Miquel Giménez-Vozpópuli
Cuando hizo pública su candidatura se despertó una gran expectación. Pero ha cometido en poco tiempo tres errores que pueden malograr su éxito
Primer error: elegir malas compañías
Cuando pretendes ocupar un lugar en política has de tener claro con que instrumentos pretendes hacerlo. El voto de los que no comulgan con el separatismo está huérfano en buena medida en la Cataluña actual. Finalizada la operación de cargarse a un PP, que se rindió con armas y bagajes al nacional separatismo en aquel hara kiri que supuso el pacto del Majestic, con unos podemitas que, dignos herederos del PSUC, solo saben dar lametazos a la burguesía y un PSC entregado a la neo convergencia, lo único que quedaba para batir era Ciudadanos. Arrimadas prefirió optar por quejarse amargamente en el Parlament, en lugar de desarrollar una estrategia más acorde con la del partido que había ganado las elecciones. Una lástima.
En ese contexto nace la candidatura de Valls, apoyada por la formación naranja. A pesar de que insista en ofrecer a socialistas y populares sumarse a ella, a poco que se conozca la política catalana se puede adivinar qué tal cosa es imposible. Al candidato solo le apoyarán los de Rivera y aún gracias. Cree Valls que esto es Francia y ahí radica su primer error, pretender sumar formaciones que no comparten la misma visión acerca de la carta magna, pues no son lo mismo populares que socialistas. Valls debería dirigirse al votante naranja, efectivamente, pero también a todos los que, sin haber votado a Rivera o a Arrimadas, tienen ganas de que esta pesadilla termine.
¿Podrá hacerlo con su actual equipo? Imposible, puesto que provienen de la vieja guardia maragallista. Aquella política pasó, las campañas de Barcelona, posa’t guapa. Los barceloneses no quieren ponerse guapos. Quieren orden, ley, seriedad, normalidad, respeto. Las veleidades de Pasqual están fuera de lugar. Se ha degradado tanto la ciudad que, para los electores, lo que cuenta es la firmeza, no el guiño simpático. De ahí que, o cambia radicalmente de equipo, o la hostia será antológica.
Segundo error: demonizar a Vox
Cada vez que Valls habla del partido de Abascal, equiparándolo al de Le Pen, comete otra equivocación garrafal. Y pierde votos. De entrada, a muchos de sus posibles electores lo de VOX no les parece mal. Es más, si el PP ganó en Badalona, arrebatándosela a la izquierda caviar, fue porque GarcíaAlbiol supo leer a los votantes de su ciudad, ofreciéndoles una receta sensata: que se cumpla la ley y que sea igual para todos.
Valls insiste en el pacto entre grandes partidos, pero vuelve a equivocarse, porque ni los socialistas están por defender una constitución que solo quieren cambiar para dar satisfacción a separatistas y podemitas. No es de recibo, pues, hablar del partido verde como una banda de maleantes, cuando en el País Vasco una dirigente del PSOE comparte mesa y mantel con el etarra Otegui. Si VOX obtuviese representación en el consistorio, Valls tendría que tragarse sus palabras, porque antes se pondría de acuerdo con el los de ese partido que con Iceta. ¡Nefasta influencia de sus asesores!, que defendían el pacto del Tinell como cordón sanitario para frenar a los populares. Una pésima estrategia.
Tercer error: no saber a quién se dirige
Valls está haciendo una campaña a medio gas, errática, lejana a aquel hombre que escuchamos en el acto de Societat Civil, el mismo que puso el paño al púlpito a un grupito de empresarios y periodistas paniaguados en una cena privada, afeándoles su cobardía. El Valls que, junto con Borrell o Corbacho, podían representar la izquierda no nacionalista. Aparece en las entrevistas cansado, con un castellano manifiestamente mejorable, como un burguesito más. Pero no le bastan los votos del Eixample, tendrá que ir a Nou Barris, a Sant Martí, a los viveros socialistas que, hartos de bailoteos icetianos, se fueron a sus casas muriéndose de vergüenza ajena.