El nacionalismo vasco mayoritario intenta construir un destino único para la nación vasca, olvidando dos elementos fundamentales: que aún no somos nación porque Euskadi no es una comunidad políticamente vertebrada, y que toda pretensión de construcción nacional debe empezar por derrotar a ETA.
Mientras España celebra los 26 años de estabilidad constitucional y consolidación democrática, en Euskadi llevamos 26 meses con el plan Ibarretxe. Su progenitor trata de convencernos de que han sido 26 meses ilusionantes. Su intervención en el Parlamento vasco un año después del nacimiento de la criatura, el 26 de septiembre de 2003, llevaba por título ‘Un año recorriendo el camino de la esperanza’. ¿Hacia dónde nos conduce tanta ilusión? Lo responsable sería que el PNV tuviera una estrategia de salida para este atolladero; si no es así, Euskadi estaría recorriendo más bien el camino de la irrelevancia.
Cataluña ha sido la protagonista de la Feria del Libro de Guadalajara. Allí, un barcelonés cosmopolita y antipatriota, Juan Goytisolo, ha sido galardonado con el Premio Juan Rulfo, mientras el presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, pronunciaba un discurso titulado ‘Elogio de la hospitalidad’, agradeciendo la acogida del Gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas a los exiliados republicanos. Mientras Cataluña se viste de cultura, de memoria histórica y de identidades plurales, Ibarretxe rechaza la invitación a asistir a la reciente cumbre bilateral hispano-francesa alegando que «no podrá expresar su opinión».
Ibarretxe prefiere el excepcionalismo vasco. Al lehendakari no le gustan los foros multilaterales. Asistió incómodo a la Conferencia de presidentes convocada por el presidente Zapatero. Y ahora rechaza el foro hispano-francés, en el que sí participaron los presidentes de Cataluña, Aragón y Navarra. Al parecer prefiere volver, año tras año, a repetir en el Parlamento vasco lo mismo que dijo el año anterior. La repetición de un monólogo con los mismos actores no es expresar una opinión, es recitar una obra aburrida cuya influencia marginal en el auditorio desciende con el paso del tiempo.
Las ideas en política se ganan mediante el debate y la persuasión en campo ajeno, no en auditorios ya conquistados. El Gobierno tripartito de Cataluña está ejerciendo una influencia fundamental en el actual debate sobre la reforma de la Constitución porque somete sus propuestas a los principios del debate democrático en campo ajeno, y a la verdad elemental de que la realidad viene dada y que los derechos y las comunidades políticas son productos históricos, hijos por tanto de la mutabilidad de todas las cosas.
El excepcionalismo vasco es la pretensión del nacionalismo actual de que Euskadi gana manteniéndose al margen de los procesos de debate que ocurren a nuestro alrededor, y está impulsado por la pretensión ideológica de que los derechos históricos son la verdadera constitución del Pueblo Vasco, presentando marcos jurídicos de un ámbito mayor que el vasco, como la Constitución española o los Tratados de la UE como ajenos, impuestos, y contrarios a los derechos originarios del Pueblo Vasco.
El excepcionalismo vasco implica un miedo al campo contrario temeroso de que los vínculos con el exterior comprometan la pureza de los propios planteamientos. Acudir a foros en los que la ikurriña ondee en lo más alto supone aceptar la realidad de que Euskadi forma parte de una serie de procesos políticos en el ámbito regional, español, europeo y global que desmontan la pretensión básica de ese excepcionalismo: que el Pueblo Vasco es tan diferente, que hasta que no se reconozca nuestra diferencia originaria, permanente e indeleble, no someteremos nuestro destino político a los principios de mutabilidad y contingencia histórica. Mejor vivir absortos en nuestro ‘conflicto vasco’ que aceptar jugar sin ventaja el juego de la realidad circundante.
El excepcionalismo por antonomasia es el americano: la creencia en que las circunstancias únicas por las que se crearon los Estados Unidos de América y su ubicación entre dos océanos determinan una misión especial de la nación americana en el mundo, la de expandir los valores de la libertad y de la democracia mediante una acción exterior basada en las convicciones morales de la nación.
El nacionalismo vasco mayoritario también intenta construir un destino único para la nación vasca, olvidando dos elementos fundamentales: que aún no somos nación porque Euskadi no es una comunidad políticamente vertebrada, y que toda pretensión de construcción nacional debe empezar por derrotar a ETA, defendiendo un proyecto de comunidad vasca lo más alejado de la Euskadi que quiere ETA, como suele insistir Joseba Arregi en estas páginas.
Lo que realmente hace a Euskadi diferente es tener un Gobierno en minoría incapaz de abarcar o embarcar a todos los vascos bajo su proyecto político; que la oposición política a ese Gobierno deba preocuparse más de su supervivencia que de la labor de crítica al Ejecutivo; que un antiguo miembro del Parlamento vasco esté ahora a la cabeza del terrorismo vasco; que cuando la recuperación de la memoria histórica florece en todas las regiones de España, en Chile o en París, en Euskadi apenas hay estudios sobre la Guerra Civil y la dictadura sino mitos y falsedades; que cuando España y Europa avanzan por la senda del constitucionalismo democrático, el lehendakari nos dice que nosotros no necesitamos constitución escrita, que lo nuestro es el pasado.
Carlos Fuentes lo cuenta en ‘Los Años con Laura Díaz’: «Laura Díaz recordaba las palabras de Jorge Maura. Hay que diversificar la vida. Hay que perder la ilusión de la unidad recobrada como llave de un nuevo paraíso. Hay que darle valor a la diferencia. La diferencia fortalece la identidad».
Nadie cuestiona la legitimidad del nacionalismo vasco de aspirar a la construcción nacional de Euskadi, un proyecto que obtiene la mayoría de los votos de la ciudadanía de la Comunidad Autónoma Vasca. Pero ese proyecto debe basarse en la normalidad y no en la excepcionalidad, entendiendo por normalidad asumir la pluralidad de la sociedad vasca como elemento fundacional de nuestra identidad, así como la imperfección de los marcos jurídicos y la necesidad de renunciar a los objetivos absolutos en el nombre de la política y de la realidad circundante. Influir y no aislarse, como afirma el manifiesto fundacional de Adaketa: «Si algo nos garantiza a los vascos, como país y como sociedad, un futuro en el marco europeo es que la España democrática sea fuerte en Europa y que Euskadi influya decisivamente, con ambición y liderazgo, en la definición global de la política española».
Borja Bergareche, abogado. EL DIARIO VASCO, 14/12/2004