Jorge Vilches-Vozpópuli
La comisión parlamentaria para el pacto es el menor de los males. No había otra alternativa
Pedro Sánchez no es precisamente un hombre de Estado. Tampoco es un político que genere confianza. Su palabra no vale nada. No es un líder constructivo, sino todo lo contrario: solo ha podido concitar hasta ahora el apoyo de aquellos que quieren romper el orden constitucional, incluido Unidas Podemos. No tiene un discurso conciliador, ya que lo basa en el conflicto, la mentira y la demagogia. Carece de las dos características básicas de los grandes personajes en momentos de crisis: no produce la sensación de poder echarse la nación a la espalda y aguantar el peso ni transmite a los españoles que juntos somos capaces de vencer cualquier dificultad.
El presidente del Gobierno ha llegado a la solución de los pactos como último recurso. La voracidad fiscal es imposible en un país paralizado y genera una reacción contraria muy poderosa. Cerrada esta vía para la financiación, recurrió a la Unión Europea, y todavía resuena elportazo. Soltaron entonces la idea de los “nuevos Pactos de La Moncloa” que todos rechazaron, salvo Ciudadanos porque pensó Arrimadas que así su formación podría recuperar la personalidad perdida.
Frustrado el planteamiento de la peligrosa vuelta al periodo preconstitucional, a 1977, quedó la intención: una absurda “Mesa de Reconstrucción Nacional” ajena a las instituciones democráticas y legítimas. ¿Por qué ese empeño de Pedro Sánchez en dicha mesa antes de terminar el estado de alarma? Al menos hay siete motivos para que el ‘sanchismo’ haya puesto tanto interés.
– El primero es que una “mesa” o una “comisión” sirve para neutralizar la capacidad de control de la oposición al Gobierno durante la crisis. De esta manera se evita que el PP canalice el descontento de la gente cuando se levante el estado de alarma.
El mal resultado será, en caso de producirse, un fracaso de todos, del Gobierno y de la oposición, porque las medidas gubernamentales van a ser las aprobadas en el Congreso de los Diputados
– El segundo motivo es la corresponsabilidad en lo que llaman “posguerra”; es decir, evitar el coste político de las malas decisiones para la reactivación económica, la garantía del Estado del bienestar, el reforzamiento de la sanidad pública o la postura conjunta ante la Unión Europea para pedir financiación. El mal resultado será, en caso de producirse, un fracaso de todos, del Gobierno y de la oposición, porque las medidas gubernamentales van a ser las aprobadas en el Congreso de los Diputados. Y si dan resultado, Sánchez se presentará como el estadista que unió a todos para salvar la patria. En este punto hay quien recuerda a Winston Churchill: ganó la guerra pero perdió las elecciones de 1945. Sin embargo, esto no es una guerra, sino una pandemia provocada por un virus y una negligencia y tardanza gubernamental.
– El tercermotivo es neutralizar la creciente influencia de Pablo Iglesias. Los ‘podemitas’ ven en la crisis social y económica que está provocando el coronavirus una oportunidad para cambiar el régimen politizando el dolor desde el Gobierno. Unidas Podemos quiere acabar con el “modelo neoliberal” del “régimen del 78” y protagonizar una reconstrucción nacional basada en “la Constitución olvidada”. Junto a esta retórica hay una estrategia para tomar el poder que pasa por el recorte de libertades y la anulación de instituciones como las Cortes o el Rey. Esto asusta a Sánchez. No porque el presidente del Gobierno sea un paladín del orden constitucional, sino porque perdería el poder real para convertirse en un títere del líder populista.
Los votos de Abascal
-El cuarto motivo del empeño estaba en el resultado de una posible negativa del PP a la negociación. Los ‘sanchistas’ lo vinieron anunciando desde la tribuna del Congreso de los Diputados, las ruedas de prensa de la portavoz del Gobierno, y sus medios de comunicación afines. No hacía falta más que leer entre líneas los insultos de Adriana Lastra y Rafael Simancas. Si el PP se negaba sería tachado de “desleal”, “anticonstitucional” y “antidemocrático”, ligado a la “ultraderecha” de Vox. No en vano, socialistas y ‘podemitas’ repetían que el PP se empeñaba en conseguir los votos del partido de Abascal. Esto, además, serviría al ‘sanchismo’ una vez más de catalizador de la izquierda. “Reconstrucción o fascismo”, que decían los activistas de la política y su prensa.
Además, y he aquí el quinto motivo, si el PP se negaba, la puesta en marcha de la “mesa de reconstrucción” podría desestabilizar los pactos regionales de los populares con Ciudadanos. Esto era posible porque Inés Arrimadas se había entregado al supuesto patriotismo centrista como medio de recuperar una posición política en el tablero. ¿Cómo iban a funcionar los gobiernos autonómicos y municipales de PP y Cs si cada uno tenía una postura distinta respecto a la cuestión de nuestro tiempo: la reconstrucción?
Si el PP quedaba fuera, la mitad del relato ya estaba hecho y los populares serían ajenos a la nueva España
En todo caso, los ‘sanchistas’, y ahí va el sexto motivo, tendrían una oportunidad para ganar la batalla del relato de la “posguerra”. Desde el poder, con la libertad recortada, las instituciones a medio gas y con los medios a su favor, es muy fácil construir el cuento de los salvadores de la patria. Si el PP quedaba fuera, la mitad del relato ya estaba hecho y los populares serían ajenos a la nueva España. Aun así, la participación de los populares en la comisión parlamentaria para la reconstrucción no evita este peligro. Hay que recordar que se trata de Sánchez.
Y en la construcción de este personaje está el séptimo y último motivo para el empeño en estos pactos: el plan constante de forjar la imagen de Pedro Sánchez como hombre de Estado, el estadista del siglo XXI, el líder que asentó la democracia en España. Ya dijo con el traslado de los restos mortales de Franco que por fin un presidente del Gobierno había dado “dignidad” a la democracia. De ahí todo ese lenguaje bélico y la retórica hueca que usa, sobreactuando en cualquier comparecencia, y alargándose hasta la narcolepsia del espectador.
Dicho esto, equilibrando las ventajas y los inconvenientes, incluido el personaje y el talante del Gobierno socialcomunista, era preciso estar en la comisión parlamentaria. Es el menor de los males. Entre el consenso para controlar al adversario y la confrontación constante con un Gobierno tirado a la deriva autoritaria, no quedaba más alternativa.