Los pespuntes de la nación

EL CORREO 11/09/13
TEODORO LEÓN GROSS

Artur Mas se ha comparado a sí mismo, en víspera de la Diada, con Luther King. Parece que el ‘molt honorable’ está en fase modesta, porque hace un año se autorretrataba como Moisés. Claro que entonces, más que separar las aguas hacia la Tierra Prometida, le dieron un baño en las urnas. Los delirios de grandeza suelen acabar así; por eso los dibujantes de tebeo siempre han pintado los psiquiátricos con un tipo creyéndose Napoleón. Artur Mas aún está a tiempo de postularse como Spartacus o Mandela; pero de momento se vanagloria de superar la marcha legendaria de Luther King. Claro que eso también lo han hecho Kim Jong-il o el nene Kim Jong-un en la Corea totalitaria. El ‘president’ vuelve a confundir cantidad y calidad; masa y razón; liderazgo y oportunismo. Desde que Mas salió del armario independentista del nacionalismo –pensamiento de talla menor, como escribe Henri-Lévy, incluso mediocre como pasión, apostilla Borges– se ha colocado fuera de la realidad. Así se vende esa clase de mercancía.
Mas es un líder mediocre con el maletín del botón rojo de la bomba del nacionalismo. Mal asunto. Pero el problema no acaba ahí. Todo el clima político español se ha degradado en la última década. Siempre se podrá debatir si el punto de partida fue el ‘Prestige’, con la deslealtad de la oposición de izquierda que después repetiría el equipo de Rajoy a machamartillo, o la victoria del aznarismo en 2000 desatando una polarización envenenada en torno a España llevada al paroxismo con el Pacto del Tinell zapaterista… pero en definitiva esta década ha sido un desastre que ha debilitado todas las costuras de la nación favoreciendo el independentismo nacionalista, sin duda el peor veneno de la cultura europea como escribió Zweig. Ante eso Zapatero reaccionó con buenrollismo y Rajoy ahora despacha una indiferencia gallega, dos modos de no tener coraje. En España provoca pasiones un proyecto olímpico sin tener un proyecto nacional.
Hacer una cadena como símbolo para romper un país podría ser, más que oxímoron, una buena metáfora de España. Hoy la Diada promete imágenes de gran impacto incluso global. Pero hay marchas que van marcha atrás. La historia, como la pinta El Roto, es un arma cargada de pasado. Cataluña ha decidido buscar su sitio no en el futuro sino en los pliegues irreales de sus bucles melancólicos mediante la reinvención de la historia. ‘Free Catalonia’ solo es un capítulo más. Claro que el nacionalismo españolista no es la víctima de ese proceso, sino el revés del envés, la otra cara de la misma trayectoria mediocre de la modernidad peninsular a lo largo del XIX y XX. El espíritu de la Transición empieza a parecer un paréntesis breve, una ilusión efervescente ya agotada; y a falta de fe en España, cunde el desencanto y los aventurerismos. Contra el pronóstico de Kapuscinski, el siglo XXI vuelve al integrismo y al nacionalismo.