ABC 11/03/13
ESPERANZA AGUIRRE
Un dilema que no tiene solución y que está arrastrando al PSOE a un callejón sin salida. A no ser que alguno de sus líderes se deje de complejos, reivindique la E de sus siglas y ayude a todos sus militantes a redescubrirse como un partido nacional español.
Desde los primeros tiempos de la Transición hasta hoy, los socialistas españoles han mantenido una actitud profundamente ambigua, cuando no de absoluta complacencia, hacia las reivindicaciones nacionalistas. Esa constante ambigüedad les ha permitido, en muchas ocasiones, llegar a pactos con los nacionalistas y, lo que para los socialistas es muy importante, alcanzar y conservar el usufructo del poder.Poco o nada les ha importado a los socialistas españoles hacer suyas las reivindicaciones nacionalistas, incluso cuando esas reivindicaciones eran radicalmente contrarias al internacionalismo que inspiró a los fundadores del socialismo en España y en el resto de países del mundo.Quizás fuera la Guerra Civil el momento en que los socialistas y comunistas españoles, por el afán de unir a todas las fuerzas contrarias a Franco, dejaron de considerar a los nacionalistas como epígonos retrógrados del carlismo y empezaron a buscar pactos y colaboración con ellos, que siguieron durante los años de la dictadura.
Así se produjo el curioso fenómeno de que los herederos de la tradición marxista, es decir, los comunistas y los socialistas, unían sus fuerzas y sus reivindicaciones a las de los nacionalistas, sin importarles que, en algunos casos, hubieran incorporado concepciones racistas, como las de Sabino Arana.
Estas alianzas tan contra natura pueden darse en situaciones anómalas, como lo son una guerra civil y una dictadura. Lo que ya tiene más difícil explicación es que perduren después de 35 años de régimen democrático.
La diligencia con que comunistas y socialistas españoles han secundado a los nacionalistas en estas décadas y han traicionado sus raíces internacionalistas tiene difícil justificación. Una posible explicación a esa actitud colaboradora de la izquierda española con los nacionalismos la podríamos encontrar en los restos de su antifranquismo por medio de un curioso silogismo: si el franquismo ponía el acento en la unidad de España y el franquismo era intrínsecamente malo, estar contra todo lo que sea la unidad de España será intrínsecamente bueno. Puesto que los nacionalistas están contra la unidad de España, estar junto a ellos es un deber de todo el que se considere antifranquista, aunque sea un antifranquista retroactivo.
Este silogismo no tiene en cuenta que España no es un invento de Franco y sí que es una realidad histórica, cultural, afectiva, familiar, comercial y económica que tiene muchos siglos de existencia. Don Antonio Domínguez Ortiz nos habla de tres milenios
Pero sea por las razones que sea, la realidad es que nadie puede negar que el crecimiento de las tensiones nacionalistas y separatistas ha contado con esa complacencia hacia ellas de los partidos de izquierda españoles. Y ahí está el claro ejemplo de Zapatero pregonando que aceptaría cualquier Estatuto que saliera del Parlamento de Cataluña, como acabó haciendo, como si la soberanía nacional, que reside en el conjunto del pueblo español, se pudiera trocear.
Así, la complacencia de las izquierdas españolas ante los nacionalismos se ha convertido algunas veces en plena identificación con sus reivindicaciones, y en otras ocasiones nos hemos encontrado con que eran los partidos de izquierda los que encabezaban esas reivindicaciones.
Hasta llegar a la situación que acaba de crear el desafío independentista de CiU, ante el que los socialistas catalanes ya no saben qué hacer porque no quieren aparecer como separatistas pero tampoco quieren quedarse atrás ante la anticonstitucional propuesta de que la soberanía pueda residir en Cataluña y no en el conjunto del pueblo español. Un dilema que no tiene solución y que está arrastrando al PSOE, al resto de los socialistas españoles, a un callejón sin salida. A no ser que alguno de sus líderes se deje de complejos, levante la bandera de España, reivindique la E de sus siglas, y ayude a todos sus militantes a redescubrirse como lo que tiene que ser: un partido nacional español, incompatible con los nacionalismos separatistas. Y si, además, se redescubre como un partido socialdemócrata como el laborista británico o el SPD alemán, ajeno a veleidades izquierdistas, pues mucho mejor.
Levantar esa bandera es lo que hizo Rosa Díez en su momento y tuvo que irse. Ahora, ocho años después y cuando ya la crisis de los socialistas es indisimulable, a lo mejor ha llegado la hora de que revisen lo que han hecho en los últimos tiempos en relación con los nacionalismos.