IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Tras la desbandada progresiva de militantes y cuadros, Cs tendrá que consumirse solo en su fulanismo ensimismado

ABegoña Villacís la pillaron reunida con Elías Bendodo cerca de la sede del PP y los suyos interpretaron que estaba pasándose al adversario. Ella se defiende alegando que no es lo que parece. Pero lo parece mucho, y eso en política está muy mal visto, tanto como en la guerra pasarse al enemigo. El culebrón ha acabado, por ahora, con la vicealcaldesa proclamando su lealtad a Ciudadanos, cuyos dirigentes –supervivientes más bien– contemplan con desaliento resignado la desbandada de militantes y cargos, tal como suele ocurrir en los barcos a punto de naufragio. Por tratarse en esta ocasión de Madrid, esa gran burbuja amplificada por un eco mediático sobredimensionado, el asunto ha adquirido tratamiento de primer plano. Pero no es nada distinto de lo que está pasando en todo el país ante la evidencia de que el partido centrista, no hace mucho prometedora bisagra entre bloques, es ya un chicharro, un saldo. Para conocer el desenlace del proceso bastaría con preguntarle a Rosa Díez o al olvidado José Ramón Caso.

En vísperas de la segunda guerra mundial, Stalin le preguntó a un ministro de Francia, que le reclamaba sensibilidad con los católicos para ganarse la voluntad vaticana, cuántas divisiones tenía el Papa. Una pregunta similar, la de cuántos votos tiene ahora mismo Cs, bastaría para relativizar la cuestión de los tránsfugas. Las encuestas son contundentes al respecto: la facturación prevista para la formación naranja carece de relevancia práctica, aunque en Madrid capital aún podría rebañar algunas migajas que el PP se quiere comer por si le hicieran falta para conservar una mayoría apurada. En el resto de España puede sacar unas decenas, quizás unos cientos, de concejales que le sirvan para prolongar su agonía y tal vez decidir la elección de algún alcalde. Nada significativo; el verdadero interés por captar a sus últimos votantes reside en la posibilidad –también remota, pero verosímil– de que sí puedan resultar estratégicos en las próximas generales. Más exactamente, de que la ley de Hont convierta en inútiles unos sufragios decisivos para desalojar a Sánchez.

Villacís, como otros resistentes de Cs, tiene ahora mismo escaso tirón en las urnas pero es un activo valioso a la hora de formar equipos de gobierno. Por eso Feijóo, resuelto a crecer por el centro, procura dejarle un resquicio entreabierto. Si gana en diciembre abrirá algunos huecos para esos cuadros liberales, como ha hecho en Andalucía Juanma Moreno. Antes, las siglas tendrán que consumirse solas, a riesgo de que la mayoría de sus apoyos terminales acaben en el sumidero en vez de sumar esfuerzos. Una pena pero así es casi siempre la política de partido: egos narcisistas, luces cortas, ensimismamiento, fulanismo. Y a menudo una extraña incapacidad intelectual para descifrar los signos que indican el final del camino. Por prometedor que éste fuera en un principio.