GNACIO CAMACHO-ABC
MATERIA SENSIBLE
LES cuesta. No hay modo de sacar a ningún dirigente nacional del PP una palabra de apoyo sincero a Cristina Cifuentes, ni en público ni en privado. Sólo Dolores de Cospedal, al iniciarse el escándalo, publicó en Twitter un mensaje de apoyo que sus compañeros califican de precipitado, mientras Rajoy tiró ayer del manual de compromiso con descriptible entusiasmo. No es que los suyos deseen la ruina política de la presidenta madrileña, que sería una calamidad para todo el partido, sino que sus reacciones convulsivas, entre aspavientos y largos silencios, alimentan las dudas sobre el caso. Las teorías de la conspiración y el fuego amigo son propias de la paranoia capitalina, aunque es evidente que hay en sus propias filas quienes la verían estrellarse con agrado. Pero el asunto del master tiene un peligro mucho más evidente e inmediato, el de comprometer el feudo electoral de Madrid con todo su simbolismo, y eso es más importante que una eventual batallita interna por el liderazgo. La nomenclatura popular anda con el pulso encogido a la espera de que Cifu se explique de forma concluyente e indubitada en su inminente alegato parlamentario. Con la legislatura bloqueada, los presupuestos amenazados, las encuestas en contra y el Gobierno a punto de colapso, el incidente del dichoso curso trasciende su nimia apariencia para transformarse en un conflicto de alta tensión, un problema sensible, incómodo, agrio. Porque Madrid encarna el último bastión del poder marianista, y su caída tendría un efecto irrecuperable, dramático.
A día de hoy, el PP tiene perdido el arco mediterráneo. En Cataluña se ha hundido en la irrelevancia del fracaso y en Baleares y Valencia, regiones pujantes y pobladas donde el partido vive una profunda crisis, se está produciendo un casi irreversible trasvase de voto hacia Ciudadanos. En esas circunstancias, un desplome en la autonomía madrileña supondría un golpe definitivo a escala nacional, un revés con enorme capacidad de daño. A catorce meses de las elecciones locales, con la capital sin candidato, con el prestigio de la marca destruido por la corrupción de González y de Granados, la precampaña se puede convertir en un calvario. Un lío colosal, por decirlo con una expresión del gusto de Rajoy, un lastre que difícilmente encontraría una figura –y menos dos– capaz de levantarlo.
Cifuentes no está aún liquidada, por supuesto. Es peleona, correosa, rebelde a la adversidad, y ha demostrado reflejos para salir ilesa de envites serios. Pero sus correligionarios la notan demasiado estresada, fuera de control, en un tirante estado de nervios. Y la historia del posgrado deja bastantes cabos sueltos. Sin una aclaración tajante, categórica y sin flecos no será ella sola la que se encuentre en un atolladero. La derrota en Madrid, por su decisivo rango estratégico, representaría el final de todo un proyecto.