Miquel Escudero-El Imparcial

Lunes 07 de marzo de 202219:58h

Gaspar Melchor de Jovellanos fue un estadista docto, ilustrado y honrado, preocupado de veras por el bienestar de sus compatriotas. Fue una figura extraordinaria en la que habría que mirarse para mejorar nuestro presente. Hace dos siglos y medio escribió una comedia titulada El delincuente honrado, que rebosa ternura y comprensión y que nos lleva a compadecernos de un reo concreto. La he recordado al leer El arte de llevar la contraria (Península), libro escrito por el profesor de Psicología estadounidense Todd Kashdan.

Para mejorar el tono de una sociedad se requiere respeto a quienes discrepen del sistema de creencias establecido y no renuncien a razonar. No se trata sólo de tolerar la expresión de ideas opuestas, sino de escuchar con objetividad y buena intención a quien sea que se exprese con argumentos. Cabe estar sobre aviso de los sesgos de confirmación (errores sistemáticos a favor de lo que se defiende) y de correspondencia (errores por sobrevalorar a los nuestros y atribuir de inmediato defectos a los otros). Y estar, en consecuencia, dispuestos a revertir las posibles percepciones erróneas que se lleguen a tener.

Cuanto más depende alguien del orden establecido, menos disconformidad se atreve a manifestar; la cuestión es evitarse pérdidas o represalias que están cantadas. ¿Importa superar presiones, poner en duda -en la medida de lo posible- la opinión de la mayoría y discrepar por las ideas que se tengan por injustas o erróneas?

¿Qué puedo hacer para vivir conforme a mis valores y perseverar en lo que tengo por mejor? Ahí está la rebeldía honrada. No se recrea en la afición por llevar la contraria, pero tampoco en la necesidad de gustar y ser aplaudido. Todos estamos en algún ‘endogrupo’ (un grupo con el que nos identificamos), pero esto no exige insistir en el carácter de forasteros y desarrollar una doble moral. Como señala Kashdan: “cuando los rebeldes expresan sin ambages opiniones diferentes y polémicas, los grupos se vuelven mejores que la suma de sus partes”.

Siempre conviene la flexibilidad psicológica: Tratar a los demás mejor de lo que esperan, superar el rol que se nos atribuye y acaso sorprenderlos. Esto supone escuchar con la debida atención. Aportar energía a la conversación y, si cabe, entusiasmo. Y por qué no, saber sonreír de modo risueño, esto es, tratando de infundir gozo o alegría.

Veamos dos ejemplos sonoros de ir a la contra ocurridos en el siglo XIX: En 1847, Ignaz Semmelweis, un médico obstetra del Imperio Austro-húngaro que murió con 47 años y fue pionero de los hábitos antisépticos, adujo que lavarse las manos era un método necesario para impedir infecciones. Pero fracasó al no lograr persuadir al gremio médico, sino que despertó su ira por la osadía de contradecir la praxis habitual. Años después, a partir de Pasteur, se llegó a imponer la convicción de que era imprescindible también esterilizar el material quirúrgico, para neutralizar los gérmenes patógenos

Vayamos ahora a Nueva York, el domingo 16 de julio de 1854. Elizabeth Jennings, una joven maestra negra, iba camino de la iglesia donde tocaba el órgano. Subió a un tranvía tirado por caballos. El revisor le recordó que, según un reglamento, si un blanco lo pedía, ella debía bajarse del tranvía a causa de su color. Ella estalló. Su padre había comprado la libertad de su familia (la madre había estado esclavizada), era una familia fuerte en su voluntad de superación personal. Y Elizabeth asumía con firmeza la defensa de su dignidad: “Soy una persona respetable y nunca me habían insultado yendo a la iglesia”, le contestó al revisor. Con ayuda de un policía, la echaron a cajas destempladas: “En mi humilde opinión, usted es un mequetrefe insolente que insulta a personas honradas que van a la casa del Señor”. En el forcejeo le ensuciaron el vestido y le llenaron de cortes y moratones. Un abogado republicano de sólo 24 años de edad la defendió en la demanda judicial que mandó tramitar su padre, se llamaba Chester Arthur y llegó a ser presidente de Estados Unidos, entre 1881 y 1885. Obtuvo una indemnización de 250 dólares para su defendida, casi tanto como el salario anual de un funcionario.

En 1955, un siglo después, Rosa Parks, una costurera de 42 años de edad, desobedeció las normas racistas del estado de Alabama y se sentó en una de las zonas reservada a los blancos en un autobús. Un joven blanco se dirigió hacia su asiento y le exigió que se lo cediera. Ella se negó. Fue arrestada, encarcelada y hubo de pagar una multa. Las protestas contra la segregación se redoblaron y persistieron más de un año. Al año siguiente, la Corte Suprema de los Estados Unidos declaró inconstitucional la segregación en el transporte.

Hoy tenemos aquí nuevas rebeldes honradas, activistas de la Asamblea por una Escuela Bilingüe en Cataluña (AEB) denigradas por la firmeza de su carácter y acosadas por no arrugarse a presiones oligárquicas. Pero acabarán triunfando.