Ignacio Camacho-ABC

  • La dicotomía moral y política de los Machado es apócrifa. Fueron sólo el símbolo de una desoladora tragedia histórica

La misma tarde del día de 1984 en que Borges preguntó durante un coloquio en Sevilla si Manuel Machado tenía un hermano, Jacobo Siruela lo llevó al palacio de las Dueñas y allí el viejo genio ya semiciego pidió que lo condujeran al huerto claro donde aún sigue madurando el limonero del ‘Autorretrato’. La célebre ‘boutade’ borgiana, uno de esos guiños malévolos con los que cultivaba su reputación heterodoxa, no era más que una crítica provocadora a la preterición intelectual que cayó sobre un excelente poeta por razones (ficticias) de índole ideológica. A lo largo de varias décadas, las modas culturales establecieron una suerte de dicotomía moral y política en torno a la familia machadiana, presentada como un correlato maniqueo del drama de las dos Españas. Una dualidad que la historia ha demostrado falsa: la guerra separó físicamente a los hermanos pero nunca distanció sus almas ni rompió los lazos de profundo cariño que se profesaban.

Es cierto que cada uno se adaptó a las circunstancias. Antonio escribió un soneto a la pistola de Líster y Manuel hizo lo propio en memoria de José Antonio. Ninguno de esos poemas, que leídos hoy causan cierto sonrojo, figurará en el parnaso español con el membrete honroso que merecen el refulgente lenguaje modernista de uno y la melancólica enjundia espiritual del otro. Detalles muy menores frente al intenso poder evocador y el poso filosófico destilado en la obra de ambos, diferentes en el estilo, en la imaginería sentimental, en la actitud existencial, pero semejantes en la concepción humanística del ejercicio literario y situados a parecida altura en el canon contemporáneo. Aunque exista sin duda un contraste de autenticidad o de hondura no hay en ningún sentido, ni en el poético ni en el político, un Machado bueno y un Machado malo, como pretende una preceptiva simplista empeñada en valorarlos por una apócrifa adscripción a distintos bandos.

La exposición ‘Retrato de familia’, inaugurada el lunes por el Rey en Sevilla, trata de rebatir en el 150 aniversario del nacimiento de Manuel esa contraposición postiza basada en la aleatoria, forzosa permanencia del hermano mayor en la zona franquista. Casi nueve décadas después era ya insostenible la tesis espuria de una desavenencia desmentida por el legado documental y la investigación crítica. Resulta muy significativo al respecto que Alfonso Guerra, director y artífice de la muestra, haya puesto especial empeño en combatir el mito divisionista acuñado por ciertos sectores de la izquierda y se haya esforzado en que la objetividad histórica resplandezca al margen de cualquier preferencia. El verdadero símbolo que los Machado representan no es el de la discordia fraterna sino, muy al contrario, el de la desesperación emocional ante la fractura física y civil abierta por una tragedia cuyas malditas huellas va siendo hora de borrar de nuestra conciencia.