- Todo va a requerir el esfuerzo común y compartido para salvar tanto destrozo
“Pero en esta tierra tuya, donde hasta el respirar es todavía un escabroso problema, en este solar desgraciado en que aún no habéis podido llevar a las leyes ni siquiera la libertad del pensar y del creer, no me resigno al tristísimo papel de una sombra vana, sin otra realidad que la de estar pintada en los techos del Ateneo y de las Academias.
La paz, hijo mío, es don del Cielo, como han dicho muy bien poetas y oradores, cuando significa el reposo de un pueblo que supo robustecer y afianzar su existencia fisiológica y moral, completándola con todos los vínculos y relaciones del vivir colectivo. Pero la paz es un mal si representa la pereza de una raza y su incapacidad para dar práctica solución a los fundamentales empeños del comer y del pensar. Los tiempos bobos que te anuncié has de verlos desarrollarse en años y lustros de atonía, de lenta parálisis que os llevará a la consunción y a la muerte.”.
Así acaba el último Episodio Nacional de Benito Pérez Galdós, Cánovas. Fechado en 1912, esta última novela del gran fresco literario por antonomasia de la España del siglo XIX, con su definición de los tiempos bobos da la medida de una España átona, perezosa y de lenta parálisis, en el centenario de la Constitución de Cádiz, seguida de guerras civiles, asonadas, cuartelazos e inestabilidades sin tasa. Hoy, más de cien años después de aquellos tiempos bobos a los que se refirió el maestro Galdós, hemos de preguntarnos a dónde vamos como Nación.
Dónde va un país con una tasa de envejecimiento espantosa: en 1950, la edad media de los españoles estaba situada en 27,5 años de edad. Hoy debe andar aproximadamente en los 43 años. En el año 2050, está previsto que esa tasa se sitúe en los 53 años y medio, es decir, doblando la de un siglo antes. Dónde va un país donde en 2050 está previsto que un tercio de la población cuente 65 años o más de edad.
Es difícil pronosticar un futuro con unas estadísticas propias de un invierno –o un infierno- demográfico a muy pocos años vista. Las cosas se complican si tenemos en cuenta que en España los jóvenes se marchan del hogar familiar con una media superior a 29 años, en tanto en la Unión Europea esa marcha se produce a los 26 años. En países como Alemania, Francia, Holanda o Reino Unido, la independencia juvenil se alcanza antes de los 25 años.
La tasa de natalidad en España se sitúa entre los diez países más bajos del mundo, alrededor de 1,2 hijos por mujer, sin garantizar en modo alguno la tasa de relevo generacional, situada en 2,1 hijo por mujer.
Habrá que preguntarse qué porvenir tiene un gobierno con aliados enemigos no sólo de la nación, sino directamente del régimen constitucional de 1978 por el que nos regimos
En estas condiciones, cuando nos encontramos de forma permanente los indicadores económicos que nos anticipan que España es el país que menos PIB ha recuperado desde la pandemia en la Unión Europea, al tiempo que ha desbocado su deuda pública en este mismo período, con una inflación superior a la media de la Unión Europea, deberíamos comenzar a preocuparnos seriamente del futuro que nos espera si la política sigue como en la actualidad. Habrá que preguntarse qué porvenir tiene un gobierno con aliados enemigos no sólo de la nación, sino directamente del régimen constitucional de 1978 por el que nos regimos.
Habrá que preguntarse por el porvenir cuando es un gobierno entero y sus aliados parlamentarios, quienes desprecian sistemáticamente la oposición de la derecha, del Partido Popular.
Habrá que preguntarse por el porvenir cuando es un gobierno incapaz de acometer las reformas que hoy son urgentes, y que esperan desde hace ya largos años.
Sí, es la constatación de que muy lejos no se va por este camino, que desprecia al distinto, al que no es como uno mismo. Que tiene la tentación de unirse con los peores, sean los golpistas de ERC, los herederos del terrorismo, Bildu, o nacional populismo en clamorosa crisis, como es Unidas Podemos. Es la constatación de que la política se convierte en una actividad irracional, pues su finalidad tiene que ser siempre la de construir acuerdos que permitan avanzar. Aquí, al contrario, se trata de romper cualquier posibilidad de acuerdo, convertir cada agujero en una trinchera.
La sensación de que no existe un programa para hablar claro y limpio a los españoles, para explicar las tareas por hacer, los acuerdos que se precisan
Y mientras, el Gobierno recibe una y otra vez advertencias de que las cosas han de variar. Lo dice la Comisión Europea, lo dice el último informe del Banco de España, lo dicen en definitiva todos los especialistas que miran cómo lo hace nuestro país. Que ven una deuda pública desbocada, que ven una inflación superior a la media de la Unión Europea, que ven unos desajustes a los que no se les pone tasa. Y mientras, la sensación de que no existe un programa para hablar claro y limpio a los españoles, para explicar las tareas por hacer, los acuerdos que se precisan. No existe ese programa, no ha existido a lo largo de toda la legislatura.
Son muchas las instituciones tironeadas en este tiempo: la última, el CNI, decapitada sin ton ni son, desacreditada ante nuestros aliados internacionales. Y así van el Poder Judicial, el CIS, la Jefatura del Estado, y cuantas queramos anotar.
Todo va a requerir el esfuerzo común y compartido para salvar tanto destrozo. O en caso contrario nos encaminaremos a un refuerzo de los tiempos bobos que ya venimos padeciendo, y que nos convierta a la Nación española en átona, débil, sin fuerza ni músculo, atravesada de discordia, de la que nada, absolutamente nada, podrá salir en condiciones rigurosas y solventes.