Fernando Navarro-El Español
  • En un asombroso ejemplo del efecto mariposa, la relación del presidente con la prostitución ha desembocado en una serie de medidas contra Israel.

Imagina que tu hija o hijo de veinte años te presenta a su novio o novia formal, y todo va bien hasta que se entera de que su futuro consuegro dirige negocios de prostitución. Regenta una famosa red de saunas gais donde, se dice, hay chaperos e incluso se prostituyen menores.

También se entera de que el encargado de uno de los clubes fue condenado por mantener encerrada a una inmigrante rumana y obligarla a prostituirse.

Tú, como es natural, sentirías un escalofrío. ¿No podría haber elegido una familia normal, como la suya o la de sus amigos? Porque lo de los prostíbulos te proporciona inmediatamente una enorme cantidad de información sobre su futura familia política, y toda ella es muy alarmante.

Para empezar, revela una absoluta carencia de escrúpulos que puede haber permeado la educación de tu futura nuera/yerno.

Pero, además, el negocio de la prostitución, sospechas tú, está solapado con el del crimen. ¿No es uno de los negocios preferidos por las mafias, que lo compatibilizan con otros como el de las drogas?

Ah, y quién sabe los turbios manejos paralelos que se pueden desarrollar mediante la grabación y futura extorsión de los clientes.

En fin, que tú, horrorizado, sospechas que estás a punto de emparentar con los Soprano.

Begoña Gómez, junto a Pedro Sánchez, este miércoles.

Begoña Gómez, junto a Pedro Sánchez, este miércoles. Efe

Pues ahora deja de imaginar y vuelve a la realidad, que es más asombrosa. Ese hijo de alguien (llamémosle Pedro), en efecto, empareja con la hija de un empresario de la prostitución.

Que, además (luego se sabrá), participa activamente en el negocio: lleva las cuentas, paga a los proveedores y contrata la publicidad («siempre me daba billetes en un sobre»).

Mientras tanto, el hijo, Pedro, es concejal del PSOE y promueve medidas contra la prostitución.

Pero no se conforma con eso. Como es muy ambicioso, llega a ser presidente del Gobierno después de un épico viaje por España con tres secuaces.

Uno de ellos ha sido (vaya por Dios) portero de un puticlub.

Los otros dos son usuarios asiduos de otros.

Entre risas se intercambian catálogos de prostitutas e información relevante, porque hay alguna «que se enrolla que te cagas» y otras son más sosas.

Pedro los recompensará generosamente cuando ya sea presidente.

A uno, sobre el que deposita su total confianza, lo nombra secretario de Organización del Partido (el que se encarga de crear su estructura promoviendo a los más dóciles) y ministro de Transporte.

Desde allí, los tres cómplices se dedicarán inmediatamente a extraer dinero de licitaciones públicas.

El ministro es enamoradizo y se encapricha de algunas de las escorts, a las que coloca en su Ministerio, les proporciona un sueldo público, y les exime de trabajar.

Pero, desgraciadamente, las noticias de sus juergas se empiezan a filtrar.

Se cuenta que, en plena pandemia, ha llenado la habitación de un parador de prostitutas, que en la orgía subsiguiente ha quedado destrozada.

Incluso, la mujer del ministro denuncia ante el partido la afición de su marido al putiferio.

Pedro ya no puede alegar desconocimiento. Empieza a estigmatizar a los periodistas que denuncian la situación y a llamarlos «seudomedios», pero se ve obligado a retirarlo del ministerio (aunque no del partido).

No es de extrañar que todo este ambiente acabe contagiando a otros diputados de Pedro, y esto produce situaciones descacharrantes: el llamado jocosamente ‘Tito Berni’ decide celebrar el Día Internacional contra la Explotación Sexual y el Tráfico de Mujeres y Niños (en el que el partido del hijo Sánchez realiza una enérgica condena de la prostitución) yéndose de putas.

De esto hay pocas dudas porque se filtran fotos en las que aparece semidesnudo («no sé si soy yo, no me reconozco», balbucea penosamente ‘Tito Berni’). Pero, además, su socio en una operación investigada por la policía afirmará que estuvo acompañado por otros compañeros de bancada.

Llega un momento en que los negocios de su familia política y la afición de sus compinches por las meretrices son imposibles de ocultar.

También empieza a aflorar, como un pozo negro que rebosa, la corrupción.

Esto último no le preocupa tanto, pero lo del sexo de pago sí: su electorado femenino, que lo ha acompañado mientras blanqueaba a terroristas y cambiaba impunidad por votos, empieza a flaquear ante la bragueta fácil de la banda.

¿Qué hacer?

Primero, la habitual proyección psicológica: es el PP el que tiene que demostrar que no tiene nada que ver con los puteros. Así que aprueba un proyecto de ley para abolir la prostitución a la que tan aficionados son sus camaradas (Lex Sabiniana, podría llamarse).

Después, recurre a una cortina de humo: Gaza.

Y así, en un asombroso ejemplo del efecto mariposa, la relación del presidente con la prostitución desemboca en una serie de medidas contra Israel.