Emmanuel Macron y Marine Le Pen se disputarán el 7 de mayo la Presidencia de Francia. Macron encara la segunda vuelta –que enfrentará al liberalismo europeísta y globalizador contra el nacionalismo proteccionista y enemigo del euro– como claro favorito. Lo predecían los sondeos. El resultado estaba más o menos asumido, pero no deja de ser revolucionario: se derrumba el viejo sistema político de alternancia entre gaullistas y socialistas, los votos de extrema derecha y extrema izquierda superan el 42% y Francia se adentra en una época nueva y quizá convulsa. Los dos grandes partidos de la V República se verán obligados a cooperar, probablemente, si Macron alcanza la Presidencia. El nuevo presidente necesitará componer una mayoría parlamentaria y no parece fácil que su partido, ¡En Marcha!, creado hace un año, obtenga suficientes diputados y senadores.
Los gaullistas, derrotados en las presidenciales pero esperanzados respecto a las generales de junio, y los socialistas, destrozados, seguirán contando. Una cierta coalición macroniana empezó a perfilarse ya anoche, con las apelaciones del candidato gaullista François Fillon y del socialista Benoït Hamon a votar al aspirante centrista para cerrar el paso a la ultraderecha.
Emmanuel Macron se proclamó vencedor de la primera vuelta e hizo un llamamiento a la unidad en torno a su candidatura, porque aspiraba, dijo, a ser «el presidente de todo el pueblo de Francia, de los patriotas frente a los nacionalistas». Dijo haber percibido el malestar de los ciudadanos y se propuso «acabar con el sistema de los últimos 30 años», patrocinado por los viejos partidos. Acompañado de su mujer, Brigitte, como durante toda la campaña, apostó por un relanzamiento del proyecto europeo y por una Francia «esperanzada y optimista».
Macron, una cara relativamente nueva y, a los 39 años, insólitamente joven, insistió en definirse como alternativa al viejo sistema francés, pese a haber sido ministro de Economía de François Hollande hasta agosto pasado y representar, hasta cierto punto, la continuidad de éste. Hollande le llamó para felicitarle y con toda seguridad pedirá el voto para él en los próximos días. El ala más liberal del Partido Socialista, encabezada por el ex primer ministro Manuel Valls, dio la espalda a su propio candidato, Benoït Hamon, y se sumó casi desde el principio de la campaña al proyecto de Macron. Marine Le Pen, desde su feudo de Hénin-Beaumont, dibujó también su estrategia para la campaña de la segunda vuelta: se definió como la candidata de «la gran alternancia», «la candidata del pueblo». «Tenemos una oportunidad histórica para frenar la mundialización salvaje que amenaza nuestra civilización», «para acabar con la libre circulación de los terroristas». «Es hora de liberar al pueblo francés», añadió. Y citó al general Charles de Gaulle y sus llamamientos durante la Segunda Guerra Mundial para lanzar su propio grito: «Está en juego la supervivencia de Francia».
El padre de Marine, Jean-Marie Le Pen, uno de los fundadores del Frente Nacional y patriarca del partido hasta hace seis años, compareció ante las cámaras para pedir el voto y predecir una «dinámica nueva» en la segunda vuelta que haría «inútil» el esfuerzo del «sistema para asegurar su supervivencia tras la candidatura de Macron». Marine Le Pen expulsó a su padre del partido, pero éste ganó la readmisión en los tribunales. No se hablan. Permanecen unidos, sin embargo, en la ambición electoral. A la hija no debió alegrarle la noche la irrupción de su padre, un hombre que evoca el pasado violento y racista del partido.
François Fillon habló poco después de cerrarse las urnas y asumió personalmente el fracaso de la derecha. «Esta derrota es la mía, tengo que cargar con ella», dijo, en un discurso seco y solemne, pronunciado con los ojos acuosos. Fillon era el gran favorito y superaba el 30% en los sondeos hace sólo cinco meses. Pero se conocieron los empleos ficticios de su esposa, fueron imputados ambos, se multiplicaron las deserciones en el equipo de campaña y cundió el desánimo entre sus electores. Pese a todo, Fillon rozó el 20%. «El Frente Nacional llevaría Francia a la ruina y la división», advirtió, antes de anunciar que votaría por Macron el 7 de mayo. En ese momento, algunos de sus seguidores aplaudieron y otros silbaron.
La decepción fue incluso mayor en el campo de Jean-Luc Mélenchon, el líder de la Francia Insumisa, la formación de izquierda que devoró parte del electorado tradicional socialista.
Mélenchon registró un vertiginoso ascenso en los sondeos y se veía ya en la segunda vuelta. Pero no llegó. Tardó en comparecer, con la esperanza de que el recuento le hiciera subir.
Finalmente, colérico, frustrado, el candidato descalificó tanto a Macron como a Le Pen y se negó a dar consignas de voto para el próximo día 7 de mayo. «Quienes avalaron mi candidatura serán consultados, daremos a conocer sus opiniones», señaló. «Cada uno sabe ahora cuál es su deber».
La frustración de sus electores se reflejó en una pequeña manifestación «antifascista» que rechazó los resultados de la primera vuelta y protagonizó enfrentamientos con la policía en el centro de París.
El recuento, aún incompleto anoche, reflejaba un práctico empate entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen y un mapa de Francia extremadamente dividido. La opción liberal y europeísta de Macron se imponía en las ciudades, mientras en los suburbios y las zonas rurales era Le Pen quien se imponía. La fractura entre ganadores y perdedores de la globalización resultaba evidente.