Mikel Buesa, LIBERTAD DIGITAL, 8/5/12
Fernández Díaz achacó el fracaso de la ‘vía Nanclares’ al engaño que ETA ha ejercido sobre sus presos. Su miopía al valorar la política de reinserción de su predecesor en el Ministerio del Interior le ha conducido a tratar de reeditarla.
Si las políticas de reinserción de terroristas arrepentidos han fracasado no es por ningún maleficio, ni porque ETA sea un caso especial, ni menos aún porque «el camino sea lento, largo, duro e implacable», como argumentaban los gestores de la política penitenciaria durante la presidencia de Zapatero al defender la vía Nanclares. Es sencillamente porque su diseño incorpora un cuadro de incentivos que conduce inexorablemente a la decepción.
Esos incentivos se pueden estudiar acudiendo a la teoría de juegos y, más concretamente, al juego del gallina, un artificio lógico formulado por Bertrand Russell en 1959 para idear una metáfora del atolladero al que conducía el empate nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética, una vez desencadenada la carrera por acumular bombas atómicas. El juego del gallina responde, en efecto, a las características singulares de los presos terroristas a los que se les hace una oferta de beneficios penitenciarios a cambio de su arrepentimiento. El dilema al que se enfrentan éstos es más profundo de lo que pudiera avistarse detrás de esa transacción, pues su decisión de abandonar a la organización terrorista en la que militan constituye una ruptura radical que expresa el fracaso de sus opciones vitales y políticas y que les desvincula del grupo social en el que esas opciones se han desarrollado, quedando aislados en el gueto de la cobardía. Los arrepentidos son así, en la perspectiva del grupo que apoya el terrorismo, unos traidores merecedores de su desprecio e incluso –como el asesinato de Yoyes expresó dramáticamente– de su venganza. Y, por ese motivo, desearían no tener que adoptar ninguna decisión personal, aunque el premio fuera la libertad; quisieran subsumirse en una marea colectiva que disimulara su hartazgo y sus ganas de dejarlo; les gustaría que fueran verdad las promesas, siempre demoradas, de una amnistía arrancada al Estado por la fuerza de los que todavía están fuera de la cárcel.
Es precisamente a ese dilema al que responde el juego del gallina. La versión más popular de este juego –y la que a nosotros nos interesa– es la que recogió Nicholas Ray en su película Rebelde sin causa. En una de sus secuencias se muestra a dos jóvenes que corren la «carrera del gallina», una competición en la que se dirigen con sus automóviles, a toda velocidad, hacia un precipicio. El juego consiste en saltar del coche antes de caer en el abismo, haciéndolo más tarde que el contrincante, pues si se salta demasiado pronto, se es un «gallina», un cobarde, un perdedor. Lo mismo ocurre con los presos de ETA a quienes se invita a abandonar el terrorismo mediante una decisión individual –no importa ahora si es pidiendo perdón a las víctimas o si es repudiando a la organización a la que pertenecen– que ha de tomarse al margen de lo que hagan los demás, corriendo el riesgo de ser un «gallina» a los ojos de éstos, de sus familiares y de su pueblo.
De acuerdo con la teoría, las soluciones de equilibrio de este juego son tres, pues son tres las posibles situaciones en las que, de acuerdo con el criterio establecido por John Nash, habrá algún jugador que no lamentará haber seguido la estrategia empleada. Las estrategias factibles son, evidentemente, dos: una, la más desfavorable, es rechazar la oferta de las autoridades penitenciarias y permanecer en la cárcel hasta el cumplimiento de la condena; la otra, la más beneficiosa, es abandonar el terrorismo, pues promete la libertad. Pero esta última resulta más halagüeña si se ejerce colectivamente, pues entonces uno no es un cobarde; y si se adopta de manera individual el premio –la salida de la prisión– es menor porque se obtiene con deshonor. Lógicamente, las combinaciones estratégicas para dos jugadores son cuatro: la primera, en la que no se obtiene ningún premio, es aquella en la que los jugadores optan por permanecer en la cárcel; la segunda, opuesta a la anterior, es la más deseable, pues los jugadores se ponen de acuerdo para rechazar el terrorismo de manera simultánea, obteniendo la máxima satisfacción pues ninguno pasará por cobarde; y las otras dos, que tienen un carácter simétrico, son las que muestran que un jugador, asumiendo el oprobio de ser un «gallina», decide reinsertarse, en tanto que el otro resuelve continuar encarcelado.
Naturalmente, lo que las autoridades penitenciarias pretenden es que se produzca alguna de las dos últimas soluciones mencionadas. Pero lo que la teoría señala es que, enfrentados a este juego, los terroristas tratarán de tomar la decisión de arrepentirse lo más tarde posible, cuando sea inevitable porque cualquier otra salida les pone ante la tesitura de pasar por cobardes. Y resulta que, en el juego real al que se somete a los presos de ETA, ese momento no llega nunca porque no se han marcado plazos para la reinserción; ésta es una opción abierta, intemporal. Es como si el precipicio al que se dirigen los jóvenes de Rebelde sin causa se desplazara hacia el horizonte a la misma velocidad a la que ellos corren con sus automóviles. Por eso, los etarras presos, con muy pocas excepciones, tal como se ilustró en la primera entrega de este artículo, esperan y no se acogen a la reinserción, incluso en los casos en los que pudieran estar convencidos de la inutilidad de su opción violenta y discrepen de la dirección de ETA. ¿Qué ha pasado con los disidentes más renombrados, como Mujika Garmendia, Arrospide Sarasola, Zabaleta Elosegi, Arkauz Arana o San Epifanio San Pedro, que ocuparon puestos de dirección en la organización terrorista? Pues ha pasado que todos los esfuerzos desplegados por el ministro Rubalcaba para que progresen en su reinserción, han resultados baldíos. Y ahora parece que, según señalan algunas fuentes, su sucesor en el cargo, el ministro Fernández Díaz, pretende seguir el mismo camino.
Pero no olvidemos la otra solución de equilibrio al juego de Bertrand Russell, la que impulsa el acuerdo entre los terroristas para propiciar su salida de la cárcel. ETA ha rechazado tradicionalmente cualquier oferta de reinserción o de disfrute de beneficios penitenciarios para sus presos. Sin embargo, en la nueva situación propiciada por la tregua declarada en 2010, sobre todo después de que en el verano del año siguiente cediera la dirección política de la Izquierda Abertzale a Batasuna, dejando así constancia de su propia debilidad operativa, ETA cambió su doctrina con respecto a sus militantes encarcelados y, a partir de noviembre, ordenó que éstos presentaran solicitudes de excarcelación bien para sí mismos –lo que hicieron los alrededor de ochenta reclusos que han cumplido las tres cuartas partes de su condena, tienen problemas de salud o han sido objeto de la aplicación de la «doctrina Parot»– o para sus compañeros, a la vez que exigían su acercamiento a cárceles del País Vasco y Navarra. La información disponible señala que unos quinientos etarras recluidos secundaron esta iniciativa, dando así una victoria política a la organización terrorista que mostró, de esa manera, que mantiene su control sobre los presos y que éstos no están dispuestos a aceptar las ofertas de arrepentimiento.
Fue así como, finalmente, la culminación de la vía Nanclares se expresó no sólo en un fracaso práctico por lo exiguo de sus números, sino también –y de forma más importante– en una derrota política del Estado frente a ETA. El ministro Fernández Díaz, que fue capaz de atisbar que esa política estaba agotada –»cegada» es la expresión que entrecomilla una redactora de El País–, no tuvo, sin embargo, la suficiente sagacidad como para atribuir la causa de tal agotamiento a su propio diseño; y en vez de ello, la achacó al engaño que ETA ha ejercido sobre sus presos. No sorprende, por ello, que su miopía al valorar la política de reinserción de su predecesor en el Ministerio del Interior le haya conducido a tratar de reeditarla. «Queremos estimularlos [a los presos de ETA] para que vuelvan a esta vía [la de Nanclares]», ha declarado, añadiendo: «A los reclusos les digo que no hagan caso de lo que les dice ETA porque les está engañando… (pues) no va a haber medidas colectivas… sólo va a haber reinserción individualizada».
Creo que el programa presentado por el ministro Fernández Díaz está llamado a sumar una nueva decepción a la política penitenciaria, básicamente porque, más allá de rebajar los requisitos de entrada en él para los terroristas encarcelados, reproduce los mismos elementos que el juego del gallina ha desvelado como ineficaces. Sin embargo, considero que es posible ensayar una política que, al modificar las reglas de ese juego, abre la posibilidad de que la reinserción sea capaz de producir una brecha efectiva en ETA, contribuyendo así a su derrota. A ello dedicaré la tercera entrega de este artículo.
Mikel Buesa, LIBERTAD DIGITAL, 8/5/12