Emmanuel Macron quiere ganar prestigio rápidamente en la escena internacional. Y prodiga los gestos para ello. La semana pasada recurrió a un agresivo apretón de manos con Donald Trump. Ayer habló con inusual franqueza a Vladimir Putin sobre los derechos humanos en Rusia y sobre las injerencias rusas en la campaña electoral francesa. El presidente novato plantó cara a un líder tan duro y resabiado como Putin.
El tiempo dirá si esa actitud mejora o no las tensas relaciones entre París y Moscú. La cooperación antiterrorista constituye un ámbito en el que pueden alcanzarse resultados.
Francia es desde hace siglos el país del Occidente europeo más ligado a Rusia. La visita de Vladimir Putin a París respondió a una invitación que Macron formuló hace pocos días, ligada precisamente a la inauguración de una muestra que conmemora los 300 años del viaje del zar Pedro el Grande a la Corte de Versalles. Debido a esa relación especial, cada presidente francés tiene que medirse con su homólogo ruso desde el principio de su mandato. Putin, que, como presidente o como primer ministro, dirige el Kremlin desde hace dos décadas, puede ser un rival terrible. Nicolas Sarkozy sufrió una muy mala experiencia con él.
En el año 2007, recién elegido, Sarkozy conoció a Putin durante una reunión del G-8. Tras reunirse con él, Sarkozy compareció ante la prensa en un estado que algunos atribuyeron al consumo de alcohol. Pero no hubo vodka de por medio: Sarkozy es abstemio. Lo que el bisoño presidente francés arrastraba tenía más que ver con el shock postraumático. En un momento de la conversación, Putin le había amenazado: «Si continúas hablándome en ese tono, te aplasto».
Tal vez durante el almuerzo privado entre Macron y Putin, en el Trianon de Versalles, se pronunció alguna frase parecida. Pero Macron no pareció conmocionado. Más bien al contrario, dijo ante la prensa que la conversación había sido «franca y directa» y se refirió a unos cuantos asuntos, como la persecución de los homosexuales en Chechenia, el hostigamiento a las ONG en Rusia o las injerencias rusas en la campaña electoral francesa, que incomodaron de forma evidente a su invitado. Por una vez, el presidente ruso adoptó una actitud defensiva.
Las relaciones bilaterales, que fueron buenas con Jacques Chirac (por su negativa a secundar la invasión de Irak), empeoraron con Sarkozy y se hicieron gélidas con François Hollande a causa de los conflictos en Ucrania y Siria. En octubre pasado, Hollande canceló una visita de Putin a París en la que debía inaugurar la nueva catedral ortodoxa. La inauguración se realizó al fin ayer.
Respecto a Siria no hubo avances apreciables. Macron subrayó que no tenía ninguna prisa por reabrir la embajada francesa en Damasco ni por aproximarse al régimen de Bashar Asad. Incluso lanzó una advertencia: si el frente ruso-sirio volviera a utilizar armas químicas, Francia «respondería y tomaría represalias inmediatas». Eso es fácil de decir, difícil de hacer.
Por otro lado, se dio un pequeño paso respecto al conflicto de Ucrania y a la práctica secesión de la región oriental, rusófila y respaldada militarmente por Moscú: en las próximas semanas se celebrará una nueva reunión entre representantes de los gobiernos de Rusia, Ucrania, Francia y Alemania. Macron especificó que informaría de ello por teléfono a la canciller germana, Angela Merkel: una y otra vez, el presidente francés hizo notar que no tomaría ninguna iniciativa sin el respaldo de sus socios europeos.
La llamada telefónica con la que Putin felicitó a Macron tras su victoria en las elecciones no debió ser demasiado relajada. Putin había apostado por Marine Le Pen, de quien dijo ayer que «algunas de sus ideas sobre la soberanía nacional» le parecían «interesantes», y en menor medida por François Fillon. Macron era el enemigo: dos medios ligados al Kremlin, Russia Today y Sputnik, publicaron falacias sobre el candidato centrista, y hackers relacionados también con el Kremlin saquearon el contenido de los ordenadores de En Marche! Macron reveló que le había echado en cara a Putin esos hechos cuando hablaron por teléfono. «Soy pragmático, no me gusta volver sobre cosas ya dichas», afirmó. Pero, a preguntas de una periodista rusa, volvió sobre ellas y acusó a los citados medios rusos de difundir «contraverdades infamantes».
Putin salió del paso como pudo. Se limitó a comentar que la actuación de los hackers rusos era «una suposición no confirmada» y que en ningún caso había intentado influir en el resultado de las elecciones presidenciales francesas.
La idea de Macron consistía en mostrarse firme, aclarar pasadas divergencias y ganarse el respeto de Putin, al tiempo que con su actitud de firmeza se ganaba el respeto de los votantes franceses: en poco menos de un mes se celebran unas importantísimas elecciones parlamentarias.
El presidente ruso, por su parte, aspiraba a sondear a Macron como un potencial aliado. Putin es un dirigente aislado, salvo por su alianza con Irán y el régimen sirio, castigado por las sanciones económicas y separado del G-7. Esperaba contar con Donald Trump, pero la jugada no está funcionando. Aprovechó su encuentro con Emmanuel Macron para pedir al mundo la cancelación de las sanciones impuestas a Rusia; Macron le respondió, en otro momento, que ningún gran problema internacional podía resolverse sin dialogar con Rusia.