La mera posibilidad de que ETA termine está ya generando actuaciones para reescribir la historia de la violencia. Una de las tentaciones más peligrosas: exculpar a los verdugos de sus responsabilidades diluyendo las responsabilidades individuales en un clima de culpas del que nadie en concreto es culpable.
En un libro de reciente aparición, titulado ‘Democracia, nacionalismo y terrorismo en el País Vasco’ (Ciudadanía y Libertad), advierte Eduardo Uriarte Romero que «no habrá nada que agradecer porque se acabe» el terrorismo de ETA y precisa que «ya se encargará el nacionalismo aledaño de hacerlo, o al menos de intentarlo». Vaticina que el nacionalismo democrático se mostrará «solícito» para que el final de ETA «no sea traumático».
Los anuncios que formula ‘Teo’ Uriarte han comenzado a hacerse realidad en las palabras de cualificados portavoces del PNV. Su presidente guipuzcoano, Joseba Egibar, afirmaba en una entrevista reciente (EL CORREO 26-12-10) que «Batasuna lleva toda la vida diciéndole a ETA que esto se tiene que acabar. A su modo, por vías directas e indirectas. Ahora el emplazamiento es público». Toda la vida diciéndole a ETA que tenía que acabar el terrorismo y la banda sin enterarse. Y los ciudadanos tampoco. Tal vez fuera que tantos cientos de manifestaciones celebradas por HB o Batasuna a lo largo de décadas al grito de «Gora ETA militarra» o «ETA mátalos» nos impedían entender el auténtico mensaje de fondo.
La línea argumental iniciada por Egibar está siendo seguida por otros en su partido cuando quieren atribuir a la evolución de la propia ETA y de Batasuna la actual situación de parón del terrorismo y las expectativas de final de la violencia. Se niegan a reconocer el menor mérito a la estrategia del Estado, a la eficacia de la persecución policial contra los terroristas y a los efectos derivados de la ilegalización de Batasuna. Si lo hicieran tendrían que reconocer que fueron ellos quienes se equivocaron cuando se opusieron a la aplicación estricta de la ley contra el mundo de ETA en su conjunto, una aplicación realizada de acuerdo con los parámetros garantistas de los tratados internacionales, como dejó sentado el Tribunal de Estrasburgo que, en algunos aspectos, se mostró más duro que los tribunales españoles a la hora de ilegalizar a Batasuna. Así que en vez de eso prefieren atribuir el mérito a quienes han sido arrastrados a la fuerza a empezar a cuestionar su propia historia.
Hay que precisar que no todos en el PNV están haciendo el mismo relato. El presidente de este partido, Iñigo Urkullu, suele ser más cauteloso en sus mensajes y, desde luego, mucho más exigente con Batasuna. El pasado 8 de enero, por ejemplo, advertía que el fin definitivo de la violencia «no será gracias a la autodenominada izquierda abertzale».
La mera posibilidad de que termine el terrorismo de ETA provoca no sólo el afán partidista de capitalizar la situación, sino que está empezando a generar actuaciones encaminadas a reescribir la historia de la violencia. Una de las tentaciones más peligrosas es la de exculpar a los verdugos de sus responsabilidades por los medios que sea, sobre todo diluyendo las responsabilidades individuales en un clima genérico de culpas del que nadie en concreto es culpable.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 1/2/2011