Ignacio Camacho-ABC

  • Como solía decir Guerra con ese desdén marca de la casa, «éstos nunca han tenido que ir a un entierro sin ganas»

El humo de colores con que los guionistas de La Moncloa suelen aderezar las sesiones de control en el Congreso salió ayer algo desvaído, casi ceniciento, con un tinte grisáceo. Las frases -nunca ideas- que le habían preparado a Sánchez carecían no ya de convicción sino de brillo para cuajar en consignas de argumentario. El laboratorio sanchista no encuentra modo de justificar la bienvenida a Bildu como socio de Estado, y relacionar a Casado con Trump resulta un recurso forzado, mal traído, como un comodín extemporáneo. El presidente está incómodo; sabe que las cuadernas del partido han crujido con ese pacto y que no funciona el torpe intento de negarlo. Hasta que Redondo invente algo, un señuelo, otra polémica, algún

escándalo, no le queda otra que pasar el mal trago y evitar cualquier referencia, aunque sea de soslayo, al asunto «non grato». El problema es que Pablo Iglesias está contento y no para de remover las brasas con un palo. Cada vez que blasona de su éxito estratégico pone en un brete a su aliado.

Además de violar el último tabú moral de la democracia, el abrazo con los herederos de ETA ha despertado del retiro a la vieja guardia. Guerra, Corcuera, Vázquez o Ibarra quizá estén amortizados pero el asunto puede activar a otras figuras como Redondo Terreros, Laborda o Solana. Hay malestar con el reproche de deslealtad que el líder dirigió sin ambages a gente comprometida en la causa como Fernández Vara. El libro de Antonio Caño sobre Rubalcaba promete algunas verdades amargas, pero el verdadero temor monclovita es que Felipe decida manifestar lo que piensa en voz alta. Ha sido mala idea enviar a Adriana Lastra a reivindicar su autonomía frente a la generación veterana; sólo le faltó decir que el Suresnes de Sánchez fueron las primarias y que matar al padre es una exigencia de emancipación freudiana. Al legado gonzalista le han salido muchas canas pero aún conserva ante el electorado del PSOE una cierta vitola sagrada, y en todo caso una cuestión es el adanismo juvenil y otra muy distinta tender la mano y poner buena cara a los continuadores del proyecto etarra. Como solía decir Guerra con ese desdén marca de la casa, «éstos nunca han tenido que ir a un entierro sin ganas».

Los arúspices más benévolos, las pedrettes -neologismo alusivo a aquellas alegres coristas de «Objetivo Birmania»-, prometen la compensación de un giro moderado después de los Presupuestos. Guiños a Cs, imposturas de centro. Pensamiento ingenuo que olvida por un lado el peso y la influencia de Podemos, y por el otro las facturas pendientes con el posterrorismo y los separatistas insurrectos. El precio del acuerdo es más alto que los movimientos de presos. Es cierto que toda generación tiene derecho a definir su propio modelo, pero en el Suresnes del 74 no sólo había audacia sino talento. El que se necesita para construir un país nuevo en vez de romperlo.