DIJO HACE tiempo el director de cine Fernando Trueba que él no se había sentido español ni cinco minutos. Yo ni cero cinco. A mí siempre me ha bastado con ser español, es decir, ciudadano de un Estado donde el ejercicio de mis derechos no dependa de mis opiniones. Esta frase de Trueba se la han pasado por la cara, ahora que ha estrenado una película que para más inri y patria se llama La Reina de España. Y desde las cavernas sociales se ha llamado al boicot con un argumento llamativo: el que cobra de España, y se refieren al dinero público de las subvenciones al cine, no puede vejarla. Es desoladoramente probable que muchos de los que protestan contra Trueba lo hayan hecho alguna vez contra la discriminación que la política nacionalista ejerce sobre todo aquel catalán o aficionado que osa decir: «Yo no me he sentido catalán ni cinco minutos». El que es mi caso, desde luego, fortalecido por el agravante de que yo tampoco soy catalán. No soy catalán, en primer lugar, porque hace años quedó fijado por el Gran Corrupto que catalán es el que vive y trabaja en Cataluña y quiere serlo, y yo no quiero. Pero sobre todo porque una nacionalidad solo rige seriamente cuando uno puede ir a una ventanilla y borrarse. Mi profunda, oceánica vergüenza ante la posibilidad de que haya quien me considere catalán no puede disolverse con un trámite limpio y seco. Se comprende que la única circunstancia que me haría recibir la independencia con alborozo sería poder ser el primero en la cola de los apátridas.
En defensa de Trueba y de su derecho a la ofensa, y de su derecho a cobrar por el trabajo que hace y no por las opiniones que emite, se han levantado algunas gentes justamente escandalizadas. Otras, sin embargo, y las simboliza este Jordi Évole que presenta reality shows, se han apresurado a calificar de fachas a los críticos de Trueba. La palabra usada revela la vistosa característica española de la palabra nacionalista. A los críticos de Trueba les espetan la palabra facha o como máximo las palabras nacionalista español, que definen, a su estricto juicio, la mala manera de ser nacionalista. Pero nadie les llama nacionalistas a secas, porque nuestra izquierda no puede concebir que nacionalista sea un insulto. Observado desde Cataluña comprendo muy bien sus precauciones: desde el funcionario Enric Millo hasta el concejal Garganté habría demasiada gente insultada.