propiamente una ideología, sino una manera de entender la política, una estrategia que mediante la explotación de la conflictividad a lo único que aspira es a acceder al poder

«Todos los partidos son populistas». Esto es lo que afirmaba un lector en su comentario a uno de mis últimos artículos.

Discrepo de esta opinión si está formulada de manera taxativa, es decir, si este lector considera que todos los partidos políticos españoles son populistas de igual manera y en la misma medida. Pero la comparto si se refiere a que todos los partidos, en un momento u otro y en ciertos aspectos, muestran rasgos populistas, una peligrosa orientación. Aunque entre «mostrar algunos rasgos» y «ser en su esencia» populistas hay un radical abismo: para unos partidos estos rasgos son accidentales y para otros sustanciales.
Veamos, pues, algunos de rasgos populistas, la especial intensidad de los mismos, si son substancia o accidente, para comprobar si podemos calificar a unos como partidos populistas y a otros no. Una distinción hoy más clarificadora del panorama político nacional que la tradicional de derechas e izquierdas.

Son populistas Trump y Vox, lo son también Iglesias o Puigdemont

Para empezar, respecto a esto último, el populismo no es propiamente una ideología, sino una manera de entender la política, una estrategia que mediante la explotación de la conflictividad lo único a que aspira es a acceder al poder. Por esto hablamos de populismo de derechas y de izquierdas, son populistas Trump y Vox, lo son también Iglesias o Puigdemont, sin contar los que están ya afincados desde hace años en el poder, como el peronismo o el chavismo.

El simplismo en el diagnóstico y en las soluciones sobre la situación política de un país es otra de las características del populismo. Hay una coincidencia general en que el populismo de izquierdas suele dividir a la sociedad entre las élites y el pueblo. Lo formulan así: las élites, siempre minoritarias, pueden ser políticas, económicas o intelectuales y sus intereses e ideas se oponen al pueblo, siempre mayoritario y unido por una afinidad común: ser conscientes de que las élites son sus enemigos, aquellos con los que debe enfrentarse si quiere colmar sus necesidades.

No hay grises en este enfrentamiento ni posibilidad de unir esta fractura, solo hay blanco y negro, derrotar al otro es acabar con él, la lucha política es de naturaleza existencial. La política es un conflicto irresoluble, el fin de la política es acabar con el otro, es la dialéctica amigo/enemigo de Carl Schmitt. Igual sucede con el populismo nacionalista: no se trata de un conflicto entre personas individuales que razonando puedan llegar a pactar, lo cual significa ceder en algunas cuestiones para llegar a acuerdos, transitorios si se quiere, pero mucho mejores, en todo caso, que la eterna confrontación. El pacto, para este tipo de populismos, es una traición. El lema siempre es: ¡Patria o muerte!

El gran instrumento para desarrollar una política populista es la demagogia. López Burniol, en un extraordinario artículo en ‘La Vanguardia’ del 12 de marzo de 2016, definía al demagogo de la siguiente manera: «Persona que manipula los sentimientos de la gente, especialmente mediante halagos fáciles y promesas infundadas, para convencerla de la conveniencia de aceptar un programa político. El demagogo practica la explotación sistemática de las pasiones, emociones y factores irracionales de la conducta humana, ocultando la realidad de los hechos».

Y hacia el final del artículo, todo él de gran interés, López Burniol nos describe hasta las características físicas utilizadas por los demagogos para ocultar sus verdaderos intereses: «No es difícil, dice, detectar al demagogo. El simple tono que emplea lo delata. Sí es difícil, en cambio, que la masa no sucumba a su seducción, especialmente en tiempos de zozobra. Por ello, cuando un demagogo consolida su posición y marca la pauta en el devenir de un país, el riesgo de conflicto civil pasa a ser muy grave, puesto que el demagogo no es, al fin, más que un amoral que todo lo hace al exclusivo servicio de un proyecto personal. Que es, naturalmente, el suyo».

¿Cuál es la causa de que los populismos triunfen? Cuando las instituciones políticas de una democracia liberal no funcionan bien o las crisis económicas y sociales son agudas y de difícil salida. La historia, esa gran maestra de la política, nos lo demuestra y ciertos estudios de ciencia política lo han cuantificado. Momento populista fue la postguerra europea, los años veinte y treinta del siglo pasado, en el que la crisis social alemana, primero, y el ‘crack’ del 29, después, hicieron florecer movimientos fascistas, populismo puro, que alcanzaron el poder y a la postre condujeron a la segunda guerra mundial, la más sanguinaria de la historia.

Ciertos giros en el pensamiento occidental dominante siguen anclados en el pensamiento de Nietzsche, Heidegger y los posmodernos

Tras la misma, gracias a antidemagogos notables como RooseveltKeynesMonnet o Adenauer, seguidos por otros muchos, se enderezó el camino y se alcanzaron avances tan notorios como la Unión Europea y la igualdad de derechos en EEUU entre blancos y negros. Ahora, primero con la crisis financiera de hace unos años y ahora con la crisis económica y social que se avecina tras la pandemia, tengo la impresión que volveremos a estar en peligro de volver al populismo: soluciones fáciles para problemas complejos, la emoción y los sentimientos dictando políticas en lugar de hacerlo la razón democrática. Ciertos giros en el pensamiento occidental dominante, anclados en el pensamiento de Nietzsche, Heidegger y los postmodernos franceses, han contagiado las mejores universidades norteamericanas y no hacen más que añadir leña al fuego.

Preparémonos, pues. De momento en España no todos los partidos son populistas, solo algunos, ya sabemos cuáles, pero el resto se está empezando a contagiar con algunos de sus rasgos. Pasará la pandemia, ahora más pronto que tarde, pero habrá que afrontar las consecuencias económicas, sociales y culturales y no estamos preparados. Las elecciones del 4 de mayo han sido fatídicas, el populismo ha hecho estragos entre la clase política, desde los medios de comunicación debemos contribuir a pacificar el panorama, no a encresparlo. Hechos, razones, no emociones y sentimientos que fabrican mentiras. Liberalismo político, no populismo demagógico.