Javier Caraballo-El Confidencial
El poder está en la economía, en la sociedad y en la política, pero es contra esta última, sobre todo contra el poder gubernativo, contra la que un periodista tendrá que librar batallas
Dicen de los periodistas que «perro no come carne de perro», pero no es verdad o, por lo menos, no debería serlo, porque es una idiotez. Ningún profesional, y mucho menos un periodista, debe esconderse ni taparse con la manta del corporativismo cuando de lo que se trata es de la defensa de su propia profesión, que tiene que ser lo más sagrado para quien cree y ama este oficio. Si decir eso de que «perro no come carne de perro» supone callar ante quienes desprestigian y ensucian la profesión, ante quienes la denigran o la manosean, nadie podrá entender que por corporativismo se calle o se mire para otra parte pensando que así se está protegiendo el periodismo o a los periodistas. Esa es la idiotez, porque se trata precisamente de lo contrario, sobre todo en un oficio como este, que nunca será ni cómodo ni complaciente. Este poder sin trono, como lo definió García Márquez, lo que necesita es gente que se levante cada día con la intención de “buscar la verdad y contarla”, que ha sido una de las definiciones más sencillas y certeras que se han hecho nunca del periodismo. Y es evidente que cuando se tiene ese objetivo, siempre se va a chocar con quien está interesado en que esa verdad no se descubra porque es inconveniente, perjudicial o demoledora para él. En un sentido amplio del término, es lo que podríamos considerar ‘el poder’, y siempre estará en contra de un periodista cuando intente contar una verdad que se quiere camuflar, esconder o tergiversar.
El poder está en la economía, está en la sociedad y está en la política, pero es contra esta última, sobre todo contra el poder gubernativo, contra la que un periodista, o un periódico, tendrá que librar las principales batallas. El poder político y gubernativo siempre será la principal amenaza del periodismo porque es, además, el que tiene más posibilidad de contaminar la profesión, de pervertirla. De hecho, si miramos alrededor, lo que veremos es que, en la actualidad, las miserias y la debilidad raquítica de la prensa en España convierten esta profesión en una presa fácil para el poder político; la política contamina, a veces de forma grosera, a muchos medios de comunicación y a muchos periodistas. Y que nadie intente confundir o mezclar esto que se dice con la libertad de cada cual para defender una ideología o para censurar un determinado Gobierno, porque no es eso: de lo que hablamos es de la existencia de un periodismo de trincheras en el que se siguen fielmente los dictados de un determinado partido político. En el fondo, o trasfondo, de ese seguidismo ciego existe muchas veces una recompensa, una dádiva para el sustento económico de quien lo procura. Por eso se decía antes que en un entramado editorial tan endeble como el que existe en España, el poder político, desde hace décadas, siempre ha sabido atraerse los medios de comunicación y a los periodistas que se han prestado a ese juego sucio con la profesión.
La suerte de todo eso es que, por supuesto, el periodismo, el buen periodismo, siempre sabe salir adelante sin necesidad de andar asistido con las muletas que le preste un partido político u otro. Y no es necesario ni siquiera señalarlos porque deben ser los ciudadanos, como consumidores de medios de comunicación, quienes lo hagan todos los días, aunque ya sabemos que hay mucha gente en este país que aplaude a quien dice las cosas que quiere oír y detesta a quien expresa lo contrario. En todo caso, esa es ya otra cuestión, pero una cosa es el periodismo y otra los aduladores del poder, del Gobierno, de un color o de otro, de un país, de una comunidad o de un pequeño pueblo, que tienen la mano puesta a la espera de que les caigan las ganancias por el trato fiel. Como se decía al principio, es una idiotez eso de que «perro no como carne de perro» y, por esa misma razón, uno se siente hoy en la necesidad de revelar un episodio de 2018 que la actualidad ha traído de nuevo a la primera línea, como hacen las olas de mar con los restos de un naufragio. Vamos a ello:
Cuando el Gobierno de Pedro Sánchez, en sus primeras decisiones, decidió nombrar a Fernando Garea presidente de la Agencia EFE, ocupaba el cargo de adjunto al director en El Confidencial. Antes de estar en esta casa, Garea había pasado por otros medios, como ‘El País’, ‘El Mundo’ o ‘Diario 16’, en alguno de los cuales llegamos a coincidir. Al conocer la noticia de su nombramiento al frente de EFE, recuerdo haberle dicho al director de este periódico, Nacho Cardero: “Es una profunda decepción, cuando un periodista acepta un cargo de designación por parte de un partido político deja de ser periodista. Y eso es lo que acaba de hacer Garea al aceptar un nombramiento del PSOE”. Lo pensaba así a pesar, incluso, de que Garea solicitó y consiguió el apoyo de los demás grupos parlamentarios. Aquello sucedió en julio de 2018 y los fontaneros de la Moncloa han decidido ahora mostrarle la puerta porque el talante profesional de Fernando Garea se hace incompatible con las exigencias del poder.
Garea se va diciendo de la Agencia EFE que “una agencia pública de noticias no es una agencia de noticias del Gobierno, ni siquiera una agencia oficial; EFE es propiedad de la sociedad en su conjunto”. Unos meses antes, dejó muy claras sus intenciones cuando, en el Congreso, dijo a los diputados que prefería que “al acabar mi mandato, si alguien se siente molesto, que sea el poder antes que la oposición, porque esa debe ser la esencia de un medio público”. Efectivamente, es lo que ha sucedido; por eso lo han largado sin haber cumplido los dos años en el cargo. Quien dijo que “para un periodista el principio fundamental es buscar la verdad y contarla” fue el mítico Ben Bradlee, y es fácil entender que eso es lo que hace incompatible el ejercicio del periodismo y el del poder político; un gobernante o un político siempre intentará condicionar y amoldar la información a sus intereses particulares. El periodismo a las órdenes del poder es una contradicción en sí misma y, una vez más, se ha podido demostrar. En el caso de Fernando Garea, celebro haberme equivocado profundamente con un ejemplo que sirve de parangón profesional para todo lo demás, para todos los demás.