Jesús Cacho-Vozpópuli

A poco más de una semana de la vuelta de Donald Trump al Despacho Oval, este sentimiento recorre el mundo de una punta a otra

Clasificada como canción protesta, The Times They are a-Changin, uno de esos himnos que marcaron nuestra juventud y la de millones de personas en todo el mundo, ha sido considerada siempre como un reflejo de lo que se ha dado en llamar “brecha generacional”. Su autor, el laureado Bob Dylan, se encargó sin embargo de aclarar a poco de lanzarla, primeros de los sesenta, que no se trataba de una declaración, sino de un “sentimiento”. A poco más de una semana de la vuelta de Donald Trump al Despacho Oval, el sentimiento de que los tiempos están cambiando recorre el mundo de una punta a otra. Para unos, como una manifestación de entusiasmo exacerbado; para otros, con una sensación de pánico atroz. Porque, el hombre más poderoso del mundo a partir del próximo lunes 20 de enero, no llega solo, que, a diferencia de lo ocurrido en 2016, viene esta vez acompañado por el hombre más rico del mundo, un campeón tecnológico que a su colosal fortuna une los 212 millones de seguidores que comparten la red social X, y que parece haber descubierto una inusitada pasión por la geopolítica, asunto que trae de cabeza a los líderes mundiales y que, en el caso de los de la Unión Europea, produce escalofríos.

Estamos ante un cambio de dimensión histórica. Aclarémonos. Quienes peinamos canas estamos obligados a ser precavidos y no por precaución sino por experiencia. Es demasiado pronto para sacar conclusiones de lo que se avecina, son demasiado evidentes las incógnitas. Las apelaciones a la ocupación de Canadá, Groenlandia y Panamá no pueden interpretarse literalmente (“simplificación excesiva” como aquí escribía el viernes Víctor González Coello de Portugal, uno de los españoles mejor relacionados con el Partido Repúblicano, para quien “no hay que escuchar lo que dice Trump, sino lo que quiere”), so pena de tener que condenar la idea por inaceptable y disparatada. Por imperialista. No menor intranquilidad produce su cercanía a acreditados tiranos tipo Vladímir Putin, por no hablar del riesgo que para el comercio internacional y el crecimiento implicaría su disruptiva política arancelaria. Alguien ha aludido a la “teoría del caos”, sistemas cuyo comportamiento desordenado es casi imposible de predecir pero capaces al tiempo de provocar creatividad e innovación, al hablar de la relación de un político atrabiliario como Trump con un tipo cuyas habilidades como empresario tecnológico están más que demostradas pero cuyas virtudes como político son una peligrosa incógnita. Ello sin olvidar la demostrada capacidad de Trump para despedir amigos a la misma velocidad que los contrata. Acuerdense de Steve Bannon.

Quienes peinamos canas estamos obligados a ser precavidos y no por precaución sino por experiencia. Es demasiado pronto para sacar conclusiones de lo que se avecina, son demasiado evidentes las incógnitas

Las cosas, en efecto, están cambiando. El mundo está a punto de experimentar una mutación histórica. Una “ola global de revisionismo derechista”, decía ayer el diario sanchista de la mañana. Cambio político monumental en Washington, que recuerda el vivido en los ochenta cuando Ronald Reagan asumió la presidencia con la promesa de revitalizar la economía y devolver a América su esplendor. En realidad ya han cambiado. Elon Musk se enorgullece estos días de haber acabado con ese wokismo que tanto daño ha hecho a Estados Unidos y al resto del antaño llamado “mundo libre”. Quien se bate en retirada es la izquierda neomarxista (el comunismo de siempre, para qué engañarnos, travestido de ecofemismo, racialismo y demás ismos al uso) y el consenso socialdemócrata que ha gobernado Europa desde el final de la II Guerra Mundial y que ahora se ha hecho fuerte, infectado por el virus woke, en la burocracia de Bruselas. Es el péndulo libertario dispuesto a acabar con la pesadilla que para las libertades ha supuesto el colectivismo (comunitarismo, lo llaman piadosamente algunos) disfrazado de “justicia social”, resuelto a ventilar sociedades infectadas de socialismo, acabar con el trato desigual ante la ley, los cepos a las libertades individuales, los impuestos confiscatorios, el castigo a las empresas y todo lo demás. Todo ha empezado a cambiar en Estados Unidos ¡y a qué velocidad! Aferrados a las faldas del Partido Demócrata y fervientes opositores de Trump durante su primer mandato, el resto de multimillonarios tecnológicos –Mark ZuckerbergJeff Bezos (y su Washington Post), Tim Cook– han cambiado de acera rápidamente y ahora se alinean uno tras otro con el 47 presidente de los USA y su nuevo gurú, el “tío Elon” como se le conoce en Mar-a-Lago. Particularmente escandaloso el golpe de timón protagonizado por Zuckerberg y su Meta esta semana. El dinero, que no la poesía.

La apisonadora libertaria mantiene acollonada a esa cofradía de mediocres, a menudo también malvados, personajes que controlan la política europea. Por ejemplo, al primer ministro británico, el socialista Keir Starmer (Keir Starmtrooper, como lo denomina Musk). El dueño de Tesla y SpaceX ha prestado un gran servicio a la Justicia, siquiera retrospectiva, al sacar a la luz la tragedia vivida por miles, se habla de hasta 20.000, jóvenes británicas de humilde condición víctimas de bandas de violadores formadas en su mayoría por paquistaníes, bandas que funcionaron durante más de una década sin ninguna reacción real por parte de las autoridades, temerosas de ser acusadas de racismo y de perjudicar el mantra del “multiculturalismo” impuesto por las elites globalistas. La responsabilidad en lo ocurrido de Starmer, para quien investigar esas violaciones es “subirse al tren de la extrema derecha”, es excepcional habida cuenta de su condición, a partir de julio 2008, de jefe de la Fiscalía de la Corona (CPS) y director del Ministerio Público, obligado como estaba a utilizar a la policía en la apertura de líneas de investigación y decidir sobre los cargos a presentar contra los malhechores. Como explicaba aquí Irene González el miércoles, “es el sacrificio de miles de niñas europeas vulnerables en el altar de la multiculturalidad por un puñado de votos”.  Es la constatación de que la seguridad (y, en el fondo, la libertad) de las mujeres es el precio a pagar por la búsqueda de esa aventura multicultural Los movimientos feministas europeos no han dicho esta boca es mía sobre “uno de los escándalos más repugnantes ocurridos en Gran Bretaña” (Allison Pearson en The Telegraph), y lo mismo cabe decir de los españoles. El diario El País (BuenoPepa, muévete, cariño!), tan proclive siempre a manosear el tocamiento del cura del pueblo al monaguillo o del fraile al seminarista, guarda sepulcral silencio.

Quien se bate en retirada es la izquierda neomarxista y el consenso socialdemócrata que ha gobernado Europa desde el final de la II Guerra Mundial y que ahora se ha hecho fuerte, infectado por el virus woke, en la burocracia de Bruselas

Mucho más preocupados están en Bruselas y alrededores con el apoyo prestado por Musk a Alice Weidel, la líder de Alternativa para Alemania (AfD). Para los eurócratas, se trata de una intolerable intromisión en la política europea. Nunca les ha preocupado la responsabilidad de los SorosGatesSchwab y demás millonarios filántropos de izquierdas en ese cáncer, por ellos auspiciado, en que se ha convertido la inmigracion musulmana en Europa y los problemas de inseguridad provocados en nombre de un multiculturalismo imposible. No les ha preocupado los miles de millones invertidos por esos abanderados de la ingeniería social en el viejo continente. Según una investigación llevada a cabo por The Times, publicada el 20 de diciembre, Londres se ha convertido en la capital europea de la Sharia. Hasta 85 “tribunales de la Sharia” regulan actualmente matrimonios –algunos polígamos–, divorcios o herencias en Gran Bretaña, creando un sistema de justicia “privatizado” que penaliza a las mujeres a espaldas de la justicia del Estado. George Soros fue el primer personaje al que recibió Sánchez en junio 2018 nada más poner sus posaderas en Moncloa. Lo ha aclarado este jueves Giorgia Meloni con la contundencia que le caracteriza: “Musk ha financiado con luz y taquígrafos la campaña electoral de su candidato, algo bastante común en Estados Unidos. Pero hasta donde yo sé, no financia partidos, asociaciones o políticos en el resto del mundo, que es lo que hace Soros, por ejemplo, y eso sí es una intromisión inaceptable en la soberanía de los Estados. ¿El problema es que Musk tiene influencia y es rico, o el problema es que no es de izquierdas?”.

Para Europa, la llegada de Trump a la Casa Blanca y su alter ego es un caso de “susto o muerte”. “El panorama político es un campo de ruinas”, aseguraba ayer mismo Gabriel Attal, actual presidente del grupo Ensemble pour la République (EPR) en la Asamblea Nacional a Le Figaro, “que deja pocas esperanzas de grandes reformas y avances. El objetivo de los próximos meses para Francia, dada nuestra situación política y económica, no es tanto hacer una revolución como salvar lo que aún pueda salvarse”. En el mismo ambiente derrotista se manifestaba hace días el ministro para Asuntos Europeos del nuevo Gobierno Bayrou, para quien “Europa corre el riesgo de ser borrada pura y simplemente”. Según Benjamin Haddad, “queríamos convencernos de que la elección de Trump en 2016 fue solo un accidente, pero ahora vemos que la transformación es estructural. Esto no significa que debamos abandonar nuestro modelo y volvernos como los demás. Pero para defenderlo debemos comprender las nuevas reglas”. Erre que erre, las elites europeas siguen sin asumir que no se trata de defender un modelo que hace agua, sino de cambiarlo para mejorarlo. Transformarlo -democratizarlo, desburocratizarlo- para hacerlo competitivo y, sobre todo, para mejorar la vida de los ciudadanos europeos, no para amargársela. Más peligrosa aún es la tentación totalitaria que asoma por la mente de ciertos “notables” del continente. Lo explicaba ayer el europarlamentario Hermann Tertsch: “El ex comisario Thierry Breton amenaza con que la UE anulará todas las elecciones que se produzcan en países europeos cuyos resultados considere fruto de interferencias externas. «Lo hicimos en Rumanía y obviamente lo haremos en Alemania si es necesario»”. Breton, que también amaga con censurar o prohibir la red X de Musk en Europa, “viene a decir que la CE anulará, con el argumento, justificación o pretexto de injerencias extranjeras, todas aquellas elecciones cuyos resultados no satisfagan ideológicamente a Bruselas”.

Sánchez, un peligro para las libertades democráticas, está en la lista de los enemigos de Estados Unidos. También en la de Israel. Su final está cada día más cerca. Pero lo echaremos los españoles. Sin la menor duda

Una amenaza que apunta directamente a España. Empezamos a entender por qué Sánchez tiene tantos amigos en Bruselas. Y por qué Bruselas ha dejado de ser una salvaguardia, como tantas veces imaginamos tantos, para la supervivencia de la democracia en España, un país que se desliza aceleradamente hacia el modelo bolivariano que Maduro representa en Venezuela. Lo decía esta semana García-Margallo, entrevistado en Vozpópuli por Gabriel Sanz: “Sánchez se parece cada día más a Maduro”. Incluso físicamente. El panorama de un mundo ganado para la causa libertaria, con la negra excepción de una España convertida en pata europea de las dictaduras latinoamericanas, no puede resultar más desalentador. A través del diario dependiente de la mañana, Sánchez ha acusado a Musk (sin nombrarlo, que nuestro gañán es cobardón) de «atacar nuestras instituciones, difundir el odio y apoyar a los nazis». Ayer mismo manifestaba, a través del mismo panfleto, lo que piensa de Trump: “el presidente convicto de Estados Unidos”. La respuesta de la capital del imperio ha consistido en nombrar como embajador en Madrid a Benjamín León Jr., un empresario cubanoamericano, declarado anticomunista, en un claro mensaje a Sánchez y su política exterior proclive a regímenes autoritarios tipo Cuba, Venezuela o Nicaragua. Sánchez, un peligro para las libertades democráticas, está en la lista de los enemigos de Estados Unidos. También en la de Israel. Su final está cada día más cerca. Pero lo echaremos los españoles. Sin la menor duda. Lo sabe tan bien que cada uno de los movimientos que a la desesperada se ve obligado a emprender para evitar la cárcel -la suya y la de su señora-, tal que esa abracadabrante “Proposición de Ley de Garantía y Protección de los Derechos Fundamentales frente al acoso derivado de acciones judiciales abusivas” anunciada esta semana, no hacen sino acercarle a esa meta. Su hora está próxima.