LIBERTAD DIGITAL 18/04/17
CRISTINA LOSADA
· La República turca no era una democracia plena, pero podía aspirar a serlo. Ya no.
El dirigente laborista, Clement Attlee, se opuso en 1945 a una propuesta de referéndum de Winston Churchill alegando que los referéndums eran con frecuencia «una estratagema de dictadores y demagogos». El de Attlee no es un argumento definitivo para cuestionar la validez y conveniencia de las consultas populares, pero hay demasiados casos en que los amigos de los referéndums coinciden con los enemigos de la democracia. El último de estos casos acaba de darse en Turquía, donde el presidente Erdogan recurrió a la consulta popular para aprobar una reorganización del Estado que cierra la puerta a la democracia. La República turca no era una democracia plena, pero podía aspirar a serlo. Ya no.
La reforma aprobada -en realidad, una ruptura- concentra el poder en manos del presidente, pero su alcance va mucho más allá del que tendría pasar de un sistema parlamentario a uno presidencial. El semanario The Economist resumió las consecuencias de la propuesta de Erdogan de esta manera: «El voto al Sí suprimirá el puesto de primer ministro, relegará al parlamento y liquidará la independencia judicial». El resumen se queda corto. El nuevo orden también pondrá fin a la posibilidad de una Administración independiente -como adelantaron las purgas de funcionarios- y dejará la libertad de prensa aún más en entredicho de lo que está: Turquía es el país con mayor número de periodistas encarcelados. Otro resumen: Erdogan se ha cargado prácticamente todos los frenos y contrapesos del sistema político turco.
El presidente recurrió al referéndum porque en las elecciones celebradas hace dos años no consiguió los escaños necesarios para cambiar la Constitución. No se equivocó en su apuesta por el atajo referendario: un 51, 4 por ciento de los votantes apoyaron su plan. El triunfo, sin embargo, no fue tan arrollador como esperaba, pues un 48, 6 por ciento votó en contra, pero esta importante minoría ahora no cuenta nada. Es esa capacidad para la exclusión lo que hace doblemente atractivos los referéndums para los enemigos de la democracia. La mayoría, por escaso que sea su margen, no tiene que hacerle ninguna concesión a la minoría, aunque represente, como aquí, casi a la mitad de los votantes.
Muestra de ese espíritu excluyente, son las declaraciones del jefe del grupo parlamentario del AKP, el partido de Erdogan. Dijo Mustafa Elitas: «No hay diferencia entre ganar 5-0 ó 1-0. Lo importante es que los tres puntos nos los hemos llevado nosotros». La democracia referendaria es como jugar al fútbol: el equipo que pierde, aun por la mínima, pierde y se aguanta. Porque el pueblo ha hablado y no hay más que hablar. No hay más que hablar ni se podrá hablar de nada, que para eso se han suprimido, vía referéndum, elementos esenciales de la democracia.
Es verdad que los referéndums no sólo son estratagemas de dictadores y demagogos. Pero son un instrumento democrático que se presta bien -mejor que otros- a los manejos de demagogos y dictadores. Los autócratas tienen en el referéndum un instrumento muy útil para cambiar las reglas del juego a su favor de tal manera que no se puedan volver a cambiar en su contra. Turquía es sólo el último caso.