Los problemas de los nacionalismos en España son tan exóticos para los holandeses como para nosotros las reivindicaciones particularistas de los frisios. Lo importante para el PNV es que este debate sienta el precedente, que invocarán machaconamente en el futuro, de que los problemas políticos del País Vasco rebasan el marco de las instituciones españolas y deben ser discutidos en las europeas.
SUPONGAMOS que a un iluminado primer ministro francés se le ocurriera iniciar por su cuenta un proceso de paz para terminar con el problema del residual terrorismo nacionalista en Córcega, fenómeno coalescente con el crimen organizado que levanta la cabeza cada cuatro o cinco años para dejar un muerto en la mesa, a veces un terrorista retirado, a veces un funcionario de la administración republicana. Supongamos que la oposición impugna más o menos ruidosamente el proyecto del primer ministro. Lo que no cabría imaginar en absoluto es que a éste, por muy navideña que fuera su iluminación, se le pasara por la cabeza solventar su problema con la oposición buscando apoyos de partidos y grupos afines al suyo en el Parlamento Europeo. Hay cosas que los gobiernos de países con un mínimo sentido de la dignidad nacional nunca se atreverían a hacer (y menos si implican sacarse una foto con Daniel Cohn-Bendit). En lo que concierne al terrorismo, es lógico recurrir al Parlamento Europeo para cuestiones tales como recabar su solidaridad en la persecución de los terroristas o para desenmascarar a los aliados políticos de los mismos en el seno de la propia institución, algo que hicieron conjuntamente los representantes del PP y del PSOE en Estrasburgo en fechas no tan lejanas como para que se nos olvide. Pero requerir el pronunciamiento del Parlamento Europeo a favor de unas medidas políticas que, pese a contar con el apoyo de la mayoría del Parlamento español, han sido y son motivo de graves disensiones entre el Gobierno y la oposición podría parecer, simplemente, del género idiota.
En primer lugar, porque el Gobierno no necesita tal refrendo europeo, como no necesitaba el de Blair. En segundo lugar, porque en lo tocante a las exigencias políticas de ETA-Batasuna y a las contrapartidas que el Gobierno Rodríguez Zapatero esté dispuesto a ofrecer a cambio de la paz, el desarme, el apaciguamiento o el jubileo, ni Blair ni Cohn-Bendit ni ningún otro ciudadano europeo tiene derecho a otra cosa que no sea emitir su opinión personal. Si el Parlamento Europeo se pronuncia hoy a favor de la política apaciguadora del Gobierno de Rodríguez Zapatero, nada añadirá a los apoyos reales con los que éste cuenta y perderá legitimidad ante la oposición, que se acostará bastante menos europeísta de lo que se ha levantado esta mañana. No es que sea el acabóse y el hundimiento de la UE, pero el presidente habrá demostrado que sus efectos deletéreos sobre el prestigio de las instituciones pueden cubrir las mismas distancias que la gripe aviar.
La oposición tiene razones de sobra para estar más que escamada. Que la iniciativa del Gobierno servirá para «internacionalizar el conflicto» es algo que no ofrece el mínimo margen de duda a los medios de la izquierda abertzale -basta leer el Gara estos días para comprobar lo contentos que están-, pero no será, ni con mucho, la más grave de sus consecuencias. Después de todo, el contenido concreto del debate no interesa a nadie fuera de España, descontando a Cohn-Bendit. El viernes, se habrá olvidado. Batasuna seguirá contando con las mismas simpatías que ahora disfruta en Europa, ni más ni menos. Como su legalización no depende de lo que apruebe o deje de aprobar la cámara de Estrasburgo, el Gobierno no la tendrá mañana más fácil que ayer (ni más difícil). Cosa muy distinta es la baza que se proporcionará al PNV, sin duda el máximo beneficiario de la operación, como siempre ha sucedido con todas las iniciativas de la izquierda concernientes al País Vasco. El entusiasmo de Josu Jon Imaz es comprensible, porque lo que saldrá realzado del debate de hoy es el soberanismo «pacífico» de su partido. Siempre que la izquierda se presta a cohonestar al nacionalismo radical, gana la partida el nacionalismo que se vende como moderado (véase Cataluña).
Probablemente, los eurodiputados, que recelan en su mayoría de Batasuna, a la que consideran, cuando menos, el aliado principal de ETA (en esto no parece haber dudas), se harán un lío tratando de entender los argumentos del Gobierno a favor del proceso de paz y mucho me temo que tampoco se les alcance la contraargumentación de los populares.
En rigor, los problemas políticos planteados por los nacionalismos en España son tan exóticos para los holandeses, por ejemplo, como para nosotros las reivindicaciones particularistas de los frisios. Votarán guiándose por sus afinidades políticas con el PSOE o con el PP, pero la mayoría de ellos encontrará «razonable» el planteamiento del PNV, porque lo percibirá como prudentemente distante de los otros tres polos (Batasuna, PSOE, PP), aun sin entender ninguno de sus alegatos. No quiere ello decir que los nacionalistas vascos vayan a dejar honda memoria de su intervención ni falta que les hace. Lo importante para el PNV es que este debate sienta el precedente, que invocarán machaconamente en el futuro, de que los problemas políticos fundamentales del País Vasco rebasan el marco de las instituciones parlamentarias españolas y deben ser discutidos en las europeas. Lo empezaremos a sufrir en breve.
¿Por qué entonces, a la vista de los magros beneficios políticos que puede aparentemente reportarle, el Gobierno ha insistido en llevar el debate al Parlamento Europeo? Primero, porque no era conveniente saltarse instancias intermedias y llevarlo directamente a la ONU, que es lo que de verdad le habría apetecido al presidente. Pero, dejando al margen las gratificaciones narcisistas perseguidas por Rodríguez Zapatero, parece evidente que lo que se ha pretendido es presentar al PP en Estrasburgo como un partido de extrema derecha, intolerante y enemigo de la paz.
La demonización de la derecha no es algo que pueda mantenerse ya en los límites de la política nacional. No cuando Rodríguez Zapatero se jacta abiertamente de pasear tranquilo por Cataluña mientras los actos públicos del PP son reventados y sus dirigentes agredidos en dicha comunidad autónoma. Europa no está aún lo suficientemente madura como para aceptar la exclusión del principal partido de la oposición en buena parte del territorio español e incluso podría interpretarla como un síntoma de deriva totalitaria del régimen, a menos que se demostrara que, efectivamente, el PP es una fuerza política fascista.
Y esto es, precisamente, lo que intentará escenificar hoy el PSOE en el Parlamento Europeo. La escalofriante referencia de Enrique Barón a la soledad de los miembros del Foro Ermua y otras organizaciones opuestas a la negociación con ETA en sus visitas a Estrasburgo (utilizando las mismas palabras con que su compañera de partido, Bárbara Durkhop, aludió años atrás a los eurodiputados de Batasuna) refleja claramente la estrategia socialista de sustitución de ETA por el PP en el lugar del enemigo. No es nada nuevo. Ni ésta ni ninguna otra de las iniciativas del Gobierno actual tendría sentido si no se inscribiera en el único proyecto general (y obsesivo) de su presidente: la aniquilación política de la derecha democrática.
El «proceso de paz» no servirá para regenerar las libertades cívicas en el País Vasco, pero, qué duda cabe, podrá justificar el acoso violento al PP en Cataluña, País Vasco y donde mañana se tercie, con el aval de decencia parlamentaria otorgado por Cohn-Bendit y sus mariachis. Como dijo una vez Dani el Rojo, el oportunismo es la más arraigada costumbre de la izquierda.
Jon Juaristi, ABC, 25/10/2006