OPINIÓN, EL MUNDO 15/04/14
El denominado Consejo Asesor para la Transición Nacional de la Generalitat de Cataluña volvió a emitir ayer un informe –ya van seis– a beneficio de inventario. Basta reparar en la pretenciosidad con que los expertos de Mas bautizaron este órgano paraestatal para sospechar que sus trabajos no buscan tanto analizar con rigor las consecuencias de la aventura rupturista como apuntalar este objetivo.
Pues bien, esta desconfianza ha quedado confirmada en el último estudio del citado órgano consultivo: Las vías de la integración de Cataluña en la Unión Europea. Este informe supone una oda a la cerrazón y la mitología nacionalista, ya que obvia las respuestas oficiales de la Comisión Europea de noviembre de 2013 y enero de 2014. Tampoco tiene en cuenta un estudio que el Ministerio de Exteriores publicó en marzo, según el cual el PIB de Cataluña caería 20 puntos con la secesión. El Consejo de Transición Nacional también ha desoído las advertencias de las asociaciones de directivos extranjeros y de las patronales española y catalana –febrero y marzo pasados– sobre el riesgo de desinversión y de salida del euro que conllevaría la independencia. En definitiva, los expertos de Mas han renunciado a la objetividad para mantener la gran mentira de una secesión beatífica y sin consecuencias jurídicas negativas para Cataluña.
El Consejo para la Transición Nacional ha despreciado particularmente dos respuestas del presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durâo Barroso, y otra del vicepresidente de la Comisión, Joaquín Almunia, para sostener la premisa de que «con total probabilidad» una Cataluña independiente «seguiría» dentro de la UE o, como mucho, saldría y regresaría al seno de Europa mediante un procedimiento exprés.
Los expertos han descartado adrede la posibilidad de que una Cataluña independiente quede marginada de Europa, así como el vía crucis que supondría un proceso de incorporación ordinario –como los que afrontan Serbia y Montenegro– aludiendo a la «lógica y el pragmatismo» de Bruselas ante una «contribuidora neta».
Lo cierto es que una ruptura unilateral de Cataluña supondría su expulsión «automática» de la UE, como ya explicaron Barroso y Almunia. Además, lógicamente España se opondría a su reconocimiento internacional y vetaría su ingreso en la Unión. Por otro lado, ni a Alemania, ni a Francia, ni a Reino Unido, ni a Italia les conviene alentar movimientos independentistas en Europa.
Hay que destacar además que el poderío económico al que alude la Generalitat no es tal si tenemos en cuenta que Cataluña es la región más endeudada de España –27% de su PIB–; que su desarrollo económico y su sostenibilidad financiera están íntimamente vinculados al resto del país; y si reparamos en que su eventual salida del euro encarecería sus exportaciones y propiciaría la deslocalización de las compañías internacionales, como ya advirtieron las patronales y los directivos extranjeros.
El portavoz de la Generalitat, Francesc Homs, celebró ayer el informe de sus sabios como una «prueba» de que una Cataluña independiente nunca sería «la isla de Robinson Crusoe», cuando la verdad es que todas sus conclusiones se basan, exclusivamente, en el voluntarismo estupefaciente de sus autores y promotores.
OPINIÓN, EL MUNDO 15/04/14