Manuel Martín Ferrand, ABC, 6/5/12
Estos verificadores que acaban de aparecérsenos son tangibles y, a juzgar por las fotografías, están bien alimentados
SALVO algunos casos de alcahuetería, inseparables de nuestra literatura, el oficio de correveidile resulta repulsivo para la mayoría de las personas. Tiene larga tradición entre nuestros pícaros y los palcos presidenciales de los grandes equipos de fútbol constituyen su escenario más deseado. Ahí lucen sus artes de recadero y, entre chismorreos e indiscreciones, tienden a levantar un capitalito que les libre de su servidumbre. Si lo consiguen, la muy permisiva sociedad española puede ascenderles a notables e, incluso, ponerles al frente de empresas potentes en la intermediación y el trato. Lo nuevo, y no del todo, por estos pagos son «los verificadores» que constituidos, por ellos y ante ellos, en Comisión Internacional de Verificación tratan de intermediar entre ETA y el Estado español.
Con buen tino y mejor oportunidad, el titular de Interior, Jorge Fernández Díaz, ha dicho que el Gobierno no reconoce «ninguna legitimidad» a esos voluntariosos entrometidos que, de distintas procedencias nacionales y profesionales, tienen en común una notable radicalización en la izquierda del espectro. El más notable de todos ellos, coordinador de tan fantasmal Comisión, es Ram Manikkalingam, un veterano de las intermediaciones vaporosas que, de Sri Lanka a Irlanda del Norte, ha hecho oficio de acudir a donde nadie le llama o, en el mejor de los casos, es requerido por la parte marginal y delictiva del conflicto.
Entre nosotros, los únicos verificadores que merecen respeto son visitadoras. Las visitadoras que a las órdenes del atribulado capitán Pantaleón Pantoja, prestaron servicios —¿patrióticos?— en la Amazonía peruana. Pero esos son asuntos encuadernables de Mario Vargas Llosa. Estos verificadores que acaban de aparecérsenos son tangibles y, a juzgar por las fotografías, están bien alimentados. Pretenden que el Gobierno de España, y el de Francia, de igual a igual, negocien con los asesinos de ETA para «rematar» el proceso de paz que, unilateralmente, anunció, sin desarmarse, la banda abertzale. Entran y salen, como Perico por su casa, en la guaridas etarras y, sin confesarse comandados por los terroristas, lo parecen. Ningún Gobierno responsable debe desechar ninguna vía potencialmente útil para acabar con ETA; pero este no es, como corresponde a la Inteligencia, un asunto de bombo, platillos y fotografías de grupo y componenda. Parecen corderos de alquiler para gestiones de lobo feroz y, con todos mis respetos, se parecen más al argumento de La cuadrilla de los once, con Frank Sinatra, Dean Martín y demás miembros del clan, que un equipo al que se pueda tomar en serio.
Manuel Martín Ferrand, ABC, 6/5/12