A los dirigentes de ANV que no despertaron sospecha hace un año, Garzón les acusa ahora de ser la voz institucional de ETA. Se entiende porque es un mensaje sin dobleces. Pero falta el discurso político. Eguiguren, presidente de los socialistas vascos, conserva la imagen de máximo negociador con ETA. Hasta Imaz habla de la prioridad de deslegitimar a ETA. Los votantes socialistas esperan lo propio de Eguiguren.
La marcha de desagravio a la alcaldesa de Mondragón, que fue el prolegómeno de los penúltimos episodios de terrorismo callejero, no pudo ser más gráfica sobre la anormalidad política que se vive en Euskadi, desde que ETA rompió su tregua y sus representantes están utilizando las instituciones para su causa. Los simpatizantes de ETA, que se manifestaron en Mondragón con permiso del Departamento de Interior del Gobierno vasco, desfilaron a escasos 500 metros del domicilio del concejal asesinado.
Y, desde esa distancia corta, los manifestantes gritaban «asesinos» en referencia al Partido Socialista en el que militaba el edil Isaías Carrasco, al que los terroristas le quitaron la vida. Insoportables contradicciones de este país en el que el Ejecutivo autónomo, sin matices, opta por mantener la convocatoria de la consulta del lehendakari, aunque no cese la violencia. Con este panorama, y desde que el Gobierno de Zapatero ha decidido volver sobre sus pasos para corregir su política antiterrorista y darle un carácter de firmeza -que ha empujado a la dirección política de Batasuna a dar con sus huesos en la prisión-, los socialistas vascos tienen que afrontar el reto de la credibilidad para transmitir a sus votantes que van a jugar, esta vez sin reservas, por conquistar la alternativa al nacionalismo.
Después del éxito electoral, también en Euskadi, el pasado 9 de marzo y, a pesar de ser conscientes de que los votos favorables no iban destinados a los socialistas locales, por ejemplo, sino a Rodríguez Zapatero, los dirigentes del PSE se mueven cómodos, instalados en el último triunfo que ha provocado que el PNV haya sido destronado en los tres territorios del primer puesto de la lista. A partir de ahí, la táctica socialista no ha podido ser más clara: «Que el PNV, con su crisis, se cueza en su propia salsa». Y, de momento, la jugada les está saliendo bien.
Porque el presidente de los nacionalista vascos, Iñigo Urkullu, en su delicado movimiento de equilibrios, va dando palos de ciego. Quiere negociar, para la próxima legislatura, un pacto de gobierno con diferentes aliados a fin de llevarse a su dominio a los socialistas pero, a la vez, sigue las pautas marcadas por Ibarretxe con su ‘hoja de ruta’ y su consulta. Por su parte el presidente Zapatero dilata su agenda y el PNV, en su espera desesperada, amaga con tensar la cuerda y habla de confrontación.
Justo lo que esperaban desde el laboratorio socialista: que el PNV vaya perdiendo los papeles. Pero ésta es una estrategia que adolece de ‘plan B’. El partido de Patxi López tiene que ir más allá, desvelando sus cartas frente a futuras alianzas en Euskadi. Si la pregunta del millón es ¿cómo se teje la alternativa al nacionalismo?, la respuesta sólo tiene dos opciones: o solos o con el PP. Porque la historia está trufada de ejemplos en los que la oposición ha intentado ofrecerse como opción de gobierno del PNV y ha terminado fagocitada por el régimen nacionalista.
La mayoría de los dirigentes del PSE reniegan ahora, después de la experiencia de 2001, de cualquier alianza con el PP por temor a que se les identifique con opciones más «españolazas» que «autonomistas». Pero resultará difícil que los votantes crean que el partido de Patxi López, sólo consigo mismo, será capaz de gobernar Euskadi sin ayuda. De momento, los socialistas vascos que han tenido que mantenerse en la cresta de la ola, en pleno viraje del PSOE en la política antiterrorista, necesitan transmitir un discurso de firmeza frente a ETA.
Ares ya lo hace. Todos los días. Pero no es suficiente. La opinión pública guarda en su retina la imagen de Eguiguren, presidente de los socialistas vascos al fin y al cabo, como máximo negociador con ETA. Después de tan polémico episodio, no basta con ver a Eguiguren transportar el féretro de un compañero, depositar flores en la tumba de un amigo o declarar que a ETA le dio vértigo negociar. No basta. Eguiguren es el presidente de los socialistas vascos.
Debería salir de su mutismo acomodado para decir, por ejemplo, que no volverá a caer en la próxima trampa de la negociación. O lo contrario, si es que quiere reservarse para otro turno negociador. Pero a la gente no le gusta ver a presidentes mudos. Suelen desconfiar de quien no enseña las cartas, aunque sean falsas. De aquel Eguiguren parlamentario que encogió el corazón de los presentes en la sesión del hemiciclo en Vitoria cuando se dirigió al lehendakari para hablarle del «bienio negro» sólo queda el recuerdo. Pero los electores vascos necesitarán saber, antes de la próxima cita electoral autonómica, cuáles son sus planes, su discurso, sus intenciones.
El juez Garzón ha cambiado de actitud. Y a los mismos dirigentes de ANV que no despertaron sospecha hace un año ahora les acusa de ser la voz institucional de ETA. Un viraje tan radical por parte de quien aplica la justicia puede crear desconcierto, pero se entiende porque es un mensaje sin dobleces. Pero falta el discurso político. Hasta Imaz ha abandonado, por unas horas, su terapia de observador de la realidad norteamericana para dirigirse al PNV y hablar de la prioridad de deslegitimar a ETA. Los votantes socialistas esperan que Eguiguren haga lo propio.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 5/5/2008