Antonio Robles, LIBERTAD DIGITAL, 9/9/11
Quizás lo peor no es que mientan unos cuantos, sino que callen y consientan tantos.
Detrás de la inmersión sólo hay mentiras. Durante muchos años los catalanistas negaron que no se pudiera estudiar en castellano, y cuando no se pudo sostener más la mentira, la justificaron por ser el instrumento imprescindible para mantener la cohesión social. Inútil argumentar razones. Se han dado todas. Éticas, políticas, pedagógicas… A fecha de hoy, algunos sabemos que el nacionalismo no tiene razones, por eso publica solo mentiras.
Mienten cuando sostienen que el Tribunal Constitucional consagró la inmersión lingüística en su sentencia de 1994. Ni esa sentencia, ni ninguna otra de ningún otro tribunal, han avalado nunca la inmersión. Mal podría avalar la inmersión lingüística la sentencia 337/1994 del TC, cuando la causa que dio lugar a dicha sentencia tuvo su origen en una demanda judicial presentada por el abogado Gómez Rovira en 1983 en defensa de la enseñanza en castellano para sus hijos contra algunos artículos de la Ley de normalización Lingüística de ese año, cuando aún faltaban nueve para que se publicara el Decreto de inmersión lingüística de 1992. Por supuesto, el Tribunal Constitucional nada dice al respecto del concepto de inmersión, y cuando en un voto particular se hace referencia a ese modelo pedagógico, es para remarcar su inconstitucionalidad. Sin embargo sí hace mención, y con todo detalle, al concepto de «conjunción lingüística» o de «bilingüismo integral», cuyo modelo implica que catalán y castellano han de convivir como lenguas vehiculares y ninguna de ellas puede ser exclusiva ni excluyente. O sea, lo contrario de la inmersión.
Mienten cuando publican que el auto del TSJC que da un plazo de dos meses para habilitar al castellano como lengua vehicular en el sistema escolar catalán, tal como ha sentenciado el TS y ha fallado en sentencia el TC, creará dos escuelas separadas por el idioma. Mienten, porque la conjunción lingüística consagra la impartición de las materias en los dos idiomas, pero no en clases separadas.
Mienten, cuando acusan de segregar a los niños por razón de lengua, cuando la única segregación que existe es la que practica el actual sistema, donde unos niños son segregados, es decir, separados de su propia lengua y obligados a estudiar en otra.
Mienten, cuando alarman a la sociedad con la quiebra de la cohesión social, si se permitiese estudiar también en castellano. A finales de los setenta, en plena democracia, y principios de los ochenta, así se hacía y nunca como entonces hubo tanta libertad y paz social.
Mienten cuando difunden que los tribunales españoles quieren acabar con el catalán y llaman al desacato. Mienten cuando acusan al PP, a C’s y a CCC, la asociación presidida por Francisco Caja que ha ganado el pulso jurídico al Gobierno de la Generalitat, de querer echar a la lengua catalana de la escuela, cuando los primeros solo aplican la ley y los segundos defienden la cooficialidad que garantizan los derechos lingüísticos de todos.
Mienten cuando acusan a los padres castellanohablantes de robar a sus hijos el aprendizaje de la lengua propia de Cataluña, cuando son ellos los que están empeñados en apartar a esos niños del sentimiento cultural y lingüístico de sus padres. Y encima simulan escandalizarse ante la suciedad de sus propias mentiras: «Me sorprende que un padre quiera que su hijo hable un idioma y no dos», inventa Muriel Casals, presidenta de Omnium Cultural, con cara de mosquita muerta. Hay que estar muy fanatizada o tener muy mala uva para arremeter contra unos padres preocupados por defender los derechos de sus hijos en un mundo donde tantos pasan de ellos.
Mienten cuando envenenan la buena fe de miles de catalanes aseverándoles que sólo si se estudia únicamente en catalán se puede asegurar su supervivencia. ¡Cuánto caradura y qué falta de coraje de quienes tienen responsabilidad y preparación para denunciar el infundio! Nunca antes estuvo mejor defendido el catalán como con la Constitución actual, ni nunca fue mayor su importancia.
Mienten cuando dicen que el nivel de castellano bajo la inmersión en Cataluña es idéntico al resto de España, cuando no hay un solo estudio sostenido en el tiempo sobre la materia y, en las pruebas de selectividad de Cataluña, el grado de dificultad del exámen de castellano respecto del de catalán es cada año más bajo. Mienten doblemente, porque el verdadero fracaso está en el abandono escolar, precisamente el doble entre castellanohablantes.
Mienten cuando acusan a los padres que se han atrevido a demandar en los juzgados lo que siempre le han negado en las escuelas, de ser enemigos de Cataluña y que se niegan a aprender catalán. Además de mentir, ofenden a la inteligencia de unos padres que nunca han hecho incompatible su derecho a estudiar en castellano con el deber de aprender y usar el catalán.
Mienten cuando, amparándose en que la lengua catalana «es un tesoro», «el ADN de Cataluña», «el alma de la nación» sin la cual la esencia de Cataluña desaparecería, en realidad sólo se están parapetando tras la épica fascista de la nación para excluir al castellano como lengua legítima de Cataluña.
Y mienten cuando defienden a la inmersión sólo en catalán para salvar una lengua, cuando en realidad sólo es un instrumento de construcción nacional. Reparen en el editorial del diario nacionalista El Punt Avui del 7/09/2011 llamando a la rebelión contra la sentencia que tanto recuerda a las declaraciones de Artur Mas: «El catalán no es un elemento más de la cultura del país. Es su nervio y la columna que lo vertebra. Otros pueblos basan su personalidad en la religión, en los derechos históricos, en la situación geográfica (…) Por tanto, cualquier intento de discutirla o escatimarla es un ataque a la esencia del país y obliga a manifestar que su pervivencia y fortaleza son irrenunciables«.
Quizás lo peor no es que mientan unos cuantos, sino que callen y consientan tantos.
Antonio Robles, LIBERTAD DIGITAL, 9/9/11