¡La République en Marche!, el partido presidencial, obtuvo en torno a 350 de los 577 escaños de la Asamblea Nacional y, por tanto, una amplia mayoría absoluta que debería garantizar una cómoda aprobación del programa de reformas. La renovación de la vida política quedó consumada, incluyendo una mayor presencia de mujeres en la cámara: del 27% al 40%. Fue una victoria indiscutible, aunque no tan aplastante como predecían los sondeos y empañada por la baja participación.
«Los franceses han preferido la esperanza a la cólera», dijo Édouard Philippe, primer ministro conservador de Emmanuel Macron. «Los franceses no nos han dado un cheque en blanco, intentaremos merecer su confianza, debilitar las fuerzas extremistas y evitar que en el futuro se repitan estos niveles de abstención», comentó a su vez Christophe Castaner, portavoz del gobierno. Macron ordenó que la victoria se celebrara con moderación y sin proclamas triunfalistas. Ningún presidente había acumulado tanto poder desde Charles de Gaulle. Conviene recordar, sin embargo, que a Macron le falta el Senado, al menos hasta que las regiones renueven la mitad del mismo en otoño, y que también François Hollande tuvo al inicio de su mandato una gran mayoría, el dominio de la alcaldía de París y numerosos gobiernos regionales; pese a ello, su presidencia fue un cúmulo de decepciones.
De los demás partidos, sólo Los Republicanos repuntaron, superaron sus propias expectativas y, con 136 diputados, se convirtieron en la segunda fuerza. Marine Le Pen logró por fin ser diputada, al tercer intento, pero el Frente Nacional sufrió una derrota devastadora.
El primer secretario del Partido Socialista, Jean-Christophe Cambadélis, presentó su dimisión apenas comenzado el recuento. Los resultados definitivos no se conocían todavía al cierre de esta edición. En la isla de Córcega se perfilaba una victoria de los candidatos nacionalistas.
En una jornada muy calurosa, la mayoría de los electores consideraron que ya todo había quedado dicho en la primera vuelta y no valía la pena acercarse a las urnas.
Pero los votantes gaullistas reaccionaron e impulsaron a sus candidatos. Para Los Republicanos fue un alivio comprobar que, aunque la oleada macronista los había desarbolado, habían evitado el naufragio. Pese a ello, sus problemas comenzarán ahora. Muchos de sus diputados han declarado durante la campaña que respaldarán las reformas de Emmanuel Macron y, por tanto, si ejercen algún tipo de oposición, será muy tibia. Los Republicanos sufrirán una permanente división entre quienes desean cooperar con el presidente y quienes propugnan la «resistencia» al macronismo como única forma de recuperar identidad y presencia de cara a futuras elecciones.
François Baroin, líder provisional de Los Republicanos tras la retirada del candidato presidencial François Fillon, consideró que «el veredicto de las urnas fue claro» y trató de insuflar ánimos a sus votantes: «La necesaria reconstrucción deberá hacerse sobre sus espaldas».
Los socialistas daban por descontado el descalabro: de 331 diputados en 2012, a medio centenar ayer. El primer secretario, Jean-Christophe Cambadélis, ya había sugerido que se iría en cuanto concluyera la votación. «La izquierda tiene que repensarlo todo, la continua ampliación de las libertades y del Estado-providencia ya no basta», dijo. Cambadélis propuso que una «dirección colectiva», de contornos aún inciertos, se hiciera cargo del partido hasta el congreso previsto en otoño.
La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, el carismático líder de la izquierda chavista, logró grupo parlamentario con 27 escaños. Quedó muy por detrás del Partido Socialista, cuyos años de implantación se hicieron notar incluso en su momento más bajo, pero Mélenchon, elegido en Marsella, decidió mostrarse optimista. Consideró que la altísima abstención equivalía a una «huelga general cívica» de los franceses y permitía aventurar una dura «resistencia social» al «recorte de libertades y derechos laborales» que conformaba el programa de Emmanuel Macron. Mélenchon prometió que su grupo ejercería la única «oposición real e implacable» en el Parlamento.
También Marine Le Pen quiso aparentar satisfacción por el resultado. No tenía motivos: ella había obtenido por fin un escaño, pero su partido, el Frente Nacional, sólo alcanzaba los ocho diputados y, por tanto, no iba a tener ni grupo propio (hacen falta al menos 15 diputados) ni relevancia alguna en la Asamblea Nacional. Además, Florian Philippot, vicepresidente del FN, mano derecha de Marine Le Pen y discutido ideólogo, fue derrotado en su circunscripción del noreste. Philippot fue quien impuso en el programa la salida del euro, que espantó a muchos pensionistas, y quien recomendó a Le Pen que intentara provocar a Macron en el debate presidencial, con muy mal resultado. El abogado Gilbert Collard, gran enemigo de Philippot, sí fue elegido en la Camarga frente a la ex torera Maria Sara, y eso podría alterar el equilibrio de fuerzas en el partido de ultraderecha. Collard, fiel a Marion Maréchal-Le Pen, la sobrina de Marine Le Pen que dejó la política semanas atrás, afirmó que el Frente Nacional había «sufrido un buen golpe» y hacía falta «empezar a decir las cosas con claridad».