Jesús Cuadrado-Vozpópuli
En las sedes socialistas, hoy aplauden a Rufián y llaman traidor a Felipe González
Con lo que se conoce de Sánchez, lo asombroso no es tanto su resistencia como las tragaderas de quienes le siguen apoyando, haga lo que haga. Tal vez sin pretenderlo, la senadora socialista Susana Díaz dio las claves cuando reaccionó a los wasaps que le insultan con un “lo jodido es verlo escrito”. A la expresidenta andaluza no le importó la catadura del sanchismo, que afirma conocer, sino que la gente lo pudiera leer. Los mensajes demuestran que el desistimiento está en el origen de la degradación del PSOE.
Entre las incontables claudicaciones, la inflexión definitiva se produjo cuando un diputado independentista escupe a José Borrell en el Parlamento. Sánchez resolvió el asunto entregando la cabeza del ministro de Exteriores, al que compensó con la plaza española en la Comisión Europea. Muchos interpretarán la anécdota como demostración de capacidad política para lograr apoyos con los que mantenerse en el poder, pero pasan por alto que no hubiera sido viable sin la aceptación sin rechistar de Borrell.
La actitud de nadar y guardar la ropa de los dirigentes socialistas es relevante para entender la degeneración política a la que se ha llegado. En la consolidación del sanchismo como fórmula para retener el Gobierno a cualquier precio, el pacto con Bildu en Navarra en 2019 supuso una huida hacia delante. Hubo líderes socialistas que lo criticaron, pero todos se plegaron finalmente. Entre ellos, García Page, que terminó resignándose con la justificación “tengo confianza en María Chivite”, la socialista que lograría la presidencia gracias a los bildutarras. Qué útil hubiera sido entonces la contundencia actual del presidente de Castilla La Mancha.
La actitud genuflexa de Margarita Robles ante los insultos recibidos en los wasaps, su respuesta poco digna, ha causado sorpresa, pero encaja perfectamente con su trayectoria sanchista
Tanto Lambán como Page, ante cada golpe sanchista a la Constitución en el Parlamento, explicaban que ellos no podían influir en el voto de los diputados. Quien conoce el funcionamiento de la organización socialista sabe qué auctoritas podían ejercer secretarios generales del partido y presidentes autonómicos. Estando al tanto de qué ocurría y hacia dónde llevaba al país la deriva anticonstitucional de Sánchez, algo más pudieron y debieron hacer. Ni en 2023, con el mapa de la catástrofe sobre la mesa, hicieron lo debido para evitarla. Antes, en los inicios, si Prisa (El País, la Ser), Felipe González y los barones socialistas hubieran dicho basta, habrían parado en seco la aventura sanchista. ¡Desistimiento!
La publicitada “resistencia” de Sánchez debe mucho a la sumisión de dirigentes del PSOE de los que se podía esperar una defensa activa de la democracia española en riesgo. Se aquietaron, se acomodaron y, en muchos casos, sacaron provecho personal. La actitud genuflexa de Margarita Robles ante los insultos recibidos en los wasaps, su respuesta poco digna, ha causado sorpresa, pero encaja perfectamente con su trayectoria sanchista. Ella lideró en 2016 a los quince diputados que rompieron la disciplina del grupo socialista contra los acuerdos del partido liderado por Javier Fernández. Desde entonces, la ministra de Defensa ha participado en todos los atropellos a la Constitución, y con entusiasmo.
No se conoce bien algo hasta que no se le pone nombre. La trayectoria del sanchismo lleva título: Patrimonialismo. Es decir, la utilización del Estado como un recurso patrimonial. Se trataría de un régimen político en el que la ideología cambia a conveniencia para servir intereses personales y familiares. Para comprender la naturaleza extractiva de este sistema, es muy útil preguntarse cuántos medios de comunicación dedicados día y noche al activismo sanchista podrían sobrevivir sin Sánchez en la presidencia del Gobierno. Si él cae, caen todos, y lo saben.
Quienes están pensando en su refundación tras la caída de Sánchez están soñando. Desvitalizada política y moralmente, la organización socialista es hoy un simple baúl de disfraces ideológicos
Como muestran los wasaps, el sanchismo ha dejado al Partido Socialista fuera de servicio, convertido en un edificio que no admite reformas, destinado al derribo. Quienes están pensando en su refundación tras la caída de Sánchez están soñando. Desvitalizada política y moralmente, la organización socialista es hoy un simple baúl de disfraces ideológicos. En miles de agrupaciones municipales del partido por toda España, nadie encontrará restos de disidencia. Los que quedan tragaron sin decir ni mu, desde amnistías a cupo catalán, y los no adictos fueron expulsados o abandonaron. En las sedes socialistas, hoy aplauden a Rufián y llaman traidor a Felipe González. Pierdan toda esperanza los bienintencionados que creen que la banalidad del mal, cuando arraiga, pueda evaporarse milagrosamente.
Para el interés nacional, lo urgente ahora es liberar al país del régimen sanchista y restaurar la constitucionalidad en un momento de decisiones críticas para España y Europa.