José María Múgica – Vozpópuli

Si el presidente francés quería la clarificación, no obtuvo sino una tremenda confusión que acercaban a Francia a un país ingobernable

El presidente Macron, el hombre que ganó las presidenciales de 2017 y 2022 bajo el lema “Ni izquierda ni derecha” que pretendía liquidar los extremos, se ha quedado sin gobierno, víctima de la moción de censura del pasado miércoles. Y con ser esto de una gravedad enorme, no se le ve la vía de salida.

Fue el mismo presidente Macron quien disolvió la Asamblea Nacional la noche del 9 de junio, de las elecciones europeas, que en Francia ganó la ultraderecha de Le Pen, líder de la Agrupación Nacional, en francés Rassemblement National (RN). Ya entonces, el intelectual Alain Minc definió aquel disparate de disolver perpetrado por Macron: “Esta disolución es el producto de un narcisismo llevado a un límite casi patológico”. Y lo cierto es que fue exactamente así: nadie ganó las elecciones legislativas del 30 de junio y el 7 de julio. Si el presidente Macron quería la clarificación, no obtuvo sino una tremenda confusión que acercaban a Francia a un país ingobernable, en las antípodas de la estabilidad que había dominado la V República creada en 1958 por el general de Gaulle.

Melenchon el aventurero

Concluidas aquellas elecciones legislativas, la primera fuerza fue el Nuevo Frente Popular (NFP), en que se encuentra la Francia Insumisa (LFI) dirigida por el aventurero de extrema izquierda Jean Luc Mélenchon, antisemita declarado –en un país en que viven quinientos mil judíos–, reivindicador de una VI República, y con un programa electoral enloquecido que hundiría la economía francesa a base de endosar un incremento de deuda directamente insoportable; también se encontraban en ese NFP los socialistas, los ecologistas y los comunistas. El Nuevo Frente Popular obtuvo 184 escaños.

En segundo lugar, quedó el campo de Macron, con evidentes connivencias con los republicanos, derecha conservadora de estirpe gaullista. Ese bloque obtuvo 166 escaños con otros 65 más de los republicanos.

El tercer bloque fue la extrema derecha del RN junto con los disidentes de los republicanos, encabezados por Eric Ciotti. Ese bloque obtuvo 143 escaños.

El resto eran los “divers droite” y “divers gauche”, que se producen en todas las elecciones legislativas en Francia.

La conclusión es que ninguno de los tres bloques tenía capacidad ni para gobernar ni para, por sí solos, hacer prosperar una moción de censura. Tan embarullado fue el resultado de las elecciones legislativas que Macron se tomó casi dos meses en elegir al primer ministro, Michel Barnier, miembro de los republicanos, y recién caído en la moción de censura del pasado miércoles. Tenía por delante la misión imposible de gobernar a sabiendas de que el Frente Popular y RN estarían esperándole.

Una pinza perfecta y asombrosa

Y así fue, cuando el pasado lunes aprobó por decreto consagrado en el art. 49.3 de la Constitución, el presupuesto de la Seguridad Social; a lo que siguió una moción de censura del Nuevo Frente Popular a la que se sumó Marine Le Pen. La pinza perfecta, y asombrosa, de la extrema izquierda de la LFI y de la extrema derecha del antiguo Frente Nacional, hoy RN.

El resultado es que en Francia van, en lo que va de año, por el cuarto primer ministro, hecho desconocido desde la inestabilidad enfermiza de la IV República, que rigió desde la Liberación hasta 1958.  Elisabeth Borne fue sustituida por Gabriel Attal en los primeros días de 2024; y a su vez, Attal fue sustituido por Michel Barnier el 5 de septiembre de este año. Ahora queda saber quién sustituirá al Sr. Barnier, el más efímero primer ministro de la V República. A la hora de redactar esas líneas se desconocía el contennido del discurso de Macron a la nación.

Con una prima de riesgo disparada; con un déficit superior al 6% para este año que termina; con una deuda pública del 113%, bien pudiera ser que Francia se encamine a un desastre económico

Lo que es claro es que la situación de las finanzas públicas francesas está en un completo desastre. Con una prima de riesgo disparada; con un déficit superior al 6% para este año que termina; con una deuda pública del 113%, bien pudiera ser que Francia se encamine a un desastre económico, incluido una crisis de deuda afectante a toda Europa. Si a ello se añade la difícil situación de Alemania –con elecciones generales previstas para el 23 de febrero próximo–, la resultante no es otra que una crisis de inestabilidad para Europa afectada por su primera –Alemania– y segunda economía –Francia–.

La única solución anticipable para no hacer de Francia un país ingobernable no será otra que la ruptura del Partido Socialista del Nuevo Frente Popular pretendido encabezar por Jean Luc Mélenchon. Pero eso depende de los socialistas y de nadie más. Es la única manera de que pudiera haber un gobierno de centro–izquierda al cual no podría tumbar ninguna moción de censura. Si además de la crisis de las finanzas públicas añadimos un grado de delincuencia que va a más, una inmigración desordenada, que también va a más, se hace difícil entender cuál sea el futuro de ese país.

La insondable ligereza del presidente

Quizá esta situación la clavó un editorial del gran diario francés Le Figaro, del pasado 1 de julio, en plenas elecciones legislativas, con el llamativo título “Tragedia francesa”, en que se leía: “Cuando los historiadores analicen la disolución no tendrán más que una palabra: desastre (…) ¡Qué campo de ruinas! El jefe del estado hacía profesión de cerrar la ruta a los extremos; no han sido nunca tan altos. Tomada en la tenaza de este cara a cara mortífero, Francia se encuentra situada delante de la doble perspectiva de la aventura política o del bloqueo institucional: las dos facetas de una crisis de régimen. Gracias, Macron! (…). La insondable ligereza de un hombre que, por despecho narcisista tomó el riesgo de hundir a su país en el caos. La exasperación, sobre todo, de este malestar democrático que después de tantos años se alimenta –inseguridad, inmigración descontrolada, deuda, déficits, crisis de los servicios públicos, desindustrialización…– de nuestras debilidades y de nuestros abandonos (…). El cuadro está fijado: la polarización que se expresa a través de la multiplicación vertiginosa de los duelos RN–LFI dibuja como un hacha un paisaje político radicalmente nuevo”.

Sí, ésta es ya la crónica de una presidencia –la de Macron– fracasada. Por más que este fin de semana Macron reinaugure la bellísima Catedral de Notre Dame tras el pavoroso incendio de 2019, es difícil concebir cómo conseguirá reenderezar bajo su presidencia, la ruta de un país como Francia.