Mikel Buesa. La Razón

  • Si nos paramos en las meras identidades contables y sólo nos fijamos en el aumento del PIB, no descubriremos nada acerca de los males económicos que nos acechan. Crecemos, pero no vivimos mejor. Y lo malo es que esa macroeconomía de aficionados no nos da una respuesta

Es un hecho frecuente, especialmente en los medios de comunicación y también en las declaraciones del ministro de Economía, que se confunda la macroeconomía con la Contabilidad Nacional. Ciertamente ésta nos proporciona la valoración de buena parte de las variables que requiere aquella, pero las identidades contables sobre las que se fundamenta no revelan relaciones de causalidad, y por tanto es un error atribuirles esa función. Por ejemplo, cuando se dice que el PIB ha crecido gracias al impulso del consumo público, se obvia la información sobre la procedencia de los recursos que se utilizan para financiarlo. Y si resulta que, como ocurre en España, una buena parte de éstos se apuntan al aumento nominal de la deuda pública, entonces lo que la Contabilidad revela es que una parte del PIB actual no es sino una transferencia temporal que viene del futuro.

El crecimiento de la economía se sustenta sobre la utilización de los factores de producción: el capital y el trabajo. El primero incorpora una buena parte del progreso tecnológico sobre el que se fundamenta el rendimiento del segundo; o sea, la productividad. Claro que no es lo mismo lo uno que lo otro. Nuestra economía, en los últimos años, se ha basado en un aumento del empleo, aunque sin crecimiento de la productividad. No es extraño si tenemos en cuenta que la inversión privada y, sobre todo, la pública, apenas se han incrementado. Esto es lo que Paul Krugman llamaba «crecimiento por transpiración» por oposición al «crecimiento por inspiración». Y como destacó este Premio Nobel de Economía, este último es preferible porque nos permite mejorar la renta, en especial los salarios, y vivir mejor con un esfuerzo laboral recortado y un tiempo de ocio ampliado. Ni que decir tiene que nada de esto último ocurre en nuestro país desde hace dos décadas, como ha destacado la OCDE.