Son muchos los ciudadanos que esperan que les vuelvan a decir cómo existe ya una idea de España antes de la invención de otra idea de España; que están pidiendo a sus políticos que reivindiquen España sin complejos y que sean conscientes de la consistencia del país al que representan. No que lo humillen, como pidiendo perdón por su lengua y su Historia.
(Este texto fue leído el pasado martes en la Casa de América de Madrid, durante la presentación del libro del autor que lleva el mismo título que este artículo)
Las primeras palabras escritas en castellano de las que se tiene constancia pueden leerse en un viejo manuscrito del monasterio de Yuso, en La Rioja. Cerca, a un kilómetro de distancia, se encuentra otro pequeño monasterio, el de Suso, donde Gonzalo de Berceo pasó gran parte de su vida y donde, según se cuenta, escribía sus libros. Sin embargo, Berceo no se conformó con escribir sus obras en el romance castellano con que se entiende el pueblo, sino que, sobre todo, llegó a conmover a quienes le escuchaban, transmitiéndoles, más allá de una doctrina concreta, el asombro ante la belleza del mundo. También es responsabilidad del riojano Pedro J. Ramírez devolver a las palabras algún grado de claridad y de seriedad en medio de la charlatanería, ya que los periódicos, más que para hacer parroquia, nacieron para situar al ciudadano cerca de lo real que acontece.
Juan, El Evangelista, nos dice que en el principio fue la palabra. No nos da garantía alguna sobre el final. Pero una vieja leyenda dice: cuando Dios descansó apoyó su mano en la costa gallega y de los surcos de los dedos salieron las rías. George Borrow, don Jorgito El Inglés, el autor de La Biblia en España, quedó tan extasiado con la de Vigo que escribió que en ella podía maniobrar sin dificultades toda la Armada Británica. Son las rías, que llevan el mar hasta las campiñas profundas, las que dibujan una laberíntica orla marítima, con más de mil kilómetros de costa y cientos de arenales. Son las rías las que difuminan la frontera entre mar y tierra y dan a la Galicia de Mariano Rajoy (¡oh playa de Lapaman! ¡oh desembocadura sacral del Miño en La Guardia!) el perfil majestuoso y tierno de un pueblo dormitando en el océano.
La palabra, el paisaje y la ciudad, el territorio de la comunicación humana en su forma más avanzada, foro donde se vacían las ideas fundamentalistas acerca de raigambre, sueño, patria o linaje, donde los individuos no se realizan sólo a través de valores transmitidos, sino mediante una liberación emancipadora, donde se normalizan relaciones que en otros lugares del mundo aún no se desarrollan con fluidez. La ciudad es de todos porque no es de nadie en particular. Naturalmente, Madrid es todo eso al mismo tiempo. Y Madrid son ustedes, que hoy acompañan el nacimiento de mis Perdedores en un número tan excepcionalmente alto.
Los perdedores de la Historia de España nos habla de una nación sin dramatismo, construida con la eficacia de las emociones y la serena rectitud de la atención a la diversidad. Una nación acotada en los sueños extenuados de muchos de sus perdedores, una España de imperfección que exigía la tarea de trabajar sobre ella, una España que no gustaba, pero a la que se amaba como territorio de realización de las propias ilusiones. «Vivir es una herida por donde Dios se escapa», dijo en su último libro un poeta, José Luis Hidalgo, que buscaba la fe. Para muchos de nuestros perdedores su vida fue una herida por donde España se derramaba.
En esta hora de España, hora grave, sin catastrofismo alguno, es el momento de reivindicar una nación que se hace y no que se ha vivido, una nación conjugada en presente y pensada en futuro, no en estado de derribo o de cierre por defunción política de sus ciudadanos y de sus representantes.
Es el momento de levantar una tradición ciudadana en nombre de la pluralidad y del espíritu de la Transición ya hecha, de la reconciliación lograda entre los españoles y de la construcción de una nación de individuos libres, no de una suma de pueblos unánimes. Hay que salir del territorio donde la paciencia adquiere la forma de la abulia, la resignación va cobrando el aspecto del descreimiento y la resistencia, los perfiles del cinismo. Habrá que hablar de una España sin ingenuidad pero con inocencia, sin furia pero exigente en lo que atañe a la justicia; sin melancolía pero con dolor por un camino de perfección que asume lo imperfecto de nuestra vida en común. Un ángel, sí, pero fieramente humano.
Hace casi un siglo, Ortega levantó la bandera de la nueva política para lanzarla sobre la elite de la Restauración, pero también sobre la mansedumbre aletargada del pueblo español. Y propuso la construcción de una nueva vanguardia del espíritu, de un gran movimiento de pedagogía nacional que construyera la nación española. No hay nación donde sólo hay gente. Existe una nación donde se encuentran ciudadanos que conocen su circunstancia y son capaces de hacerse con sus derechos. Existe una nación donde hay una voluntad de vivir en común para perfeccionar el presente, no donde sólo se observa el acto reflejo de existir ceñuda o resignadamente, como una transpiración del paisaje, como un mecánico latido de la tierra.
Hoy, son muchos los ciudadanos que esperan que les vuelvan a decir cómo existe ya una idea de España antes de la invención de otra idea de España. Hoy son millones lo españoles que están pidiendo a sus políticos que reivindiquen España sin complejos y que sean conscientes de la consistencia del país al que representan. No que lo humillen, como pidiendo perdón por su lengua y su Historia. En cambio, los nacionalistas vascos y catalanes saben perfectamente lo que tienen que aparentar: la representación de naciones auténticas y orgullosas de sí mismas, seguras de su estatuto de soberanía, dispuestas a una dinámica de exigencias que concluya en la conquista de un Estado propio.
Con Los Perdedores de la Historia de España vuelvo a reivindicar una España en marcha -a lo Gabriel Celaya- cuya historia poco envidiable en el siglo XX se deposita en el lugar moral de la experiencia. Ustedes pueden pensar que España es la gran perdedora, si no de la ciudadanía, sí de la política española del siglo XXI.
Por ello, callar ante la continua desautorización a que se ve sometida la España liberal de Machado, Azaña, Ortega o Prieto, la España tantas veces frustrada por generales que creían que con dar ellos un grito en un cuartel toda la anchura del país iba a resonar en ecos coincidentes, equivale a desposeernos de nuestra mejor herencia, desarraigarnos de nuestra mejor entraña, ser el verso amargo de Angela Figuera Aymerich (otra perdedora oscurecida por la potencia de dos poetas varones, Blas de Otero y Gabriel Celaya) en su Salve a España:
A ti clamamos
los desterrados
de ti, que en ti vivimos extranjeros,
de tu raíz de ayer desposeídos,
de tu verdad de hoy eliminados,
a tu futura herencia no admitidos.
A ti llamamos.
Los huérfanos de ti en tu propia entraña.
Los que a diario te aman y te sufren
Los que te llevan ácida en la sangre,
Los que sus huesos sueldan con tus huesos.
Y no saben salvarte y balbucean.
Que Dios te salve por si Dios escucha.
(Fernando García de Cortázar es catedrático de Historia)
Fernando García de Cortázar, EL MUNDO, 9/3/2006