Esta misma mañana me llamó desde Valladolid mi amigo José Luis Castrillón Hermosa para darme una de esas noticias que nunca querríamos recibir: durante la noche había muerto nuestro común amigo, Luis Martín Arias.

Yo había conocido a José Luis en el primer mes de andanza de este blog, cuando recibí una carta suya con una foto notable. En ella se veía a su padre en compañía de Faustino Zapatero Ballesteros, abuelo materno del entonces presidente del Gobierno. El nieto era su viva imagen. En realidad yo conocía a José Luis antes de saber que se trataba de él por tener un bar de copas famoso en Valladolid, ‘El largo adiós’, y no solo por sus tragos. El día de Reyes de 1981 un escuadrón fascista tiroteó el local desde la puerta, hiriendo a Jorge Simón, un amigo de los propietarios que quedó cojo para el resto de su vida. Aquello era fascismo, Pedro Estoybien.

Hay un poema de Miguel Hernández que me recuerda doblemente a Luis, su ‘Elegía Primera’. En su dedicatoria está la inmediatez de la pérdida y la estrechez del vínculo afectivo (Se me ha muerto como el rayo Luis Martín Arias, con quien tanto quería). A su muerte le cuadran estos versos: “Qué sencilla es la muerte, qué sencilla, pero que injustamente arrebatada./ no sabe andar despacio y acuchilla/ cuando menos se espera su turbia cuchillada”. No había manera de esperarla. Luis tenía 68 años y estaba feliz porque en esta mañana de sábado iba a casar a su segunda hija, Adela, sin sospechar que él no iba a llegar a vivirlo.

Pero volvamos al hilo de los hechos. Un día me llamaron José Luis y Luis Martín para decirme que habían organizado una presentación de Libres e Iguales en la Universidad de Valladolid y de paso presentar la biografía del zapaterismo que acababa de publicar, Lágrimas socialdemócratas. Los dos fueron a esperarme a la estación y me llevaron a comer a un buen restaurante de la ciudad, el ‘Trigo’, donde se nos unieron su hija, Elisa Martín Vega , entonces estudiante de cuarto de Derecho, creo recordar, y su novio, Pedro. Fue un descubrimiento. Iba con mi libro subrayado en todas sus páginas y me planteó cuestiones reveladoras de que lo conocía mejor que yo. Pensé que para criar una mujer como aquella hacía falta un padre como Luis Martín Arias. Él era médico y profesor de Farmacología, disciplina en la que era una autoridad, pero compartir con José Luis y conmigo una pasión cinematográfica de la que dejó expresión en varios libros y decenas de artículos e impartía sus saberes renacentistas a través de la asignatura Historia del cine que impartía en los cursos de la Universidad de verano de Valladolid.

Era un hombre bueno, inteligente y culto, un intelectual en toda la extensión de la palabra, podríamos decir si no tuviésemos tan magreada la palabra por el uso y el abuso.