Iñaki Ezkerra-El Correo
Antonio Machado fue nombrado miembro de la Real Academia de la Lengua el 24 de marzo de 1927, pero nunca leyó su discurso de ingreso. Escribió un proyecto de éste en 1931, que es el que mañana leerá el actor José Sacristán en esa docta casa y al que responderá el dramaturgo Juan Mayorga. Aunque la iniciativa se presentaba como original (resultaba muy tentador el titular de ‘Machado ingresa en la RAE con un siglo de retraso’), la verdad es que ya hubo un acto similar a éste hace 36 años. La periodista Raquel Riaño nos ha recordado en la prensa cómo, en mayo de 1989, José García Nieto leyó ese mismo e inacabado discurso, que fue respondido por Manuel Alvar, director de la RAE en aquellos tiempos.
Entre ese acto de 1989 y el que tendrá lugar mañana, ha habido otra ocasión en la que también sonaron, en el edificio del barrio de los Jerónimos, las palabras que Machado nunca pronunció en voz alta. Fue en 1997, cuando ingresó en él Ángel González. El poeta asturiano glosó en su discurso el del poeta sevillano repitiendo algunas de sus frases: «No soy humanista, ni filólogo, ni erudito. Ando muy flojo de latín porque me lo hizo aborrecer un mal maestro…» Ángel González ironizó con gracia sobre esa falsa modestia: «Y para acreditar su falta de cualidades presenta un desastroso historial de deméritos que justificaría, no ya la revocación de su nombramiento académico, sino la expulsión del instituto de segunda enseñanza donde daba clases».
El discurso que leerá mañana Sacristán, o -mejor dicho- los fragmentos de ese proyecto de discurso, desmienten esa ‘pobreza intelectual’ de la que presumía el autor de ‘Soledades’. Hay en ese manojo de papeles reflexiones realmente densas sobre Kant, Fichte, Hegel o Bergson; sobre Proust y Joyce; sobre la poesía de sus coetáneos y su propia poética ligada al «tiempo psíquico» y al «espacio concreto».
No me privaré de contar algo referente a esas páginas que leí por primera vez, y entendiendo poco de ellas, en 1973, cuando yo tenía 16 años. Por aquella época mis amigos y yo frecuentábamos una parroquia bilbaína para convencer al cura de que nos dejara montar guateques en sus locales. Fue en una de esas estancias donde me topé con una biblioteca repleta de revistas y libros contrarios al régimen que era un verdadero festín. Entre esos libros, había cuatro volúmenes de la prosa de Machado. Se trataba de una selección de Aurora de Albornoz editada por Cuadernos para el Diálogo. Naturalmente, me los quedé y me han acompañado más de medio siglo. En uno de esos volúmenes he vuelto a releer ese discurso en el que el poeta se quitó méritos para decirles de un modo delicado a los académicos que él iba a su aire y nunca sería uno de ellos.