ETA y el terrorismo islámico son ya indistinguibles en sus formas de actuación. La matanza masiva e indiscriminada de ciudadanos: he aquí el grado cero del terrorismo de nuestros días. Olvídense del siglo XX. Estamos en guerra. Es una guerra mundial entre la democracia y sus enemigos, y esos enemigos se llaman fundamentalismo islámico, nacionalismo étnico, neoestalinismo y neofascismo y nueva judeofobia.
Lo peor se ha producido. Madrid, como Nueva York, como Jerusalén, como Bagdad y Kerbala, ha tenido su holocausto terrorista y, a partir de ahora, nada podrá ser como antes. Hemos entrado, definitivamente, en los nuevos e inclementes tiempos, sin margen para las esperanzas ilusorias ni para el humanitarismo blando. El Terror es hoy lo que es: una acelerada progresión mimética de la muerte, una asíntota disparada hacia el infinito por la emulación recíproca de los asesinos. Lo escribía aquí mismo, hace unos días, y créanme que lamento haber acertado: ETA y el terrorismo islámico son ya indistinguibles en sus formas de actuación. La matanza masiva e indiscriminada de ciudadanos: he aquí el grado cero del terrorismo de nuestros días. Olvídense del siglo XX. Estamos en guerra. Es una guerra mundial entre la democracia y sus enemigos, y esos enemigos (¿hace falta enumerarlos?) se llaman fundamentalismo islámico, nacionalismo étnico, neoestalinismo y neofascismo y nueva judeofobia. Todavía podemos atisbar algunas diferencias entre sus miserables discursos; dentro de muy poco éstas se desvanecerán y todos ellos serán el mismo. Lo Mismo: el discurso único -no merece ser llamado pensamiento- del odio a la democracia, que es odio a la libertad, odio a la ley y odio a la diferencia; es decir, a la auténtica e irreductible diferencia: la diferencia entre individuos, las diferencias entre ciudadanos libres que, aun siendo diferentes, han decidido vivir bajo las mismas leyes. Leyes que ellos mismos se han dado, nos hemos dado, para preservar nuestras diferencias.
La democracia tiene otros enemigos: la frivolidad, la desmemoria y el resentimiento. También éstos suelen ir unidos y constituyen juntos la quinta columna del Terror. Habitan entre nosotros. Son enfermedades de la democracia por cuyos síntomas se guían los terroristas, como se guía el misil por una fuente de calor. El resentimiento -comencemos por el final- de quienes atizan los sentimientos de agravio entre comunidades de una misma nación; sentimientos inmotivados o, mejor dicho, motivados únicamente por el resentimiento de unos pocos canallas. Madrid ha sido el objetivo escogido por ETA, porque los discursos de los nacionalismos sedicentemente democráticos han satanizado Madrid, que no es sólo la sede del gobierno de la nación, sino, y esto lo saben muy bien los nacionalistas de toda laya aunque finjan ignorarlo, el pueblo de Madrid, este magnífico pueblo de Madrid formado por gentes que no tienen, que no tenemos otra identidad común que la de ciudadanos y vecinos, gentes sin el agobio de las pesadillas vernáculas y de las lealtades tribales. Este pueblo valiente, sufrido y noble, como lo llamó Baroja, que hoy, mientras la cifra de los asesinados ascendía sin tregua, marchaba a pie, con semblantes contristados y serenos, hacia sus lugares de trabajo, para que su historia y, con ella, la historia de España continúe contra los que quisieran que se acabe. Porque hoy Madrid es, más que nunca, el corazón de España. Un corazón herido pero imbatible.
La desmemoria, otro de nuestros demonios. Con razón afirmaba Hobbes que la imaginación es sólo uno de los nombres que damos a la memoria y que, allí donde no hay memoria, no hay imaginación, porque la imaginación -y la imaginación política, en primer lugar- consiste en prever las consecuencias futuras de las acciones y decisiones del presente, a la luz de las experiencias del pasado. Detrás de este 11 de marzo, que a nadie quepa duda, está la desmemoria y la falta de imaginación de quien creyó poder cabalgar el tigre de ETA sin recordar que ETA jamás indulta a alguien sin condenar a otro, sin ser capaz de imaginar que la única prueba que ETA podría ofrecer de su hipócrita benevolencia hacia los catalanes era precisamente realizar una gran matanza de otros españoles que, como los trabajadores y estudiantes madrileños, no estaban incluidos en su edicto de gracia. Pero también está la desmemoria y la falta de imaginación de quienes creyeron posible cabalgar el tigre del nacionalismo sin recordar que nunca y bajo ningún concepto admitieron los nacionalistas someterse, en democracia, a dirección ajena alguna en un gobierno de coalición. Absurda ceremonia de olvidos y equivocaciones que ha alfombrado el camino de los matarifes.
Donde no hay imaginación, medra la frivolidad: la de los estúpidos que aconsejaron la negociación de indultos con ETA, autonomía por autonomía. La de quienes decretaron que la banda estaba en desbandada, vencida, neutralizada, hundida en la impotencia. La frivolidad de quienes acusaron al ministerio del Interior de haber urdido una farsa electoralista con la detención de Cañaveras. La de quienes han venido equiparando sistemáticamente al Partido Popular con los etarras. No daré aquí sus nombres, pero una de nuestras principales obligaciones éticas con las víctimas de este 11 de marzo es recordar no sólo sus nombres y los nombres de sus verdugos, sino los de quienes, desde medios de comunicación de enorme influencia, nos alentaron a bajar la guardia. Recordarlos y recordar qué hicieron cada vez que veamos sus nombres impresos en una columna periodística, cada vez que oigamos su voz en la tertulia de una emisora cualquiera.
Y contra ETA, todos a votar. Cada uno al partido que crea que defiende mejor sus intereses, por supuesto. Pero este 11 de marzo nos impone una pregunta, a todos y a cada uno de los votantes españoles: ¿es el partido que mejor defenderá mis intereses aquél que nos defenderá mejor a todos contra los asesinos de ETA? No es posible ya, después del espanto de la mañana del 11 de marzo, esquivar esta cuestión. Que cada cual dé la respuesta que juzgue más honesta en sus papeletas de voto, pero que nadie, por lo que más quiera, deje de plantearse dicho interrogante, porque ahora sí, ahora ya sabemos lo que está en juego en los comicios del domingo. Y ya no hay tiempo, no nos queda tiempo para lidiar con la frivolidad, la desmemoria y el resentimiento. Urge una respuesta firme y meditada, pero también rápida y comprometida con la gravedad del momento presente. Parafraseando a un gran poeta catalán, urge, de una vez, un planteamiento político de la realidad. ETA no debe salirse con la suya. No debe dividirnos más en lo esencial. No dejemos que triunfe sobre la democracia española el cúmulo de olvido, mentira y mezquindad al que la banda terrorista ha puesto un colofón de muerte y dolor que son hoy los de todos, de madrileños y de españoles en su totalidad, de izquierdas y derechas. Todos a las urnas, por la libertad. Se lo debemos a las víctimas. Nos lo debemos. Que, por encima del sufrimiento y de la tristeza, las elecciones legislativas de marzo sean la gran fiesta de la democracia española: una celebración de la vida.
Jon Juaristi, ABC, 12/3/2004