Armando Zerolo-El Español
  • A principios del siglo XX, el socialismo español nos quiso situar en la órbita soviética. Ahora nos quiere colocar en la galaxia china.

La política exterior del gobierno de Pedro Sánchez nos está dejando aislados del mundo occidental y acorralados junto a China.

El último ejemplo, que es sangrante por lo humillante que resulta y por el perjuicio que nos ocasiona como país, es que Algeciras haya quedado fuera de una ruta estratégica de Estados Unidos porque el Gobierno vetó hace un año que barcos estadounidenses con destino a Israel hicieran escala en el puerto español.

Un gesto para la galería, como aquel de Zapatero cuando no se levantó ante la bandera estadounidense, y que no sirvió para ayudar al pueblo palestino, pero que sí nos deja más aislados de la política occidental y más vulnerables ante la política expansionista china.

Nuestra política exterior tiene un serio problema, y es que la gobiernan dos almas.

Por un lado, tenemos la política que trata de practicar el equipo del ministro Albares, que, aunque con deslices nada despreciables, sigue la línea tradicional y hace lo que puede.

Por el otro lado, y contra el primero, hay un equipo en la sombra con intereses propios que sigue una línea radicalmente rupturista que lo apuesta todo a China.

Genera mucha inseguridad ver cómo el gabinete de Exteriores prepara una cumbre europea con cautela mientras un equipo en la sombra, aunque cada vez más indiscreto, organiza un viaje a China defendiendo intereses opuestos.

Es duro ver cómo el equipo del ministro Albares se queda perplejo y esconde con dificultad una cara de ira contenida cuando ve que España deja de lado a Europa y se alía con China.

Ante esto, uno se pregunta quién manda realmente en la política exterior española.

En un mundo como el nuestro, es difícil elegir entre buenos y malos. Siempre ha sido difícil y hay que ser muy radical para verlo todo en blanco y negro.

Si la situación estaba meridianamente clara en el mismo momento de la invasión de Ucrania, y no había duda de que el malo era Putin, China la gran amenaza, y Netanyahu un problema para la estabilidad en Oriente Medio, con la elección de Donald Trump todo el mundo esperaba seguir encontrando en los Estados Unidos un aliado natural.

Pero todo se puso del revés, y la administración americana convirtió a sus aliados en enemigos. Canadá y Europa eran señaladas como adversarias, Zelenski como el culpable de la guerra, y Putin como un interlocutor fiable.

China desaparecía del escenario, nadie parecía preocuparse por ella y, en un milagroso y fulminante lavado de cara, pasaban a ser los neutrales en un mundo loco.

Esta ha sido la ocasión propicia para vigorizar una política exterior rupturista en la sombra y llevar a España hacia el lado chino.

No nos damos cuenta, pero la apuesta que se está haciendo es radical. Significa romper con la tradición atlántica y europeísta, y ponernos del lado de los orientales. No es la primera vez. Es una traición recurrente en la izquierda española. Si a principios del siglo XX se nos quiso situar en la órbita soviética, ahora se nos está colocando en la galaxia china.

Pero, por muy en contra que se esté de Trump, esto no es excusa para hacer valer el rancio antiimperialismo yanqui que late en la izquierda española y ponernos a los pies de China. La radicalidad de la extrema izquierda y los intereses del lobby chino en la sombra están opacando la postura oficial del Gobierno.

De forma oculta, y directamente en contra de los responsables elegidos democráticamente, hay un grupo de poder organizado, parapolítico, que nos arrastra hacia un rincón del mundo muy oscuro.

En un momento de tensión como el actual hay algo que debería estar claro. Mejor estar del lado de unos Estados Unidos gobernados por un personaje autoritario y arbitrario que de una China perteneciente a una tradición comunista, colectivista e ignorante del Estado de derecho.

Estoy seguro de que a ningún demócrata le gustaría ver a los chinos controlando otro puerto más de las riberas mediterráneas, ni a España como un satélite irrelevante de la República Popular China.

Por eso se hace urgente pedir al actual Gobierno español explicaciones de en qué lugar del tablero nos quiere situar. Y, lo que es igual de importante, si sirve a los intereses del Estado o a los de un grupo de presión paraestatal.