Carlos Herrera-ABC
- El virus político de la Cataluña a la que va Salvador Illa, puede ser políticamente tan letal como el que le ha cambiado el gesto
Hay un par de cosas que estaban meridianamente claras: que Illa se iba a Cataluña y que los presos del «procés» podían descontar las horas antes de ser indultados. Salvador Illa, que es un hombre tan educado como limitado en su quehacer, aterrizó en el Gobierno de España -el de las etiquetas panfletarias en las vacunas- con la sola idea de tramitar contactos con el independentismo catalán, ese socio indeseado pero inevitable.
La idea era que Illa manejase medianamente los asuntos propios de un ministerio con pocas cosas que hacer y que sirviese de puente con aquellos con los que se debía establecer dos tipos de alianzas: la de una mayoría imprescindible para mantenerse en el Falcon y la de
una alianza de aglomeración que permitiese gobernar en Cataluña con el concurso de Comunes, ERC y alguna que otra cochambre más. Pero llegó el virus. El puñetero virus. El virus inesperado. El que hizo que un aparatchic socialista dedicado a asuntos irrelevantes de partido acabara embutido en la gestión tormentosa de una crisis insospechada que ni supo ni pudo manejar.
Él no había aterrizado ahí para eso, pero hizo de corazón virtud y fue aprendiendo a base de exagerar el método de prueba-error. Nunca estuvo previsto que el miembro del Gobierno que más comparecencias públicas exhibiera en los últimos meses fuese el de Sanidad, pero la crueldad de los hechos hizo que conociésemos su quehacer día a día y que su aspecto de hombre atribulado se nos hiciera completamente familiar. En el seno de los partidos hay quien evalúa la rentabilidad de los perfiles, y alguien ha creído que el de un gestor mejorable de una pandemia puede ser, simplemente por la sobreexposición pública y el consiguiente conocimiento general, un candidato ideal a presidir la inoperante Generalidad de Cataluña. Bueno, allá cada cual. Pero a Illa, además de haberle tocado bailar con el virus, le va a tocar bailar con algo de considerable envergadura: explicar a la gente políticamente civilizada el indulto sin condiciones a los gestores de un golpe de Estado como el promovido en Cataluña en 2017 y el consiguiente empobrecimiento y decadencia de lo que fue su pujante comunidad. Y ahí le quiero ver.
Quiero ver cómo justifica -que lo hará, sin duda alguna- el hecho de levantar las condenas impuestas a individuos que han llevado a Cataluña, entre otras cosas, al marasmo de la inoperancia y a la tragedia de una sociedad fracturada. Tengo mucho interés en saber cómo va a explicar que lo mejor para Cataluña es minimizar los actos delictivos del independentismo e indultar a tipos que han anunciado que van a repetir los mismos actos que les llevaron a la cárcel. El virus político de la Cataluña a la que va Salvador Illa, con las correspondientes consignas, puede ser políticamente tan letal como el que le ha cambiado el gesto y la vida. Algún día podrá contarle a sus nietos que le tocó bailar con dos novias insospechadas: un virus mortífero y un «procés» exactamente igual de letal.