IGNACIO CAMACHO-ABC

  • A algún cerebro socialista le debe de parecer buena idea enrocarse en el blanqueo de los herederos abintestatos de ETA

El ministro Bolaños arruinó en mayo las ya de por sí flácidas expectativas del PSOE en Madrid con aquel ridículo desafío protocolario a Ayuso, y ahora su hombre de confianza parece decidido a acabar la tarea. Las palabras del delegado del Gobierno, un tal Francisco Martín, sobre la contribución de Bildu a la democracia y la convivencia constituyen un órdago a la grande que eleva a la enésima potencia la orgullosa apuesta de Zapatero ante Carlos Herrera. A algún cerebro de la campaña socialista, quizá el mismo que alumbró la idea de opacar a los dirigentes municipales y autonómicos con la omnipresencia de un Sánchez abrasado en las encuestas, le debe de haber parecido un buen plan el de enrocarse en la defensa y el blanqueo de los herederos abintestatos de ETA. Y como los sujetos pasivos de la consigna colaboran poco en la tarea, el dicho Martín se ha venido arriba con eso de las miles de vidas «salvadas» por el voto de los diputados bildutarras a favor del estado de alarma en la pandemia. Quizá un día de éstos salga alguien comparando a Otegi con la madre Teresa o proponiéndolo para el Nobel de la Paz en la Academia noruega.

Este columnista no dignificará la vileza del alto cargo de Interior con un comentario. El único no querellable que se me ocurre no cabe en este artículo por falta de espacio. Se trata de la lista de víctimas recogida en el libro ‘Vidas rotas’, de Rogelio Alonso, Marcos García Rey y Florencio Domínguez, un inventario de los asesinatos de la banda terrorista a lo largo de cincuenta años. Son 857 biografías de las personas que los patrocinadores de Bildu pudieron salvar y sin embargo condenaron. Una cifra real, no contrafactual ni fruto de ningún cálculo estimativo o hipotético como el del delegado. Policías, guardias civiles, militares, políticos, periodistas, jueces, empresarios. Vidas que en varios casos segaron los candidatos de los actuales aliados del Gobierno en casi medio centenar de ayuntamientos vascos. Vidas ante cuya memoria debería cuadrarse con respeto cualquier mediocre representante del Estado antes de profanar su sacrificio con un argumentario de saldo.

Si ésta va a ser la estrategia gubernamental, y lo parece por la reiteración, se aproxima una hecatombe sanchista. Sacar pecho de sus alianzas no es acercarse al borde de la sima sino dar un paso adelante y lanzarse al vacío con instinto suicida. No hay en España formaciones que susciten tanta antipatía como los sucesores de Batasuna y los partidos separatistas. Para continuar en esa línea autodestructiva sólo falta que el presidente se ufane de sus contradicciones, bandazos y mentiras, o que reivindique la autoría de la ley del `sí es sí ´ como histórico avance feminista. La soberbia del «sostenella y no enmendalla» nunca resultó una actitud aconsejable en política. Ellos sabrán, pero pinta a que van a faltar en Moncloa suficientes salvavidas.