- La cultura en general y el mundo del cine en particular se encuadran dentro de lo que podemos denominar como el ámbito del pensamiento de izquierdas
Con ocasión de la entregas de los premios Goya en su XXXVII edición, más de uno ha alabado y reconocido el valor de quienes subieron al estrado para recoger su premio y, al mismo tiempo, reivindicar el mantenimiento de la Sanidad pública e, incluso, animar a asistentes y televidentes a participar en la manifestación que, al día siguiente, domingo, se iba a desarrollar en la capital de España, en apoyo de la lucha que los sanitarios madrileños están llevando adelante ante el abandono al que la tienen sometida las autoridades de esa comunidad autónoma. Pero como este año la cita fue en un excelente auditorio de Sevilla, no existía ninguna cortapisa que impidiera a algunos de los premiados cantarle las cuarenta a la presidenta de la autonomía madrileña que, por descontado, no estaba físicamente presente en la sala en la que se celebraba el acontecimiento. Así que la valentía quedó algo difuminada porque el cante se hacía en tierra ajena a la reivindicación.
Sí estaban entre los asistentes el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, el ministro de Cultura y Deportes, Miquel Iceta y la Ministra de Igualdad, Irene Montero. Se daba por sabido que gente tan valerosa y tan de izquierdas no iba a tener piedad a la hora de pregonar y denunciar a la cara (ahora sí) de los gobernantes los errores cometidos con la llamada ley del “solo sí es sí”. Pobre ministra Irene Montero, pensaron algunos; la que le va a caer, y más, teniendo en cuenta que los discursos habían resaltado la mayor presencia femenina entre los elegidos por los jurados correspondientes.
Ni una sola palabra de conmiseración para las víctimas de esos redimidos por la nueva ley, que siguen sin entender que su sufrimiento se ve, de nuevo, agravado por los efectos perversos del sí es sí de marras
Sorprendentemente, ese asunto que está provocando la disminución de penas y la salida precipitada de prisión de algunos de los condenados por violencia sexual, no apareció en toda la noche. Ni una sola alusión para bien o para mal. Ni una sola palabra de conmiseración para las víctimas de esos redimidos por la nueva ley, que siguen sin entender que su sufrimiento se ve, de nuevo, agravado por los efectos perversos del sí es sí de marras.
Ante ese estruendoso silencio cabe preguntarse si a los que hablaron desde la tribuna durante tres horas largas no se les concedió más que el tiempo suficiente para hablar de sus familias y de sus equipos, evitando así que, al igual que en otras ediciones, los galardonados se metieran en harina de otro costal. ¿O tal vez el tribunal que aparentemente formaban las altas autoridades del Estado en la fila reservada a ellos fue el freno que impidió que se arrancaran por peteneras quienes tampoco quisieron decir ni media palabra sobre la guerra en Ucrania? Nadie se hubiera extrañado de que quienes se explayaron con toda la razón en el “No a la guerra” en tiempos y ediciones pretéritos hubieran denunciado la cruel y criminal agresión que está sufriendo ese país a manos del invasor ruso. Debe ser que esa guerra no merece la repulsa de alguna izquierda cinéfila o que quienes tenían intención de hablar de los criminales de guerra y de “solo sí es sí” se quedaron con la palabra en la boca por no haber recibido ni uno solo de los premios a los que optaban.
Si Carla Simón hubiera recogido un premio, habría podido denunciar la política contra la España vaciada, de la guerra en Ucrania y del “sí es sí”
Esa podría ser la explicación que algunos buscan para entender las razones de que solo tres películas se repartieran todos y cada uno de los galardones, quedando excluidas de los mismos otras cintas que, además, venían avaladas por el reconocimiento internacional. Alcarràs, que denuncia la sustitución de una plantación de melocotoneros por un parque de placas solares, se quedó sin un solo premio. Si su directora Carla Simón, hubiera subido a recoger uno, tal vez hubiera podido denunciar la política contra la España vaciada, el negocio de las plantas fotovoltaicas, de la guerra en Ucrania y del “sí es sí”. Nunca lo sabremos. Sí sabemos que Alemania la premió y que España la marginó.
No todo fueron silencios. Siempre nos quedará la dramática reivindicación que en su brillante discurso plasmó el presidente de la Academia del cine: “señor presidente, señor ministro, señoras ministras y ministrables. Les voy a pedir algo que seguramente no podrán concederme: que las pelis vuelvan a llamarse películas”. Creí que iba a seguir con películos y películes.
La cultura en general y el mundo del cine en particular se encuadran dentro de lo que podemos denominar como el ámbito del pensamiento de izquierdas. Como dijo William Edwards Deming, “Solo creo en Dios. Todos los demás, traigan datos”.
Pues, eso.