A los Presupuestos Generales del Estado para 2022 (PGE2022) que María Jesús Montero presentó el miércoles en el Congreso habría que llamarlos, en puridad, los Porsupuestos Particulares de Sánchez (PPS) o el dinero que, Por Supuesto, el Gobierno de PSOE y Podemos va a seguir entregando a separatistas, bildutarras y nacionalistas del PNV a cambio del respaldo personal a Pedro Sánchez en el Parlamento. Desde un punto de vista técnico, el libro amarillo de Marisú Montero es un rompecabezas de casi 500 páginas del que ni el más esclarecido premio Nobel sería capaz de extraer un análisis coherente y lógico, comparativo, porque todo parece hecho precisamente para que quien lo intente se estampille contra la ausente lógica de un discurso trufado de eslóganes políticos («la transversalidad de los impuestos con las políticas de género», «el Gobierno que más invierte en la historia de España en los jóvenes», «el objetivo puesto en lograr una democracia justa»), de olvidos tan intencionados como ominosos y de groseras contradicciones que convierten el conjunto en un brindis al sol, el sueño imposible de un presidente al que le importa un pimiento el rigor presupuestario y que consiente que la tropa podemita, en particular esa Yolanda de diseño que nos quieren vender como esclarecida heroína, meta su zarpa en las cuentas del Reino, porque él ya se da por satisfecho con poder pagar las letras que sus socios le presentan a cobro a cambio de mantenerlo en el poder.
Desde un punto de vista técnico, los Por Supuestos Particulares de Sánchez hacen agua por los cuatro costados, porque están construidos sobre un cuadro macro irreal que estima un crecimiento del PIB para el año próximo del 7%, un guarismo que el FMI acaba de reducir al 6,4% y que el consenso de los analistas (media de Funcas) sitúa en casi un punto menos, el 6,1% para ser exactos. Y si se crece menos, el edificio de los ingresos fiscales, asunto clave para poder gastar (lo único que interesa al señorito) se desmorona con estrépito convirtiendo el resto de estimaciones en papel mojado. Difícil de comprender resulta que los autores del mamotreto estimen un precio del petróleo en los 60,4 dólares barril cuando el mercado está fijando su suelo en torno a los 70 dólares, cifra que algunos elevan, para nuestra desgracia, hasta los 80 dólares. Y es de sobra sabido que un aumento de 10 dólares en el precio del crudo se traduce en un recorte de 1 punto de PIB. Y otro tanto ocurre con el comportamiento estimado de los tipos de interés, en un momento en que todas las expectativas apuntan a su alza.
Se sobreestiman los ingresos y se subestiman los gastos, y de este modo nos salen unas cuentas la mar de chulas, que andando el año se darán de bruces con la realidad, pero eso a nuestro Pedrito le importa poco
En realidad, parece que Marisú y su equipo han elaborado unos PGE a la medida del jefe de la banda por el método de hacer las cuentas al revés, partiendo de la pregunta fundamental para todo Gobierno de izquierda populista que se precie: ¿Cuánto quiero gastar…? Pues bien, si quiero que el gasto público sea «z», la economía me tiene que crecer «y» para que los ingresos fiscales lleguen a «x», de forma que el déficit público me queda más o menos presentable, que no sea un escándalo por el que me puedan llamar al orden en Bruselas. Ese parece ser el truco que se esconde tras la estimación de un crecimiento del PIB del 7%, a todas luces exagerado. Se sobreestiman los ingresos y se subestiman los gastos, y de este modo nos salen unas cuentas la mar de chulas, que andando el año se darán de bruces con la realidad, pero eso a nuestro Pedrito, experto en solventar el problema de hoy y mañana Dios dirá, le importa poco. Como no podría ser de otro modo con este Ejecutivo, el gasto estructural se dispara: suben pensiones, salarios de funcionarios (el señorito cobrará el año que viene más de 86.000 euros), la oferta pública de empleo (aumentar la nómina de gente que nos deba los garbanzos), la dependencia… Y todo ello en una economía con un déficit estructural del 5% del PIB, una deuda que no deja de crecer y un Gobierno hostil a la actividad empresarial (subida del impuesto de Sociedades, hachazo a los planes de pensiones y fiscalidad creciente para unas clases medias trabajadoras cada día más depauperadas: más de 100.000 millones espera recaudar Marisú en 2022 por IRPF).
Naturalmente, para atender un gasto público de récord (nada menos que 196.142 millones, gasto no financiero), la señora Montero incorpora una partida de hasta 27.633 millones de los fondos europeos Next Generation que el Gobierno da por seguro que va a recibir sí o sí, a pesar de que sigue sin dar respuesta a las exigencias de la Comisión en temas tan vitales como la reforma de las pensiones o la laboral, y no me refiero a esa clase de reformas que quiere la eternamente Yolanda, sino las que se supone que apadrina un club a quien se le sigue imaginando defensor de la libre empresa y la economía de mercado. Unos PGE cuyo voluntarismo es tan claro, su provisionalidad tan obvia, su lógica política tan evidente, que solo se entienden en clave de convocatoria electoral más o menos inmediata. En todo caso no estamos ante unos PGE expansivos, que desde luego que sí, sino ante unos cálculos voluntaristas elaborados sobre bases político-ideológicas reñidas con cualquier ortodoxia presupuestaria y cuyo primer mandamiento es dar satisfacción a las reclamaciones de los socios que sostienen a Sánchez por la peana del poder.
¿Cuál es la función de los socios de Sánchez? «Porsupuesto» sostener a Sánchez. Y Sánchez a cambio, les da satisfacción quitando el dinero a unos y dándoselo a otros, mayormente a los citados. ¿Un presidente del Gobierno que prevarica? Si no lo hace, se le parece mucho. Resta inversiones a Madrid (también a Andalucía) porque Madrid ha demostrado que le quiere poco, y en injusta recompensa Su Sanchidad le castiga a la hora del reparto de los dineros públicos (la inversión destinada a Cataluña supone el 18,5% del total, por solo el 8,9% a Madrid a pesar de que aporta el 19% del PIB nacional) y se lo entrega a Cataluña, bueno, aclaremos, no se lo entrega a Cataluña, no, porque si ese dinero fuera para los catalanes en su conjunto la cosa podría ser incluso aceptable: se lo entrega a la tropa separatista (1.452.103 votos en las últimas autonómicas, o el 25,8% del censo electoral y el 18,7% de la población catalana -7.780.479 personas según el último censo-), para que pueda seguir viviendo a cuerpo de rey con cargo al dinero del contribuyente y gobernando de espaldas a la mayoría de los catalanes, para que puedan seguir manteniendo medios de comunicación como TV3, seguir abriendo embajadas en las que colocar conmilitones, seguir persiguiendo al español, seguir ampliando la nómina de funcionarios a quienes se supone fieles a la hora de emitir su voto y así sucesivamente. Para consolidar al frente de la Generalidad, en suma, a una elite reaccionaria y xenófoba que se ha hecho con el poder en lo más parecido a una mafia que existe en toda la Unión Europea.
Solo con cerrar el grifo del dinero del que los profesionales del separatismo disponen para vivir a nuestra costa sería suficiente para reducir el fenómeno a las dimensiones naturales de esa «conllevanza» de que hablaba Ortega. No haría falta ningún 155. El tiempo ha demostrado hasta la saciedad que «esto» no se arregla dándoles más dinero, sino aplicando la ley y quitándoselo, de modo que la condición de separatista, el derecho a ser separatista, una opción perfectamente legal en democracia, supusiera un sacrificio para sus oficiantes, les costara un dinero, fuese una prueba de virtud y confianza en la suprema causa. Separatistas, sí, pero con su dinero. Es una estrategia que no se ha ensayado nunca en Madrid, donde siguen tratando de aplicar paños calientes a quien va sobrado de calorías. De donde se infiere que primar a los socios de la banda de Sánchez es seguir echando leña al incendio nacionalista. Y es, además, dinero tirado a la basura, que únicamente sirve para apalancar en el poder y sus sinecuras a la elite citada y a la interminable saga de familia, amigos y conocidos, porque la Cataluña real sigue empobreciéndose a marchas forzadas, como estos días ha vuelto a quedar de manifiesto.
Son estos, pues, los Presupuestos de Sánchez para apuntalar a Sánchez con el dinero del contribuyente. Unas cuentas que no servirán para propiciar un crecimiento de la economía sólido y sostenido tras la superación de la pandemia
El separatismo catalán, dividido y debilitado en extremo sigue, sin embargo, jugando un partido sin equipo contrario en frente, porque el Gobierno central no ha hecho acto de presencia sobre el terreno de juego. Peor aún, porque el supuesto delantero centro de ese equipo ha decidido enfundarse la camiseta separata. Sánchez juega el mismo partido que ERC, y no resulta aventurado afirmar que al final de la legislatura del Estado no quedará en Cataluña ni las raspas. Ambas partes están condenadas a entenderse. Y a sostenerse. La debilidad del presidente es tan obvia que cuando Aitor Esteban le conmina en el Congreso a hacer algo para contener los precios de la energía, lo hace recordándole que «está en juego el futuro de la economía pero también el futuro de su propio Gobierno». La posición del titular de Moncloa es tan débil que cualquiera se atreve a amenazarle y a recordarle su triste condición de prisionero de la peor España. Tan frágil, que necesita apuntalar su deteriorado ego con un Congreso de fieles sumisos prestos al aplauso, al que ayer Felipe González puso imprescindible contrapunto: «El deber del PSOE es proteger los cimientos que sostienen la convivencia y esos cimientos son el cumplimiento de la legalidad y la Constitución». Lo que equivale a decir que este PSOE no está en el cumplimiento de la legalidad y en la Constitución.
Son estos, pues, los Presupuestos de Sánchez para apuntalar a Sánchez con el dinero del contribuyente. Unas cuentas que no servirán para propiciar un crecimiento de la economía sólido y sostenido tras la superación de la pandemia. Seguimos viviendo de la caridad del BCE, en un horizonte global mucho más complicado y amenazante. «La piedra angular de los PGE es el gasto de los hogares», escribía aquí Juan Delgado este jueves, pero las familias guardan sus ahorros y frenan el gasto, temerosas de un futuro que se presenta lleno de incógnitas. Amenazas económicas (precios de la energía e inflación) y grave incertidumbre política. La crisis del petróleo del 73/74 se llevó por delante no pocas certidumbres, pero alumbró personajes de la dimensión de Reagan o de Thatcher, gente que, con sus errores a cuestas, logró recuperar el pulso de Occidente y acabar con la Unión Soviética y la Guerra Fría. La crisis energética actual, que no tiene visos de ser coyuntural, nos pilla exangües por la resaca de la financiera de 2008 y la devastación de la epidemia del Covid. Lo peor, con todo, apunta a esa enorme orfandad de ideas y proyectos, en todo Occidente y particularmente en Europa, que se palpa en derredor y que nos impide intuir siquiera un porvenir aceptable. ¡Estamos como para gastar!