Ignacio Cembrero-El Confidencial
- El duelo Rabat-Argel provoca una merma del crecimiento económico y de la lucha antiterrorista, dificultades de abastecimiento energético, auge de la inmigración clandestina…
Amenos de 200 kilómetros al sureste de Almería empieza la frontera terrestre cerrada más larga del mundo —1.740 kilómetros—, la que separa Argelia de Marruecos. Las autoridades argelinas la clausuraron en 1994 ahondando así la tirantez con su vecino occidental. Veintisiete años después, Argel ha roto relaciones diplomáticas con Rabat, ha prohibido que las aeronaves con matrícula marroquí surquen su espacio aéreo y cerrará, a finales de este mes, el gasoducto Magreb-Europa que, a través de Marruecos y del Estrecho, transporta gas argelino a España. La tensión entre los dos vecinos magrebíes alcanza así su cenit. Y entre las víctimas de esa enemistad también está España.
El causante de este último empeoramiento de la relación Argel-Rabat se llama Donald Trump. Poco antes de dejar la Casa Blanca, el 10 de diciembre, el presidente de EEUU reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, un territorio pendiente de descolonización, según la ONU, trastocando así los frágiles equilibrios del Magreb.
Ese reconocimiento llevaba aparejado el establecimiento de relaciones entre Marruecos e Israel. Así ha salido a la luz la estrecha cooperación que, con discreción, desarrollaban ambos países desde hace años y que incluye Defensa. En su primera visita a Rabat, a mediados de agosto, el ministro israelí de Asuntos Exteriores, Yaïr Lapid, arremetió contra Argelia, trasladando al régimen argelino la sensación de que esa nueva alianza estaba dirigida contra él.
La iniciativa de Trump dio además alas a la diplomacia de Marruecos, que no paró de presionar para que las potencias europeas emulasen a EEUU o, por lo menos, diesen un espaldarazo a su propuesta de autonomía para el Sáhara Occidental en lugar en celebrar un referéndum de autodeterminación. Con tal propósito, Rabat desencadenó la crisis con España, cancelando el 10 de diciembre la cumbre bilateral prevista, y el 1 de marzo la desató también con Alemania.
Las tensiones no van a amainar a medio plazo. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea sentenció la semana pasada que el Sáhara Occidental no pertenece a Marruecos, lo que significa en la práctica que los 128 pesqueros que faenan en sus aguas deberán abandonarlas. El Consejo de Ministros de la UE y el Gobierno español recurrirán el veredicto para ganar algo de tiempo, pero saben de antemano que es una batalla perdida.
¿Hasta dónde llegará la enemistad entre Rabat y Argel? Ambos países ya estuvieron en guerra en 1963 porque, tras la independencia de Argelia, Marruecos no reconocía las fronteras heredadas de la colonización francesa. Aquella ‘guerra de las arenas’, como se la bautizó, empezó con escaramuzas en la frontera. Ahora también se han producido algunas, la última el 23 de septiembre, según la prensa marroquí, pero no se llegó a abrir fuego. En las cancillerías europeas se considera altamente improbable que ambas potencias magrebíes lleguen a las manos.
“Detrás de la famosa mano tendida del régimen marroquí se esconde probablemente una estrategia tendente a empujar a los generales argelinos a desencadenar las hostilidades”, opina sin embargo Aziz Chahir, politólogo marroquí, en la publicación londinense ‘Middle East Eye’. Los hay también que sostienen que esos generales no necesitan que se les empuje porque, aprovechando una superioridad militar que tiende a reducirse, están tentados de administrar un escarmiento al vecino marroquí.
Para más inri, la relación de Marruecos y sobre todo de Argelia con Francia ha experimentado una brusca degradación. El presidente Emmanuel Macron recortó a la mitad los visados Schengen que París otorga a los ciudadanos de esos dos países para forzar a sus autoridades a readmitir a los inmigrantes irregulares que Francia quiere expulsar. Su decisión ha disgustado a Rabat y Argel.
Peor aún, unos comentarios de Macron, revelados por el diario ‘Le Monde’ el sábado pasado, sobre la inexistencia de la nación argelina antes de que empezase en 1830 la colonización francesa, han provocado la ira de los generales de Argel. El embajador argelino en Francia ha sido llamado a consultas y los cielos de Argelia quedaron vetados para los aviones militares franceses. Esta decisión complica la lucha antiterrorista que el Ejército francés desarrolla en el Sahel.
Las turbulencias llegan a España
España es el vecino europeo más inmediato de Marruecos, con el que tiene frontera terrestre, y de Argelia, cuya costa está tan solo a 196 kilómetros de Almería. El Magreb es el primer socio comercial no comunitario de España, por delante de América Latina, justo después de la Unión Europea. Marruecos es, después de la UE y de EEUU, el país con el que mantiene más comercio. Argelia ha sido durante muchos años el primer proveedor energético de España. Las exportaciones de petróleo argelino a la Península son escasas (1,4 millones de toneladas en 2019), pero no así las de gas, que suponen el 45% del total.
Las turbulencias del Magreb afectan de lleno a España, así como las decisiones que toma a veces Francia en la región omitiendo, en ocasiones, consultar a su vecino europeo. Hay media docena de ejemplos de los perjuicios causados por esas convulsiones norteafricanas. Los más recientes son las posibles dificultades de abastecimiento de gas a partir del mes próximo, cuando Argel cierre el gasoducto Magreb-Europa para impedir que Marruecos se beneficie de él, y la retirada, en el plazo de un año, de los 91 pesqueros españoles del caladero del Sáhara.
El yihadismo en el Sahel es la principal amenaza terrorista para Europa, por delante de Afganistán. Dificultar, como lo ha hecho Argelia, la labor de las fuerzas armadas francesas alargando los vuelos de sus aviones perjudica también los intereses de España, como también los daña la nula cooperación en materia antiterrorista entre las dos principales potencias magrebíes.
Condoleezza Rice, entonces secretaria de Estado de EEUU, se atrevió a decir en voz alta en 2008 lo que ningún ministro español o francés osó evocar. Esa ausencia de colaboración en la lucha antiterrorista “es un problema relevante en el Magreb”. «Es importante que Rabat y Argel intercambien informaciones a causa de los peligros a los que se enfrentan ambos», añadió. La situación no ha cambiado desde entonces.
Los dos países están sumidos además en una carrera armamentística que lastra su desarrollo económico. El presupuesto de defensa de Argelia (8.400 millones de dólares) equivale al 6,7% de su PIB, el mayor porcentaje de un país africano. El de Marruecos (4.152 millones) es de tan solo el 3,8% de su PIB, pero ha crecido un 54% en la última década. Después de Egipto y Argelia, Marruecos es ahora el mayor comprador de armas del continente africano. Esta progresión del gasto militar está, en buena medida, dirigida contra el vecino argelino, pero es tan vertiginosa que causa cierta inquietud en Madrid.
Después de Egipto y Argelia, Marruecos es ahora el mayor comprador de armas del continente
Las restricciones a los visados de magrebíes impuestas el mes pasado por Macron tendrán también consecuencias para España. Los consulados españoles en la región recibirán más solicitudes, pero, sobre todo, llegarán por mar más ‘sin papeles’. Algunos de ellos habrán renunciado a tramitar el visado. En lo que va de año, ya han desembarcado en las costas españolas 28.729 inmigrantes irregulares, un 51% más que en 2020, según el Ministerio del Interior. La cifra oficial es inferior a la real porque los días en que llegan oleadas a Almería y al Levante no todos son apresados por las fuerzas de seguridad.
Lo peor es que esa no integración del Magreb, esa enemistad crónica entre ambos vecinos, merma su desarrollo económico. El economista marroquí Mehdi Lahlou considera que el crecimiento anual podría ser “entre un 3% y un 5% superior al actual” si se llevase a cabo un proceso de unificación similar al europeo. Habría menos pobreza y, por tanto, menos migración clandestina. “Se gestionarían mejor los flujos migratorios”, asegura. Ese ritmo acentuado de crecimiento sería también un estímulo para las economías del sur de Europa, empezando por la española.
“En materia política y de seguridad, la integración magrebí hubiese permitido controlar el auge de la radicalización religiosa y del terrorismo en la región y enfrentarse a él con más posibilidades de éxito”, concluye Mehdi Lahlou describiendo un Magreb que no existe ni va a existir.
“Una de mis principales prioridades será las relaciones con Marruecos y Argelia, países amigos y socios”, anunció el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, a finales de agosto en su primera comparecencia ante una comisión del Congreso. En la actual coyuntura, la diplomacia española deberá hacer equilibrios entre sus dos vecinos, más enfrentados que nunca desde que hace casi 60 años Argelia alcanzó la independencia.