Luis Ventoso-ABC
La deslealtad política, el lastre añadido ante una lucha difícil
Jimi Hendrix, que estará haciendo ruido allá en el Olimpo de los músicos genialoides, fue un brillantísimo innovador de la guitarra. Pero desde luego nadie lo habría elegido como embajador de la lucha antidroga. En uno de esos chistes involuntarios que amenizan la política española, el comunista Garzón es ministro de Consumo. Pero nadie en sus cabales lo colocaría al frente de una firma del Ibex. Nadie invitaría a Villarejo a dar clases de deontología policial, ni ficharía a Messi como pívot, ni contrataría a Cristina Pedroche para anunciar burkas en una web islamista.
Del mismo modo, nadie puede considerar al flemático e incompetente tándem Illa-Simón como un referente del rigor estadístico. Al revés. Llevan desde marzo ofreciéndonos datos bailones,
que no concuerdan con los de las comunidades. Ni siquiera han tenido la dignidad para con las familias de ofrecer el número real de muertos, que según estudios independientes superan en más de 20.000 la cifra oficial. Pero dentro de la campaña gubernamental «Madrid es Mordor y Ayuso, Cruella de Vil», Simón ha puesto en duda la verosimilitud de los últimos datos aportados por Madrid. No podían ser válidos para el Gobierno por una sencilla razón: recogían una mejoría, con caída relevante de los contagios y muertes e incluso con un descenso de las llamadas al 112. Y eso políticamente no conviene, porque Madrid ha sido elegida como chivo expiatorio para salvarle la cara a Sánchez, quien no vio venir la primera ola y no ha querido darse por enterado de la segunda. ¡Madrid miente!, avisa Pinocho. Paradoja simoniana: los datos de la Comunidad son fiables si son malos, pero falaces si son buenos.
Dominic Cummings es el cerebro de Boris Johnson, su Rasputín particular, y se ha puesto como meta modernizar al antidiluviano funcionariado de Whitehall. El gurú está obsesionado con que las decisiones se tomen estudiando datos, trabajando con las realidades estadísticas, y no al albur de prejuicios personales, o de automatismos tradicionales. En una reunión con su equipo, Cummings repartió ejemplares de «Superpronosticadores», el libro que publicó en 2015 el psicólogo canadiense Philip E. Tetlock, y les pidió que en siete días regresasen con la obra bien empollada. El profesor Tetlock cobró fama con un experimento en 1984: seleccionó a varias lumbreras y los puso a hacer cientos de predicciones sobre economía, guerras, elecciones… El investigador resumió así el resultado: «Los expertos no han acertado más que un chimpancé lanzando dardos a un blanco». Hoy, un tanto arrepentido de su conclusión sarcástica, Tetlock sostiene que se puede formar a especialistas para mejorar su capacidad predictiva. Para ello han de ser humildes, curiosos y autocríticos. Capaces de «pensar sin prejuicios» y estudiando a fondo las estadísticas. «También hace falta mucha concentración y esfuerzo», añade. Nada de eso distingue al dúo que ha elegido Sánchez ante el Covid, más pendiente de su popularidad personal y de las necesidades políticas del jefe que de trabajar con la cabeza abierta y con las poderosas herramientas de data informática que hoy existen. En vez de datos, sectarismo. Qué pena.