Ángel A. Giménez-El Confidencial
- Reunificación de sus espacios ideológico y político, la puesta a punto de sus formaciones y la mejora de la comunicación son los tres grandes desafíos de los dos líderes para la España del momento, ni siquiera para el largo plazo
Antes de que Isabel Díaz Ayuso convocara las elecciones madrileñas, Pedro Sánchez era un presidente relativamente feliz. La pandemia seguía arañando vidas, pero las vacunas apuntaban al optimismo. Las secuelas económicas tan severas se seguían agravando, pero no cesaban los augurios entusiastas sobre una recuperación veloz.
Antes de que Isabel Díaz Ayuso convocara las elecciones madrileñas, Pablo Casado era un dirigente político relativamente triste. La crudeza de la pandemia no desgastaba a Sánchez, las suspicacias sobre la llegada de los fondos europeos ni le rozaban y su notoria debilidad parlamentaria no traspasaba las paredes del Congreso. En Ferraz, las ventanas daban al futuro. En Génova, pensaban en cómo vender la sede.
Después del 4-M, Sánchez está contrariado y mosqueado. Casado, en cambio, es pura energía. La política es como las finales de Champions entre el Real Madrid y el Atleti. Es como el gol de Ramos en Lisboa, como el penalti que falla Griezmann en Milán. Antes todo era sanchismo, y ahora todo es casadismo (o ayusismo, hilando más fino).
La posible concesión de los indultos a los presos del ‘procés’ ha hecho jirones el ropaje del presidente. Su equipo más cercano está cuestionadísimo y en Ferraz sacan la ropa del tendedero porque se avecina una buena tormenta. El PSOE se ha conjurado para hacer un valiente trabajo de explicación, pero como dice un diputado socialista en un Parlamento autonómico: «En mi comunidad no hay relato que valga; es el principio del desastre». Asesores del presidente recuerdan el calvario que vivió Zapatero cuando empezó a negociar con ETA su final. Recuerdan también, obviamente, la euforia que se desató cuando ETA anunció el principio de su final.
El verano de 2021 tendrá menos pandemia y más economía, y el ambiente social cambiará. El problema es que también tendrá el conflicto territorial de siempre con el territorio de siempre, y eso es algo que azuza emociones oscuras. La clave no residirá, sin embargo, en cómo salgan Sánchez y Casado del verano, sino en cómo lleguen al año que viene. A continuación, las tres principales tareas de cada uno para 2022, que son las mismas, como verán, pues el objetivo de ambos también lo es.
Los tres retos de Pablo Casado
1. La reunificación. Cuenta Paloma Esteban en la edición de este viernes que hace unos días el líder del PP almorzó en privado con su homóloga de Cs, Inés Arrimadas. La moción fallida en Murcia rompió la buena relación que tenían. Ha durado poco el divorcio, porque Casado sabe que la operación de acoso, derribo y absorción de las siglas naranjas tiene que ocurrir, pero al menos que sea de modo elegante y hasta afable. Arrimadas sabe, por su parte, que la debilidad de su partido es extrema y que le conviene apaciguar las ansias invasivas de Teodoro García Egea. Como también recalcó Paloma Esteban, la formación liberal se ha dado un par de meses para conocer las sensaciones de sus delegaciones autonómicas y locales y tomar una decisión en la convención de julio: integración o autonomía.
El sistema electoral español ha dejado bien claro que cuanto mayor sea la unificación dentro de cada bloque, más opciones de victoria. En Génova, acarician la descomposición de Ciudadanos y deducen el estancamiento de Vox, lo que los eleva a una horquilla de entre 120 y 140 escaños. Es probable, visto lo visto, que Casado y Arrimadas piensen, si no se lo han dicho ya, que el único camino hacia el ‘win-win’ pasa por la coalición.
Para reconquistar cada baldosa, era necesaria una tropa de cargos desacomplejados. Los ‘teos’ han ocupado varios puestos con esa misión
2. La regeneración del partido y de las ideas. A la dirección nacional le queda por cerrar la renovación en Baleares, Cantabria, Extremadura y Madrid. En las provincias y en las restantes autonomías, ha culminado el proceso que se marcó el secretario general, Teodoro García Egea. El equipo de Casado, poco después de mudarse a la séptima planta de la sede, la zona noble, comprobó que el partido, a escalas local y regional, se había encerrado en sus cuarteles y desconectado de la calle. Para reconquistar cada baldosa, era necesaria una tropa de cargos desacomplejados y aguerridos. Los ‘teos’ han ocupado varios puestos de responsabilidad con esa única misión, especialmente en la Comunidad Valenciana. Una vez asentadas las nuevas estructuras en cada lugar, tocará el momento del renacimiento en País Vasco y Cataluña, donde los populares caminan al filo de la desaparición.
En octubre, en un fin de semana por determinar, se celebrará la convención llamada a rejuvenecer las ideas del Partido Popular y a exhibir ante la opinión pública la musculatura de gestión que ha ganado, tanto por la aportación de los barones como de los alcaldes; tanto por la aportación de exministros y expolíticos como de empresarios de renombre y figuras civiles. Casado quiere salir del cónclave con el traje presidencial.
3. La comunicación. A algunos cargos del PP sorprendió que el líder, tras una aparente sintonía con Sánchez en la irrupción de la crisis migratoria de Ceuta, se descolgara en el Congreso con diatribas al jefe del Ejecutivo. Luego, con un llamamiento a la unidad. Y luego, otra vez, con críticas. Esos vaivenes, a veces hinchados, a veces justificados, lastran la capacidad de Casado para colar el mensaje. Una semana después, no se sabe bien qué papel jugó en la llegada de miles de ciudadanos marroquíes: si el del estadista o el del líder de la oposición. Mal negocio cuando en cinco meses, en la convención, el objetivo es mostrarse como el candidato que mejor conoce España.
Los tres retos de Pedro Sánchez
1. La reunificación. Iván Gil informa este viernes de que en el PSOE hay un cabreo considerable con Moncloa por haber anticipado, quizá demasiado pronto, que los indultos a Junqueras y compañía serán una realidad. Hace tiempo que los cuadros altos y medios federales observan con estupor la evolución de los acontecimientos. A la campaña errática del 4-M en Madrid han sumado estos días la parafernalia del acto sobre la España de 2050 (aun reconociendo que el documento es muy bueno, dudan sobre la conveniencia del momento) y la confusión actual con la medida de gracia. La reunificación inmediata que debe acometer el líder del PSOE es la de su partido, que si bien no tiene nada que ver con aquella tropa desmelenada que le quitó el poder en 2016, alberga aún focos de discrepancia. Unos lo dicen, Page, por ejemplo, y otros se callan, pero haberlos haylos.
La siguiente reunificación a la que aspira Sánchez es la del espectro ideológico. Aquí, ha enseñado algunos titubeos. La estrategia de virar al centro para rescatar votantes que residieron en Cs se ha demostrado un error. La estrategia de caminar hacia la izquierda, en reedición del ‘no es no’, puede que le quede demasiado lejos, pero es por la que apostará una vez ha constatado que Podemos está en desbandada y que a Íñigo Errejón la incursión en determinados territorios esenciales le será costosa. La pelea por la izquierda promete ser muy interesante.
2. La regeneración del partido y de las ideas. A la lucha por el espacio de la izquierda, quiere llegar Sánchez con el partido a su medida, rejuvenecido y profesionalizado. Es sabido, como adelantamos en El Confidencial, que el presidente incluirá en la ejecutiva a cargos sin pedigrí orgánico y altas dosis de feminismo y juventud. El equilibrio en el que quiere caminar es muy fino, pues la prioridad es implantar gestión y conocimiento con valentía y arrojo. La pugna por el futuro de la política se hará también con un PP en auge. Sánchez quiere ser lanzadera de la socialdemocracia europea, y quiere serlo con una organización ágil, más fibrosa en organigrama y muy resolutiva. Tomar (ideológicamente) la calle y, a la vez, cocinar la política europea del futuro en los despachos de Madrid y de Bruselas es su prioridad.
3. La comunicación. Es posiblemente el gran lastre del presidente. Aquel Sánchez de 2014 que se quedaba a dormir en casa de los militantes para que le contaran cómo veían el partido ha muerto. Es evidente que un presidente no puede dormir de casa en casa, el nomadismo no rima con la idiosincrasia de Moncloa ni con el humor de su jefe de Seguridad. Pero el Sánchez que arrasó en las primarias de 2017 se ha vuelto arisco y la empatía la perdió. A su alrededor, ha levantado un gabinete mastodóntico de gente muy buena y muy preparada que hace muchas cosas de las que el presidente no saca partido. Gobernar con el contexto en contra es francamente complicado, eso no se puede obviar. Sin embargo, a Rajoy, en 2015, le pasaba eso mismo. Pero supo aprovechar el cambio del viento económico y social para humanizarse un poco, andar rápido y tomar alguna copa de vino. Logró estar en Moncloa tres años más.