JOAQUÍN PÉREZ AZAÚSTRE-Diario De Córdoba
Los que están en contra de la Constitución son los mismos que se han propuesto, a pico y la pala, enterrar la legitimidad de su proceso constituyente y la vigencia de la Transición como llama primera de la vida en común, fundada en el derecho. La estrategia era sencilla, pero
muchos no la vimos venir: en España existen unos pocos consensos y venimos a dinamitarlos. ¿Cuáles eran? No muchos, pero importantes: el valor moral de la Transición, como eje fundacional,un episodio práctico que lustra
lo que los españoles, si dejamos el duelo a garrotazos goyesco yl a eterna herida de la Guerra Civil, podíamos conseguir cediendo en los extremos y buscando territorios limítrofes. Otro consenso, consecuencia del anterior,
era la Constitución de 1978. Y otros dos, de orden sociológico: la condena unánime del terrorismo etarra y de ese otro terrorismo, doméstico y no menos terrible, de laviolencia contra las mujeres. En estas cosas existía un
consenso amplio y, más allá de los escándalos de corrupción de aquí y de allá, podíamos convivir. Porque sabíamos bien de dónde veníamos y teníamos lo bastante claro hacia dónde no queríamos ir. Sobre todo, porque
aún vivían las últimas generaciones que habían sufrido la Guerra Civil y ahí seguían, muy atentas, para identificarlos límites que nunca debíamos cruzar.
Los que están en contra de la Constitución en un primer momento se beneficiaron del descrédito de la política y, bajo el cartel creíble de la regeneración, aprovechándose de la ilusión de quienes siguieron creyéndose
el señuelo, se habían propuesto volar estos consensos, para ponerse ellos a la cabeza de la refundación del Estado.
La Transición había sido un cambalache, la Constitución era una trampa para perpetuar el Régimen del 78, el terrorismo vasco tenía sus difusas razones y lo que habíamos logrado no era feminismo, porque el feminismo
de verdad lo iban a traer ellas, ellos y, sobre todo, elles. El adanismo sólo aspira a situarse a sí mismo. Recuerdo aquella frase de Alberto Garzón -cuyo mayor legado es el hundimiento de Izquierda Unida, diluida en no
se sabe qué-, cuando quiso cargarse en una frase el simbolismo
de la militancia antifranquista. Entonces aseguró que ellos, los portavoces de la nueva política, venían a cambiarlo todo porque no eran como «la izquierda domesticada de la Transición». Lógicamente, ni él ni Pablo Iglesias habían estado allí, pero tampoco se preocuparon de enterarse. Pero tú qué sabrás, criatura, lo que fue aquella izquierda, el miedo que se pasó y el valor que tuvieron.
Yo estoy a favor de esta Constitución no porque sea perfecta, sino porque nos ha facilitado 46 años de vida pacífica. Si hay que refundarla, que sea con consenso. n