Ignacio Camacho-ABC

  • Ante un Maduro abandonado hasta por sus correligionarios más cuerdos, el Gobierno español sigue la estela de Zapatero

Una cosa sabemos los españoles antes que el resultado de las elecciones de Venezuela. Y es que el Gobierno ha apostado por Maduro en contraste con la distancia o la prudencia marcada por Lula, Boric y otros líderes de izquierda pertenecientes al Grupo de Puebla. Tampoco es una sorpresa después de que España encabezase la propuesta de retirar las sanciones de la Unión Europea y de que un ministro recibiera en Barajas a Delcy y sus maletas. Si el autócrata resiste, lo que sólo podría ocurrir mediante un pucherazo o golpe que dé la vuelta a la amplísima ventaja de la oposición en las encuestas, Sánchez se ufanará de haber mantenido la posición pragmática correcta –los principios nunca los ha tenido en cuenta– en defensa de unos intereses nacionales de supuesta importancia estratégica. Pero en caso contrario carecerá de legitimidad para dialogar con unos vencedores que siempre han desconfiado de él porque saben a qué juega, con quién se alinea y qué papel desempeña.

Entre la libertad y la tiranía, el sanchismo ha elegido la tiranía. La que defienden sus socios y la que representa Zapatero como interlocutor preferente del patético caudillo chavista. Esa actitud complaciente con el despotismo bananero constituye en primer lugar un desaire a los exilados que han encontrado aquí una tierra de acogida, pero sobre todo sitúa a la democracia española como cómplice del más despreciable de los regímenes de América Latina. Y en buena medida la inhabilita como árbitro de la eventual transición institucional y política que debería abrir la previsible derrota populista. Por muy funcional y práctica que sea la diplomacia, los opositores venezolanos no van a olvidar el abandono padecido durante estos años ni el giro indisimulado de Moncloa desde el inicial respaldo a Guaidó hacia una evidente colaboración con el sátrapa bolivariano, causante de una escalada de caos, hambruna, corrupción y atropellos sistemáticos de los derechos humanos.

No se trata ya de que el Ejecutivo sanchista se haya retratado de nuevo en el episodio a la expulsión de los observadores parlamentarios, recibida con una mezcla de silencio y desprecio mientras en los mítines de Maduro se ve bailar a Monedero y ZP se pasea –eso sí, entre abucheos– con estatus de visitante oficial y protocolo de respeto. Es que ante la sospecha generalizada de tongo, el presidente de la Internacional socialdemócrata se ha mostrado incapaz de un pronunciamiento que ha expresado hasta el exterrorista colombiano Petro. El cacique caribeño se ha vuelto un apestado hasta para sus correligionarios más cuerdos, pero el criterio de referencia de nuestro Gobierno lo establecen Podemos y un exmandatario aficionado al zascandileo a cambio de no se sabe qué réditos. Alguien debería ser consciente de que en esa connivencia va implícita una parte de responsabilidad en cualquier clase de desenlace violento.