Iñaki Ezkerra-EL Correo

  • Lo es Pedro Sánchez, que ha tenido que corregir tarde y mal ese despropósito de ley

«El punitivismo es machista». Éste es el nuevo argumento que ha salido de ese bullente laboratorio de aportaciones intelectuales que es el Ministerio de Igualdad, para neutralizar las críticas a la catastrófica ley del ‘solo sí es sí’. La tesis, que viene avalada por Victoria Rosell, una de las madres del bodrio legislativo, entra en flagrante contradicción con la estrategia argumentativa que se había usado hasta ahora desde ese mismo ministerio y que esgrimía la misma Irene Montero para seguir dando por buena esa misma ley: la responsabilidad en el rebajamiento de las penas a los violadores correspondía solo a los jueces, que la estarían interpretando de manera incorrecta según unos criterios machistas y fascistas. ¿En qué quedamos?

Si lo que se pretendía con esa ley era rebajar las penas, dichos jueces la habrían interpretado correctamente. Si hubieran actuado contra la ley, pero con el objetivo de rebatir el «machismo punitivo» que ahora se denuncia, serían más feministas que nadie. En ambos casos merecerían recibir una disculpa por parte de ese ministerio. La ausencia de ésta responde a lo que podríamos denominar, usando el mismo lenguaje roselliano, una «punitividad machista» contra los propios jueces y juezas que han aplicado esas rebajas. Para ellos no existiría la indulgencia que se reclama para el reo.

Sí. El giro argumental de Rosell, que da al ultragarantismo penal clásico una curiosa coloración feminista, resulta más que interesante porque amplía el campo semántico del machismo y lo reconoce en aspectos de la vida que exceden al del mero tratamiento humillante a la mujer. Más allá de lo que concierne a ésta exclusivamente, nos permite entender por machistas el trato autoritario a los hijos, a los empleados o a los votantes; la cerrilidad de quien no sabe reconocer un error; el orgullo estúpido que impide dar el brazo a torcer o que echa la culpa a otros de los propios deslices… Machistas son quienes utilizan el poder para defender lo indefendible y para negarse a dimitir pese a haber perpetrado un estropicio nacional. Machistas son, en fin, Irene Montero, Belarra, ‘Pam’ y la propia Rosell. Machista es Pedro Sánchez, que ha tenido que corregir tarde y mal ese despropósito legislativo del que es el máximo responsable porque presidía el Consejo de Ministros que lo aprobó.

Machista es esa cultura política del ‘esto es así por mis pelotas’. Y machismo del peor, del más brutal e incivil, es el de ese partido político que se llama Bildu y que, además de apoyar esta ley calamitosa, sigue haciendo valer tozudamente la historia de sangre de la que es heredero. ¿Pero a quién llama machista esta gente que se comporta con sus víctimas como el más prepotente maltratador?