Los alcaldes nacionalistas no quieren ver signos de seguridad delante de los cuarteles porque son signos de resistencia al terrorismo. Las víctimas ponen al pueblo en el punto de mira. Ni siquiera se trata de connivencia ideológica con algunas ideas de los terroristas; es el miedo, el recuerdo del peligro. Que desaparezca la víctima, que se vaya el provocador.
El caso de los alcaldes nacionalistas que impiden obras de seguridad frente a los cuarteles de la Guardia Civil, contado ayer por este periódico, me recuerda a lo ocurrido al filósofo francés Robert Redeker cuando se convirtió en blanco del terrorismo islámico. Sufrió las consecuencias de la misma degradación de los comportamientos sociales, del mismo miedo, de la misma cobardía, de la misma soledad.
Redeker lo relata en su libro ¡Atrevete a vivir! (Gota a Gota, 2008). Un artículo crítico con el islam en Le Figaro le valió una condena a muerte de los terroristas islámicos. Y cuando ocurrió, su pueblo, Saint-Orens-de-Gameville, lo abandonó tal como hacen tantos y tantos pueblos del País Vasco con los guardias civiles, con los policías nacionales, con los militares y con cualquier ciudadano que rechace claramente a ETA.
Los alcaldes nacionalistas no quieren signos de seguridad delante de los cuarteles por la misma razón por la que los vecinos de Redeker no quisieron la presencia de un coche policial delante de su casa. Porque no desean ver signos de resistencia al terrorismo. Los vecinos de Redeker consiguieron que el coche tuviera que irse a otro lugar desde el que no podía verse la casa del amenazado. El amenazado acabó cambiando de casa y de pueblo.
El argumento es siempre el mismo. Las víctimas son convertidas en provocadores. Por poner al pueblo en el punto de mira de los terroristas. Ni siquiera la connivencia ideológica con algunas ideas de los terroristas es la explicación. Lo es el miedo, el recuerdo del peligro que el coche policial y las medidas de seguridad suscitan en los cobardes. Que desaparezca la víctima, que se vaya el provocador.
Es la misma psicopatología que explica la reacción contra Aznar tras el 11-M. Fue convertido en provocador, por haber apoyado la guerra de Irak y, según esa perversa lógica, ponernos en el punto de mira de los terroristas. Aquello se vistió con el ropaje de la supuesta manipulación informativa, pero la sustancia era mucho más sencilla, la misma que la de los alcaldes nacionalistas o la de los vecinos de Redeker. La intolerable provocación de la víctima.
Edurne Uriarte, ABC, 17/5/2008