Eduardo Uriarte-Editores

En el espacio de la política, más concretamente en el de los partidos, las palabras acaban teniendo un contenido mágico. El denominado Gobierno de progreso consigue encubrir para sus adeptos el Gobierno más  reaccionario  desde Fernando VII, pues se carga la nación, la igualdad, y con tanto decreto ley y estado de alarma, posiblemente, la libertad. Lo mismo le pasó a Ciudadanos declarándose de buenas a primeras liberal, lo que creyeron le hacia inmune a las prácticas conspirativas autoritaria, como el golpe desde el Gobierno de Murcia al Gobierno de Murcia más propio de bolcheviques.

Hasta Iglesias, quizás Sánchez, conozcan la cita mil veces mencionada de “El Dieciocho Brumario De Napoleón Bonaparte” de que la historia se presenta primero como tragedia y después como farsa. Pero, aunque pudiera venir al caso, lo que me interesa destacar es otro apartado de la obra en la que Marx distingue, poniendo como ejemplo a un carnicero, lo que uno cree de sí mismo, lo que se cree ser, y lo que la gente cree que es.

Distingo necesario a realizar sobre nuestra mil veces proclamada izquierda de progreso, necesitada de reafirmarse como tal declarando a todo disidente o crítico como ultraderechista, incluso fascista, cuando es difícil encontrar en Europa una izquierda tan reaccionaria como la española. El concepto, izquierda reaccionaria, se lo debemos a Félix Ovejero, tras observar el proceso de inversión ideológica que le ha conducido a una práctica contradictoria, es decir, heterodoxa, respecto a las referencias teóricas fundamentales de la clásica izquierda de origen marxista. Para los que hemos conocido el fascismo hoy nos parece el más depurado ejemplo de fascismo los que se denominan antifascistas.

Qué “procés” ni que narices. El debate político, el problema a solventar, por obra y gracia de la dialéctica Frankenstein planteada por Sánchez, está en Madrid, que ha sustituido la crisis catalana, por la crisis madrileña. Cataluña no ha dejado de ser un problema, señor Ortega, pero donde se va dirimir el futuro político español no va a ser allí sino en Madrid. Si no fuera por no darle cancha a un Iglesias guerracivilista y desbocado, hubiera titulado este trabajo “la batalla de Madrid”, curiosamente asaltada, de nuevo, por estos reaccionarios de la izquierda que en vez de resolver el problema catalán prefieren apoyarse en él y trasladar el problema a Madrid y por ello a toda España.

Que no se confunda la izquierda e intente emular a Miaja o a Vicente Rojo, no sois los heroicos defensores de la ciudad frente al fascismo, esta vez acecháis la Villa con Cabrera y los requetés vascos y catalanes, como en 1835, para destruir los cambios de progreso que traía la nación liberal. En favor de Cabrera hay que decir que fue el primero que vio que no se podía tomar Madrid con aquella horda enfrentada de apostólicos, ojalateros y señoritos rurales, decidiéndose por retornar al Maestrazgo para convertirse posteriormente en un instrumento del Gobierno británico.

El líder del PSOE, para el que nunca fue un problema la secesión catalana, sino la derecha constitucional, descubre, de repente, que Madrid se convierte en el bastión de ésta. Quizás como en la República, porque Madrid, como lo representa París o Berlín, es el centro y símbolo de la nación -reformulada en el 78- de la que la actual izquierda reniega asida al identitarismo y la plurinacionalidad. Nunca se le podrá perdonar a esta izquierda el haber abandonado la nación -concepto discutido y discutible- y asumido por el contrario los valores antirrepublicanos de los nacionalismos conservadores periféricos, y con ello el significado de Madrid.

Por lomenos, y afortunadamente, tenemos una derecha que asume el carácter simbólico y progresista de lo que significa el centro de la nación. Significado de Madrid que la izquierda ha abandonado por sectarismo, y porque en esencia, salvo en la época de González y Carrillo, ésta ha sido más anarco-sindicalista que marxista. Entiéndaseme: el marxismo siempre ha estado más atraído por la política que el doctrinarismo obrerista, de naturaleza antisistema, lugar apropiado para los populismos actuales.

Madrid ciudad abierta, frente a una Barcelona cual Corte de Carlos VII donde impera el aldeanismo con todos sus peligrosos integrismos. Integrismo prepotente, aislacionista y sectario. Madrid, por abierta, liberal, encuentro de todos, no sólo lugar de negocios, sino, especialmente, de los exilios internos, de los refugiados ante los asesinatos de ETA y de la intransigencia de los miembros de su brazo político, los hoy aliados del Gobierno, o de catalanes expulsados de su tierra por la misma intransigencia de todo nacionalismo.

Madrid, de nuevo, como lugar de enfrentamiento. Esperemos que esta vez gane Madrid.